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Archive for febrero 2009


Antes de empezar quiero dedicarle un ratito a eso de que en Salta se estén inundando y ahogando y lastimando por meter las manos entre las chapas para hacer toda clase de cosas heroicas e innecesarias. Porque en Salta llovió, y se están inundando y ahogando de nuevo. Como el año pasado. Y el anterior. Y el anterior. ¿Se acuerdan de cuando hablamos de esto? Bueno, aparentemente esa gente no siguió mis sugerencias de abandonar esa zona y ocupar ilegalmente otros terrenos. Digo, si lo que quieren es darme a entender que son enemigos de la estabilidad habitacional, lo mismo daría que reconstruyeran sus viviendas sobre escaleras mecánicas. No conozco Tartagal, pero me imagino a un montón de gente dividida en equipos durante la mañana de un sábado, llevando enormes cabezas de fantasía, vestidos con pantaloncitos y camisetas de colores, tratando de armar casas con bloques gigantes de telgopor antes de que suene una chicharra, todo en alemán.

Ahora sí, el artículo.

Ustedes y yo somos más parecidos de lo que más de uno creería. Seguro que tenemos nuestras diferencias: imagino que a no todos ustedes les pasa eso de no necesitar usar preservativos para prevenirse de las enfermedades de transmisión sexual (mi pene se calienta al rojo vivo debido a la fricción y se esteriliza por si solo durante cada embestida), pero resulta innegable que las semejanzas no terminan en el lenguaje común y el corazón antizombita (¿entienden? como antisemita pero con zombis ¿entienden?), sino que se continúan en terreno numismático. Porque a todos nos deben estar faltando las monedas, imagino.

TelematchTal es la escasez, que la gente ha dejado de utilizarlas en los teléfonos públicos, los cuales pronto serán removidos debido a que mantenerlos en funcionamiento ya no es negocio, considerando que la negrada no sólo no le pone monedas adentro, sino que además los destruye sistemática y repetidamente antes de que puedan ser utilizados. La dementa presidenta dijo que con lo de la tarjeta magnética se va a acabar el “negocio” que muchos hombres faltos de rectitud se hicieron con eso de venderte 95 monedas a cien pesos o semejantes, pero cualquier persona de las que viajan normalmente utilizando el transporte público estará de acuerdo conmigo cuando digo que la única forma de solucionar el problema definitivamente requiere de conocimientos específicos de difícil adquisición, a ser: la capacidad de tele-transportarse poniéndose los dedos en la frente, o una armadura de acero rojo y amarillo con propulsores en pies y manos, o una cantidad obscena de dinamita y una total falta de preocupación por los resultados. Hablando en serio, la máquina a tarjeta magnética sólo puede traer más problemas que soluciones. Cierren los ojos y casi podrán verlo al chofer, que se baja y empieza a pegar palmadas a los costados de la máquina, para luego abrirla con un destornillador para sacar la tarjeta trabada, igual que ahora pero más seguido. Las tarjetas suelen desmagnetizarse o no ser reconocidas, y no se me hace difícil imaginarme a una abuela quejándose porque la maquina le cobró tres pesos en vez de 2,50. Incluso creo que en Mar del Plata ya se usaban y ahora se están por retirar debido a que no andaban ni para atrás.

Pero para no caer en la payasada común, me permitiré adentrarlos en la solución temporaria al inconveniente con esta anécdota. Resulta que yo estaba en un cumpleaños de uno de mis amigos políticos cuando salió el tema. Vamos a representarlo tal cual pasó:



Mantis (tratando de disimular el tamaño de sus bíceps): -El problema está en la cantidad de gente que viaja. Tanto en Capital como en provincia hay mucha gente trabajando, y eso satura el asunto.

Julieta (imaginándose el miembro de Mantis, que no es otra cosa más que una suerte de piedra pómez tubular y rosada de 30 cm. x 9 cm.): -Y sí… la gente tiene que viajar.

