Feeds:
Entradas
Comentarios

Archive for agosto 2008


Siempre fui partidario de la siguiente premisa: un trabajo no tiene porqué gustarle a uno. Porque para eso le pagan a uno: para hacer algo que no haría sino a cambio de un dinero capaz –en cierta medida- de permitirle hacer esas otras cosas que hace gratis. El sexo con mujeres hermosas, por ejemplo, en mi caso. Ya basta, chicas, ya basta. Suelten… jajajaja… ¿entienden? ¿Vieron lo que acabo de hacer? Simulé que me toqueteaban mujeres mientras escribía. Pero es mentira.

O sea: Si te pagan por hacer algo que además te gusta hacer (se me viene a la mente un Michael Schumacher), tanto mejor. Pero si no te gusta pero por lo menos te pagan un dinero que te sirve sin ser una fortuna ni mucho menos, es al menos algo. Hay gente que lo llama responsabilidad. Yo creo que es elegir entre el menos peor de los males, y que a la fórmula se le debería abrochar el siguiente agregado (iba a poner “adendum” pero no me acuerdo si se escribía así): puede no gustarte, pero tenés que ser capaz de soportarlo. Por ejemplo: si yo tuviese que tener sexo alguien por la fuerza y se me diese a elegir entre Steve Buscemi y Megan Fox, eligiría a Megan Fox. Seguiría siendo contra mi voluntad de hombre casado y monógamo, pero las pesadillas serían probablemente más llevaderas.

Mi nuevo empleo (esa cosa que hago por plata desde hace poco más de un mes) consta de dos partes, una más importante o verdadera que la otra, si bien ambas me hacen ligeramente desdichado. Esto (me refiero al artículo que estamos compartiendo de tan buena gana) se escribe desde la segunda. Para mí hoy es viernes (para ustedes también pero no lo saben), son las 13.15hs. y estoy en Costa Salguero.

Esta parte del asunto me tiene haciendo las veces de técnico instalador, soporte, administrador novel de redes pequeñas, supervisor de señoritas data entry, etc. al servicio de una empresa de acreditaciones. Hablando en cristiano: llego temprano a algún lugar, enchufo un montón de PC´s portátiles y toco botones hasta que más o menos quedan funcionando y en condiciones de cargar gente en una base de datos, al tiempo que se van imprimiendo las etiquetas y credenciales. Y luego me quedo a un costado, asistiendo a las personas encargadas de acreditar y esperando que nada raro suceda. Para eventos, ferias, exposiciones, etc. Estamos hablando de días de muchas horas, fines de semana ocupados y un constante surtido de promotoras atractivas, catálogos, lapiceras gratis, opulencia ofensiva y celebridades. Por cierto… créanme los señores lectores cuando digo que prácticamente cualquier mina de las que se quedan con tu mirada en el transporte público es más linda que la mayoría de las personalidades femeninas de la farándula mediante las cuales se masturban los adolescentes del Mercosur hoy en día. La única que más o menos zafa y tiene pinta de hembra es Rocío Marengo, pero sería desleal (para con el resto de las mujeres) el llamar simplemente “maquillaje” a lo que esa mujer llevaba puesto días atrás, cuando tuve el agrado de conocerla. Lo suyo era directamente una carpeta asfáltica de varias pulgadas de espesor. Digo, debajo de todo eso podría haber estado tranquilamente Eddie Murphy.

La primera parte de mi trabajo -por otro lado- es más tranquila, si se quiere, y me obliga a realizar tareas semejantes a las anteriores pero en una red de computadoras orientada a las tareas de un “Call Center” cuyo nivel de organización resulta comparable con los primeros diez minutos de “Rescatando al Soldado Ryan”. Me animo a decir que es una excusa de trabajo: algo que se inventó para hacer en esos días en los cuales no hay eventos, ferias ni acreditaciones. Los empleados son todos parientes o amigos entre sí, lo cual se traduce en baches de profesionalismo de los que no me interesan y me hacen rendir exámenes de inglés con una desesperación equivalente a la que sufrirá la humanidad toda cuando se desate la gran epidemia zombi. Actualmente, mi esclavo personal se encuentra recorriendo el mundo en busca de anécdotas y registros acerca de brotes infecciosos y episodios ocultados por el gobierno, etc. Ustedes quédense tranquilos porque acá estoy yo para cuidarlos.

Y ahí tienen: eso es lo que hago. De ahí saco el dinero que me permite seguir comprando armas, churrascos, libros, películas, fideos y esas cosas. Pero la pregunta neoliberal del día es: ¿Por cuánto dinero (me refiero al mínimo) estarían dispuestos a trabajar haciendo las veces de asistentes eróticos en fiestas para adultos?

