Resulta inevitable que a muchos, la palabra “bengala” ahora les suene a Callejeros, Ibarra, Chabán y padres amenazando con carnear a quien haga falta. En mi caso, la palabra “bengala” suena a aquella niña muerta durante un show en Mundo Marino, San Clemente del Tuyú. Muchos se olvidaron del episodio, pero yo no, porque desde entonces les temo a los hombres musculosos que montan en motos acuáticas y te apuntan con cosas. Pero lo que realmente quiero es compartir una simpática situación de la que fui parte en algún momento.
Por motivos que no vienen al caso tuve que dirigirme a la UBA (Letras, ¿Bellas Artes?, Ciudad de Buenos Aires, Puán a no me acuerdo que altura, todos mas o menos sabemos donde queda) en plena época de elecciones internas. Si normalmente por allí resulta difícil caminar sin verle el rostro a Ernesto Guevara (entre otros), se imaginarán (los que no lo hayan experimentado) el escándalo que entonces estaba tomando parte. Papeles, panfletos, carteles, más panfletos, discos compactos pirateados, mucho cigarrillo, mucho porro, mucho Julio López, muchos anteojos, mucha barba y pelo largo, mucho olor a sucio y por sobre todas las cosas, mucho, mucho (insisto) papel. Los afiches (pegados hasta en el suelo) eran encimados y recontra encimados, lo que inevitablemente llevaba a los menos afortunados a terminar en el piso, hechos jirones. Al día de hoy no puedo creer la cantidad de “izquierdas”, “socialismos”, “comunismos” y “democracias” a disponibilidad: debe haber uno para cada necesidad. Con el shogunato y las clases estábamos mejor. Por lo de las espadas, digo.
Mientras aguardaba a que se resolviese la cuestión que allí me citaba, dediqué un tiempo a observar el comportamiento de la muchachada. Gustándome como me gustan los libros reconozco que, cuando niño, más de una vez pensé en dedicarme a las letras (en un día cualquiera de otros ratos yo podría haber encajado allí, ya que al igual que muchos llevo algo de barba, anteojos, tengo una boina, disfruto de las discusiones interesantes y tengo algunos números de la revista Barcelona), pero no creo que hoy en día mi espíritu se encuentre en condiciones de hacerle honores a esa iniciativa, considerando que utilizo calzado cerrado, cabello corto y ocasionalmente, jabón. Bueno, no, mentira, estoy siendo prejuicioso porque es divertido: no todos en la UBA son hippies gritones, protestantes hediondos, alumnos sospechosamente eternos o huérfanos de rector. Pero entendieron el punto.
De repente, una mano, como si nada, arroja una colilla de cigarrillo que va a parar a escasos pasos de mí. El propietario de la mano descuidada -un mozalbete de mi edad, remera colorada, sandalias, cincuenta kilos de peso y gafas- no prestó mayor atención al asunto, pero yo quedé extasiado ante la situación, a lo Ignatius. Se notó que no era la primera vez que lo hacía. Como siempre me dije a mi mismo que algún día me permitiría el lujo de tener mi propio desaparecido, abrí mi mochila y saqué el pulóver, la agenda, la botellita de agua… pero no, no había espacio suficiente para llevármelo. Pucha. Entonces, presuroso, y pensando en que en caso de incendio toda esa papelera pegajosa no tardaría en convertirse en mi cámara de ejecución improvisada, caminé y pisé con fuerza los restos de la mentada lumbre. ¿Exagerado? No habían transcurrido cinco minutos, que el incidente se repitió, con otra joven arrojando una luciérnaga tabacalera sobre el piso tapizado de panfletos. Y créanlo o no, el papel comenzó a oscurecerse, a quemarse generando un humito tímido, “queriendo agarrar” fuego. Por si acaso, repetí el procedimiento. Al ratito, con mi deber cumplido, me marché del lugar aliviadísimo, lamentando indignado el descuido en las instalaciones.
Cabe decir probablemente las personas mejor capacitadas de la Argentina salen de allí, a pesar del desorden y las condiciones de estudio. Me caen tan bien tales engendros intelectuales, que me casaré con una de ellos. Las carreras son largas y exigentes, y para cursarlas con la frente y promedio en alto hay que leer mucho, y aprender en serio. Un Profesor/Licenciado en Filosofía/Letras suele saber más que un abogado, un ingeniero o un médico (por nombrar las tres profesiones que más les gustan a las madres y suegras argentinas), y puede dejarte llorando sobre tus propias heces y humillación en cualquier partido de Carrera de Mente, eso es seguro. Probablemente incluso pueda dictar una clase de cualquier materia en una escuela, mejor que varios profesores o maestros. Aunque lo del Carrera de Mente resulte más impresionante, son personas a clonar y cuidar, de ingresos mensuales a veces ridículos y siempre menores que los de cualquier jugador de fútbol, concejal analfabeto o dizque actor de “Alma Pirata”.
Ahora bien, digo, sabiendo que semejantes cerebros son capaces de semejante animalada, y suponiendo que el día de mañana la UBA se incendiase debido a la cantidad de elementos siempre listos para el desastre (no hace falta mencionar las decenas de mesas y sillas atravesadas en los pasillos que impedirían cualquier intento de huída), ¿No va a ser de caradura ir a quejársele a Ibarra, o al corrupto de turno, como si fuera él el único responsable? ¿No va a sonar a tomada de pelo que se hable de las grandes promesas incineradas? Confieso que, eventualmente, voy a tener ganas de darles una piña en la cara a los padres de los muertos, o a los amigos y sobrevivientes enlutados. Bueno, no sé si a todos, pero al menos sí a esos que reciben un subsidio del gobierno, no estudian, no trabajan y creen que las bengalas son parte del show pero no de los riesgos.
¿Y si en una de esas –ponele- la culpa de la tragedia de Cromañón la tuvo la falta de conciencia social? Digo, porque ya no estamos hablando de –ponele- “negritos”, “ignorantes”, “rollingas”, “desamparados sociales” o “cabezas” ni “traviesos colegiales”, sino de –ponele otra vez- mentes brillantes o cuando menos sometidas a un proceso de enriquecimiento intelectual privilegiado. Tal vez la realidad es clara en eso de que –ponele- a todos nos chupa un huevo todo, siempre y cuando no sean nuestros los pendejos –ponele que me refiero al vello genital y no a los párvulos irresponsables- que se chamusquen. Porque si Telerman mañana se despierta menos afrancesado y dice que hay que sacar los afiches y limpiar los pasillos, los hippies se le van a oponer con todo lo que tengan.
Empieza diciembre. A no pensar con el ojete, por favor. Cuídense.
(A los papanatas encarecidamente les pido no pierdan tiempo con este artículo, pero si les resulta irrefrenable el hacerlo, les solicito procuren no utilizar insultos gratuitos en los comentarios. Los mismos serán removidos. Llamarme “facho” está permitido, mientras se justifique antes con un “ponele”. Y lo del desaparecido en la mochila era demasiado buen chiste como para desperdiciarse. Si no lo entendieron, fue porque Damos Pen@ no es para ustedes. Circulen.)
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