Mantis (extrayendo una serpiente de cascabel de su bolsillo y haciéndose picar en la rodilla, a fin de conseguir un aletargamiento similar al que los demás reciben gracias a sus débiles bebidas con alcohol): -No, porque el transporte público que tenemos es el que nos merecemos: peor que el de Tokio pero mejor que el de la India. Cuando el país cumpla su ciclo natural y reviente económicamente en algunos meses en las manos de alguien ajeno al Justicioperonismo o cualquiera de sus afluentes, mucha gente no va a tener trabajo y entonces los restantes van a tener monedas para viajar y asientos desocupados.



Che, estuvieron flojos. No me hicieron avivar y puse el nombre de la mina. Pero ahora que lo veo escrito, me doy cuenta de que la anécdota en sí era demasiado clara. Lo que quise decir fue eso: que faltan monedas al mismo tiempo que el transporte se satura no sólo en las horas pico, sino en cualquier momento, con muchos vecinos pidiendo que se renueven y aumenten las flotas de colectivos, denunciándolos incluso por sus ruidos y olores. Muy probablemente la situación no se llevará de igual manera en el interior del país, pero lo cierto es que con un 30% de desocupados, el asunto se arreglaría. La Argentina, atada con alambre como vive, no tiene porqué viajar sentada, mucho menos aún tiene porqué llegar a tiempo. Es más, me animo a decir que a esta altura del partido ya no estamos en condiciones de viajar en aviones de pasajeros, sino en esas avionetas llenas de mercaderes persas llevando jaulas con gallinas, como Indiana Jones.

Ojo: creo que resulta obvio que no estoy diciendo que ocasionar un 30% de argentinos desocupados sea lo que hay que hacer: a veces es peor el remedio que la enfermedad. Pero nuestras “horas hombre” no se están aprovechando de todas maneras, si tenemos en cuenta que la gente pierde mucho tiempo productivo buscando moneditas y moneditas, haciendo largas colas para recibir entre dos y catorce pesos, o recorriendo negocios hasta encontrar un dependiente misericordioso. ¡Ah! Y sé que alguno va a querer decir que cuando baja la cantidad de pasajeros baja la cantidad de servicios dando vueltas, pero lo cierto es que, debido al increíble poder de los sindicatos, a las empresas de transporte les rinde más mantener trabajando al volante a sus empleados, que despedirlos o ponerlos a realizar tareas administrativas. (Prueba de ello son los horarios de trenes y colectivos, que son los mismos desde que tengo diez años).

Quizá por eso, y porque ando medio envenenado debido a que el domingo pasado tuve que gastar 8 monedas de un peso para ir y venir del zoológico con mi esposa, la pregunta del día es: ¿Cuánto dinero han gastado innecesariamente en golosinas y artículos misceláneos que no habrían comprado de no ser porque exclusivamente necesitaban monedas? Yo creo que me alcanzaría para una bicicleta de las caras, o buena parte de una moto, que viene a ser una bicicleta para hombres.

Y en otro orden de cosas, este horrible sitio web cumplirá cuatro años la semana que viene. Un montón, considerando la calidad apreciable en cada artículo. En serio, yo creo que todos los otros sitios web deberían cerrarse. Es más, si usted estaba pensando en abrir un blog, le recomiendo que no lo haga, porque la verdad es que en un futuro la gente vestirá ropajes plateados, se afeitará el cabello, viajará en naves espaciales y sólo necesitará leerme a mí.

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Suena a que voy a hablar acerca de las relaciones en un artículo de revista para mujeres, pero no. En serio, no. Se me había quedado atravesado en el gañote eso de que sea obligatorio usar casco para andar en moto, y alguna cosa relacionada que brotó hace pocos días en la tele. Por cierto, se nota que estamos de vacaciones, che. Escribo más que nada para que no nos durmamos. No pasa nada de nada. Ah, el otro día volvía a mi casa en remis y sin querer atropellamos a un gato. Se lo siente crujir bajo tus pies, como si pasaras corriendo sobre una riñonera llena de lápices, no se lo recomiendo a nadie, menos aún cuando el remisero es supersticioso y empieza a ponerse pálido y a insultar. Yo acá ando, medio hecho concha por el cambio de clima que me pone asmático.