Traten de ser lo más objetivos dentro de lo posible, y tengan en consideración pormenores del tipo: aceptación familiar, discusiones con la pareja, disposición moral, etc. Cabe aclarar que las tareas no incluirían un contacto genital directo con los agasajados, pero sí todo lo relacionado al juego previo y a las perversiones propias del empresario cincuentón que tiene plata para pagar por lo que fuere. Los límites serían definidos por la imaginación del cliente… Tipo, un día como cualquier otro viene un chabón con un pollo asado al spiedo y les dice: “Ya pagué el turno y la pernoctada en el hotel. Necesito que te desnudes, me aplaudas y me alientes mientras le rompo el culo al pollo hijo de puta éste, y que después te quedes a comer conmigo. Vamos a clavarnos un salpicón Sierra Chica como el que aprendió a hacer el tío mientras estuvo demorado”.

Read Full Post »


Esto pasó hace algunas semanas, pero lo cuento ahora porque no tuve tiempo antes. Ustedes saben que me gusta mucho compartir estas cosas con ustedes, ya que así me siento interesante más allá de esos secretos que me guardo y que probablemente revelaré recién en mi lecho de muerte, tipo el secreto de mi virilidad o la llave de judo capaz de quitar la vida de cualquier criatura viviente. De más está decir que estoy dispuesto a agregar zombies, ametralladoras y piratas en caso de creerlo conveniente a fin de recuperar lectores.

Resulta que yo ya había organizado mi fin de semana. Por motivos laborales, éste (me refiero al fin de semana en cuestión) sería muy probablemente el último que me encontraría libre de deberes laborales. Tras una semana espantosa llevando a cabo tareas despreciables en un trabajo horrendo a su parecer, la pequeña Mantis lo tenía todo planeado: un sábado a los tiros en el polígono que más cerca le queda de su casa, cosa de no tener que andar viajando mucho, con un amigo, cosa de también festejar el dia del amigo comiendo asado en las inmediaciones del polígono. Mucha munición, unos cuantos blancos, una caja de herramientas por las dudas y para parecer todavía más masculino, todos los accesorios necesarios para la práctica de la disciplina (anteojos facheros, porta-cargadores facheros, armas facheras, varios tipos de munición para hacer pruebas balísticas de expansión, todo con mucha onda), etc.

Lo único que me separaba del sábado, entonces, era el viernes. Predecible, dirán algunos, y tendrán razón. La noche del viernes. En un intento desesperado por acabar con todos los deberes hogareños, sólo me restaba sacar la cocina vieja y poner en su lugar la cocina nueva. Porque me regalaron una cocina cuando me casé, ¿se acuerdan? ¿Les conté de mi casamiento? No sé, perdonen, hace mucho que no los veo.

Imaginé que la tarea sería cosa sencilla, de unos veinte minutos de labor. Pero la reputísima cocina no. O quizás la bronca debería de agarrármela con el señor que supiera instalarla en su momento, ya que cuando empecé a desarmar la cubierta de la cocina y retiré la tapa (esa chapa enlozada donde van las hornallas) me encontré con que no se habían usado caños flexibles para conectarla, sino directamente un caño sólido, de esos amarillos que utiliza y aprueba Gas Natural. Mi pobre cocina había sido empalada, directamente. Y el caño tenía pinta de estar firme. Bien firme.

klaukolComo no conozco nada acerca de nada creí que con una llave francesa y una llave “pico de loro” iba a poder encargarme del asunto, y lo único que conseguí fue transpirar. Fuerza, fuerza, fuerza, hasta ponerme de mal humor. Ya eran las nueve de la noche y yo seguía formando parte de esa extrañísima orgía entre hombre, caño y cocina, dándole vueltas en uno y otro sentido a la cosa, pero el asunto se me negaba. Con algo de maña, conseguí liberar la cocina al fin, pero el caño (de unos cuarenta centímetros) aún estaba allí, dispuesto a no dejarme introducir la cocina nueva. Tratando de recuperar la compostura, tomé un martillo y un pequeño cincel y me dispuse entonces a hacer, mientras tanto, la segunda parte de la instalación. Debía remover los zócalos de baldosa vecinos a la cocina, ya que la nueva era unos pocos centímetros más ancha que la anterior, y entraría prácticamente envaselinada y sin margen alguno. No temía a las roturas porque había que sacar la cosa de cualquier manera y emparejar con un poco de revoque y nada más. La mezcla estaba ya hecha en un balde, nada del otro mundo. Y debo de estar ejercitando mucho o haber tomado accidentalmente el martillo de Thor, porque para cuando asesté el cuarto o quinto martillazo, la cerámica más vecina a la cocina comenzó a caerse entera. A despegarse, limpita, impecable. De repente me encontré con dieciocho enormes (15 x 25) piezas de cerámica en las manos, todas ellas burlándose de mi desesperación. La única manera en que eso podría haberse puesto peor habría sido si la heladera hubiese sido en realidad un decepticon camuflado* decidido a iniciarme en la tecnofilia en ese preciso instante.