Pero decía: desde hace algún tiempo, se hizo obligatorio para todos los que andábamos en moto el usar casco y llevar en regla tanto la documentación como el espíritu. Y digo andábamos porque bajo esas condiciones a mí –que monto un ciclomotor que supiera obsequiarme una tía- se me hizo imposible seguir andando en moto, ya que no tengo registro, ni la moto patentada, ni casco, ni una boleta de compra-venta que sugiera al menos que el vehículo no es robado. Ni una vagina. Y estoy al tanto de que los ciclomotores no son la cima de la masculinidad (ustedes de seguro me imaginaban montado en un caballo de metal, de los que relinchan fuego) pero a la motito la tengo desde hace más de diez años y mi esposa no me permite comprarme una moto de verdad, amparándose en eso de que me puedo matar. Y es aquí que empieza esta sucesión de razonamientos míos.

El estado (O Estado, no sé como se escribe y tardo menos escribiendo esto que buscando en el diccionario) dice que quiere cuidarnos a todos los que gustamos de andar en moto, y por eso se hizo obligatorio para todos respetar una serie de condiciones entre las que destacan (permítaseme el ser reiterativo) eso del casco, porque es lo que llama la atención de los policías de turno, que con un entusiasmo particular paran a mucha, pero mucha gente en serio. Uno diría que están cumpliendo con su trabajo, pero creo que se puede hilar más fino que eso. Tengamos en consideración que los menores de 12 años no pueden viajar en motocicleta, sin importar cuan acompañados de su padre se encuentren, o cuan provistos de casco se desplacen.

No tengo auto, tengo moto –decía un tipo el otro día, mientras su hijo de bajaba de la moto y contaba las monedas para tomarse un colectivo rumbo al colegio-. Me están castigando por ser pobre, y encima me hacen gastar más plata.

Sonará medio extraño, pero yo creo que lo del casco es tan sólo una medida autoritaria más, como lo de hacer que a las 9 de la noche aún sea de día. Propio de cualquier gobierno tirano, tipo, no sé, dictadura de izquierda o derecha, donde el jefe mandamás decide que riesgos corrés, o de qué te tenés que morir. Y si bien es propio del discurso de los líderes el decidir por nosotros para “nuestro bien” aún cuando sus decisiones parezcan equivocadas y/o disparatadas, yo no termino de convencerme. Llámenme desconfiado. O semental, cualquiera de las dos consideraciones es igualmente válida y comprobable. Lamentablemente, el protestar bajito ante tales decisiones es lo único que nos queda. A fin de cuentas, si no fuimos nosotros los que los votamos, al menos sí fuimos los que no salimos a lincharnos con rastrillos y machetes tras haber presenciado el fraude, lo cual nos convierte en cómplices pasivos y enamorados de la comodidad.

Y ahí es donde se pone macabro, cuando la preocupación número uno de los ciudadanos es la inseguridad, pero cuando es causada por otros. Cuando viene alguien, no sé, supongamos un chorro, o un secuestrador. Y te mata y te tortura, algo que es jodidísimo. Fíjense: ya podemos decir que una gran cantidad de efectivos policiales, móviles y demás medios están avocados a una tarea puramente política y recaudadora, en lugar de dedicarse a –por lo menos- demorar a los delincuentes, ya que tratar de retenerlos detenidos es casi tan difícil como procesarlos, que es casi tan difícil como esperar a que alguien se haga cargo de modificar tal situación.