A lo que voy es a que no sé en qué momento todo se desvirtuó, pero cuando quise darme cuenta era sábado por la mañana y yo no me hallaba disparando a la voz de “jajajaja, muere, muere maldito comunista” sino que cargaba bolsas con un caño de acero, flexible de media pulgada (60 pesos), un paquete de pastina para las juntas de la cerámica y una bolsa de Klaukol (otros veinte pesos), un mamotreto sugerencia del ferretero llamado “pinza de fuerza” (26 pesos) y otras chucherías por las que terminé pagando unos 200 pesos en total. Esta pinza de fuerza, por cierto, me resultó maravillosa. Y lo cierto es que más o menos a las seis de la tarde yo ya había instalado la nueva cocina, tras repatinar todo valiéndome de una jeringa gruesa y maderitas de todo tamaño, tras recolocar la cerámica floja, tras picar toda la zona a martillazos, tras retirar el caño de la discordia, tras revocar finamente toda la zona afectada, tras… Tras. Quedó perfecto.

Me sentí contento ante la tarea cumplida, y ante el dinero ahorrado. Luego me di cuenta (confírmenme si estoy en lo cierto) de que uno puede entender o llegar a deducir que trabajé muy miserablemente durante la semana sólo para tener el dinero que me permitiese comprar las cosas que me garantizaron el poder seguir trabajando infelizmente durante el fin de semana. Me preocuré los medios hacia la infelicidad. Así puesto, todo el asunto es peor que enterarte que tu hijo de trece años no sólo es el campeón sino también el inventor de un extraño juego sexual conocido en el barrio como “las manos llenas de hombre”.

Pero la pregunta del día va dirigida a las mujeres (hijas y esposas) y es: ¿Cuándo pasa uno a ser oficialmente un marido? ¿Se puede decir que ya soy uno?

Honestamente espero que no sea una etapa de transición física como la adolescencia o “el desarrollo”, y que no tenga nada que ver con el tamaño los genitales masculinos. Digo: lo mío ya es prácticamente antiestético, y si sigue creciendo voy a tener que operarme.





Mentiría si no les dijese que me pasé toda la noche pensando los mejores nombres para el transformer en cuestión. «Anal Machine» fue el que más me gustó.

Read Full Post »

Buenas…

La verdad es que hoy estoy pasando a saludar, más que nada. No vaya a a ser cosa de que alguien me ocupe el sitio, o se me meta una familia de desprotegidos a cebar mate pidiendo vaya a saber que cosa en nombre del derecho a la vivienda digna. Porque no sé si se dieron cuenta, pero en este blog dejo caer, de vez en cuando, sutiles señales acerca de mi posición respecto a los «reclamos sociales de ciertos grupos», cosa que quedará evidenciada mediante todas las maldades que pienso salir a hacerle, capucha mediante, a los gordos por la noche con los muchachos del «grupo de tareas» (nos gusta así), ahora que se aprobó la ley esa que dice que los gordos son enfermos alimenticios comparables con, no sé, ponele, un chico con leucemia. Prohibamos el cáncer y los alfajores, entonces. No tengo tiempo de escribir o de hacer prácticamente nada que no sea trabajar de un tiempo a esta parte, y parece que va a seguir así la cosa durante la semana. Eso.

Hablen, cuéntense algo. ¿En qué andan? ¿Vieron que se murió Bernie Mac? ¿Vieron que se pusieron de moda los crímines y masacres mafiosas más o menos al mismo tiempo en que conseguí trabajo nuevo? Ahhhh… ¿No la habían pensado, no?

Read Full Post »

Ciclos que se cierran


Hay quienes dicen que todo es cuestión de ciclos. Por lo general, esos quienes son gente bastante afectada a nivel mental, influenciada posiblemente por la película “El Rey León”. Ya saben ustedes, esa del leoncito Simba. Ay, que lindo el leoncito Simba. Pongamos una fotito.

SimbaDías antes de ser despedido de mi trabajo anterior, tuve la oportunidad de enterarme de que habían despedido a un compañero, a quien llamaremos Hugo debido a que se llama Hugo. Hugo llevaba unos cuantos años más que yo en la empresa (calculemos doce, quince más) , y fue “arreglado”, lo que en el mundo de las multinacionales (o ponele, empresas adineradas) se conoce como: “te ofrezco la posibilidad de renunciar y te tiro unos mangos por el favor, cosa de que nos evitemos los abogados”. Un despido amistoso, si se quiere. Si se quiere mentir, obvio, ya que a Hugo se le compró su silencio, su experiencia, y su lealtad. Y uno no les hace eso a sus amigos a menos que sea un mafioso tipo Sergio Massa.