Por si alguno aún no se ha enterado, así funciona la maniobra. El tipo que viene haciendo algo mal (léase, andar en moto sin casco) es detenido por la policía, que lo frena a un costado y comienza a pedirle la documentación correspondiente. Ahora bien, por más que tenga todo en regla, es informado de que sin casco no puede seguir circulando, y de que el vehículo le será secuestrado (la camionetita policial está al ladito). Ante la amenaza del policía de turno, el infractor cede y ofrece coima, porque sabe que cualquier cosa secuestrada (léase una moto, un auto, una lancha, un embarque de drogas o un arma) jamás regresa intacta a las manos de su dueño original, por lo que se sobreentiende que en caso de ser muy linda, cara o llamativa la moto (o el arma, o las drogas), el infractor será incapaz de ofrecer coima suficiente.

Pero lo que realmente me molesta es que a mi entender, el concepto de seguridad (y en las leyes que lo acompañan) debería comenzar a considerarse desde un razonamiento más lógico y civilizado tanto para la sociedad en su conjunto como para el individuo. Quiero decir, ¿A quién jode el que anda en moto sin casco, sino a si mismo? No sé ustedes, pero yo cuando me entero de que un adolescente murió tratando de saltar un automóvil en movimiento mientras sus amigos lo filmaban para ponerlo en Internet, pienso en la selección natural de los individuos más aptos de cada especie (en este caso, los humanos) y no sufro, sino que me valgo del hecho para ejemplificar y/o recomendar una conducta opuesta al mismo. Por otro lado, cuando una persona es asaltada y asesinada pese a su indulgencia para con el par de criminales responsables de someterlo, me repregunto las razones que tendrán esos líderes –nuestros líderes- para dejar sistemáticamente a la gente tan en bolas, tan constantemente, y de un modo tan grosero. Y sufro, porque en ese tipo de situaciones es que uno se da cuenta de que con la impotencia no se hace nada. ¿No sería más sensato el preocuparse -primero que nada- por procurarle a cada persona un buen grado de seguridad con respecto a los riesgos que esta persona no sólo no decide correr, sino que además trata de evitar infructuosamente y ante los cuales se encuentra desprotegida a diario mas allá de esté pidiendo a gritos que la cuiden? ¿Y si mejor arreglamos los hospitales?

Siempre, siempre va a ser preferible que un papanatas se mate por la puta pelotudez e imprudencia propias, a que caiga muerto por la impunidad de un tercero o la desidia bochornosa de quienes cobran por protegerlo física y psicológicamente, y se cagan en ello.

Me dirá alguno finalmente entonces que con casco es mejor, porque así uno se cuida de algo, por lo menos. Pero lo peor de todo es que precisamente, la inversión de la campaña a nivel estatal no se justifica. El casco no puede compararse en nada con otros dispositivos de seguridad vehicular, los cuales sí funcionan y salvan vidas de vez en cuando, como el cinturón de seguridad. El casco protege del chichonazo, cuando 8 de cada 10 muertes de motociclistas se deben a que las víctimas se rompen el cuello o son arrolladas por completo, siendo en esos casos el casco un simple accesorio encargado de que el velorio no suceda a cajón cerrado, y nada más. E igualmente útiles son esos nuevos dispositivos de monitoreo satelital que llevarán algunos ómnibus de pasajeros, los cuales registrarán –costando millones y millones de pesos- la velocidad de los vehículos, sus paradas y el lugar exacto donde se estrellarán dando muerte a por lo menos la mitad de los pasajeros, con sus conductores tan ebrios como dormidos. Para hacer estadísticas con gráficos de torta van a andar bárbaro, porque en este juego enfermo, los ciudadanos somos el paciente, y el Estado es el médico que se opone a la eutanasia pero defiende la mala praxis como la única práctica posible, valga la redundancia.

Qué quieren que les diga… Me ponen triste estas cosas. Cuando se le toma el pelo a la gente así, como si nada. La última vez que estuve así de triste fue cuando Roberto se fue a Brasil sin avisar, mientras mis compañeros y yo jugábamos y ganábamos el partido final contra el Franco-Canadiense.

¡Me lo habías prometido, Roberto! ¡Dijiste que me llevarías contigo a jugar al soccer en Brasil!

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