A Hugo lo fletaron sin previo aviso. Imagino que el discurso vino en el orden de: “Tenemos una nueva perspectiva de trabajo y no formas parte de lo que…” o algo así, porque de lo contrario no hay razones para sacarlo al pobre tipo, que estaba haciendo bien su trabajo y un año atrás inclusive había sido ascendido precisamente por su responsabilidad y capacidades. O mejor dicho: por hacer malabares, cubriendo errores y haciéndose cargo de culpas que no eran suyas.

-¿Qué pasó, Huguito? –recuerdo haberle preguntado con sincera preocupación unas doce horas antes de enterarme de mi propio despido, cuando a él ya lo habían echado y sólo se le había permitido la entrada al edificio a fin de saludar y nada más- ¿A quién le caíste mal?

Le cayó mal al nuevo capo de tecnología, supongo. Un cordobés (nunca me aprendí el apellido, pero sé que rima con “Cachuchini”) que siguió el manual al pie de la letra e hizo lo que todo jefe nuevo debe hacer al llegar a una nueva empresa: deshacerse de quienes pueden hacerle ver los errores o argumentar contra sus desvaríos; esos locos empleados que amparados en supersticiones como el conocimiento, la experiencia y la práctica en las labores diarias te pueden complicar la vida. Porque si nadie sabe lo que sucede, y nadie sabe cual es el problema, nadie tiene la culpa. Pero su respuesta fue otra.

-Se cerró un ciclo, Andrés –respondió queriendo cagarse a palo con el mundo, simulando tranquilidad y muchos planes-. Todo bien, es una etapa que ya pasó.

Pobre Hugo. Se le veía la cara de: “Ah, vida de mierda, me quiero suicidar con un palo”. Yo debería haberlo defendido utilizando mi karate, a fin de cuentas, si no fuera yo un ángel de la protección, Dios tampoco me habría puesto estas semiautomáticas en las manos. Pero en parte se lo merece, por haber salido con semejante disparate: “Se cerró un ciclo”. Si, seguro.

Uno no lo ve a Donald Trump renunciando a su fortuna y diciendo: “Se cerró un ciclo, lo de tener mucha plata ya fue”, del mismo modo en que jamás se lo verá al padre Grassi renunciando a su amor por los niños. Y si me preguntan, les diré que Hugo estaba tan de acuerdo con eso de quedarse sin laburo como lo habría estado una niña de siete años ante la propuesta de quedarse encerrada y desnuda en un ascensor con un adulto pelilargo y desconocido durante un par de horas.

(Dramatización)



-Mamaaaá…
-Hola, pequeña…
-Hola…
-No te preocupes, Es normal que te asustes, pero no deberías preocuparte… el ascensor debe haber sufrido algún pequeño desperfecto, pero los técnicos estarán aquí antes de que podamos darnos cuenta…
-…
-¿Tienes hambre? Toma… nunca salgo sin golosinas. ¡Uno nunca sabe cuando podrá necesitarlas!
-…
-Lo más probable es que tus papis te hayan dicho que está mal hablar con extraños, ¿verdad? Bueno, dejemos entonces de ser extraños: Mis amigos me dicen Morgan, y tu bien podrías ser mi mejor amiga. ¿Cómo te llamas, mejor amiga mía?
-Mamaaaaaaaá…
-Mamaaaá es un feo nombre, pero tu estructura ósea se me hace proporcionada y bastante atractiva, no voy a negarte eso.
-Mamaaaaaaaaá…
-Apuesto a que ni siquiera sabes como se llama tu secretito más dulce…



Los ciclos tienen una fuerza prácticamente mística, casi religiosa. Por lo general, el ciclo se cierra debido a fuerzas externas, como un programa que es levantado del aire debido a falta de rating o a exceso de oposición. El ciclo no se cierra, sino que nos lo cierran. Algo, alguien. Y ese algo o alguien es el único favorecido en un modo que puede ser espiritual, mental o económico.

Pero la pregunta multinacional e informe-crediticista del día es, considerando que enfocaré todas mis energías rumbo a profesionalizarme docentemente, y que tarde o temprano cualquier alumno o un padre o un conocido termina atando cabos y llegando a este blog y enterándose de que el profesor tiene no sé que tipo de relación con un fiambrero polémico…

¿Habrá llegado el momento de cerrar un ciclo en Damos Pen@, olvidándonos de los chistes de hímenes, payasos pedófilos, referencias genitales y analogías hermosas, para siempre? ¿Será la eutanasia el único destino que pueda haber para Chinchulín? ¿Habrá llegado la hora de empezar de nuevo?

Stay tuned!

Read Full Post »