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Archive for agosto 2006

Yo por Dentro – Vida Diaria

Me lo regaló mi madre, creo que porque en la escuela primaria se lo habían hecho leer y le había gustado. Las ilustraciones que aparecían en papel plastificado y una vez cada “muchas” páginas, me hacían entender que ese sería mi primer libro largo en serio. Supongo que los tomos de esas colecciónes (roja y azul de Billiken) estarían en el estante de las novedades en oferta por aquel entonces, ya que vino acompañado de “Las Aventuras de Tom Sawyer”.

Yo no había empezado a ir a la escuela y ya lo leía, por lo que deduzco que lo recibí con cuatro años de edad. Sigue siendo mi libro preferido, y años atrás lloré de emoción cuado, por accidente, me encontré viéndolo en la forma de dibujitos animados, en un canal de cable desaparecido. Pero también lloro cada vez que veo que matan al negro de “Milagros Inesperados” mientras canta “Cheek to cheek”, así que… no me presten demasiada atención. Lloro por muchas cosas.

El caso es que días atrás, tomaba un té con un docente cuando éste me comentó que se ve obligado –nuevamente- a darles una adaptación resumida de un libro a sus alumnos. Capricho de una escuela privada que pretende que niños de diez y once años lean un mínimo de doscientos libros a lo largo de los nueve meses de ciclo lectivo, a cualquier precio, aunque algunos no sepan todavía identificar vocales y consonantes, o visto un colectivo por dentro. Y le tocó a mi amigo Samuel Clemens, como si Tom Sawyer (con Huckleberry sucede algo diferente, siendo una crítica social mucho más seria) no hubiese sido escrito para que lo leyesen los niños, pobre diablo…

Me da miedo que esta costumbre de abarcar mucho y apretar poco sea adquirida por otras materias que también considero indispensables. Imagínense que en matemática se enseñase a multiplicar y a dividir apenas llegados los chicos a primer grado. Pero sólo por 1, 2 y 3, ya que los números 4, 5, 6, 7, 8, 9 y 0 se irían aprendiendo en los años siguientes. O que en Geografía, durante el EGB se enseñasen todos los nombres de los países del mundo, pero no se aprendiese a ubicarlos en el mapa a ninguno. Eso ya quedaría para Tercer Año Polimodal.

En Historia, se enseñaría todo lo que pasó en todos los países del mundo el 25 de Mayo de 1810. Y se pegarín daguerrotipos de todos los próceres juntos, de todo el mundo, en una cartulina. El nombre de cada uno se aprendería en Segundo Año Polimodal y lo que hizo cada uno se dictaría en el CBC en caso de que el alumno quisiese seguir el profesorado de Historia.

A la larga se quitarían todas estas materias, por su escasa utilidad y lo engorroso de su aprendizaje (supongo que el francés en los secundarios no le servía a nadie), y se las reemplazaría con las que sonasen mejor, como: “Ciencia Visual Sugerida del Conocimiento”, “Ecología Deportiva Artística”, “Filosofía Introductiva del Marketing Adolescente Exacto”, “Desplazamientos Genéticos Ambientales”, “Salypimientación Humanística de la Sociedad” y así.

Lo bueno es que de a poco yo voy pareciendo más inteligente, más culto, y mejor hablado, pese a que escribo y leo mucho peor que hace unos años. Y no tengo que hacer nada: alcanza con que el sistema educativo se siga echando a perder solito.

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Chin bombacha

Vida Diaria

Me enteré recientemente de que en ciertas zonas rurales de China es común y hasta necesario que se contraten strippers para llevar la mayor cantidad de gente posible a un velorio. A mayor cantidad de gente, más honor para el difunto. En la tele aparecieron imágenes de la policía haciendo operativos en plena ceremonia, ya que aparentemente, se quiere prohibir todo el asunto. La verdad es que no sé por dónde empezar… Me parece particularmente interesante la idea de fingir la propia muerte o envenenar a un conocido y conseguir un lapdance gratis.

Es tan horripilante todo lo que se me ocurre que no voy a escribirlo. Casi en su mayoría, mis pensamientos consisten en una sucesión de chistes previsibles referidos al rigor mortis; resulta muy complicado elucubrar algo de calidad cuando la situación misma es tan cómica. En cualquier caso, me pregunto si esa costumbre se trasladará a los funerales de chinos realizados aquí en Buenos Aires, donde la comunidad asiática es cada vez mayor gracias a su dominio del supermercadismo barrial.

Cuando eso ocurra, las cajeras y repositores de mercadería van a tener dos motivos para festejar la muerte de sus empleadores (el otro es el placer de ver llorar a los hijos del muerto, quienes se harán cargo del negocio para seguir explotándolos), y eso es bastante más que cualquier cosa a la que muchos de nosotros podamos aspirar.

Imagino, durante el funeral de un respetable señor, a una jovencita de veinte años llorando desconsolada ante la pérdida, y luego a un muchacho bronceado, musculoso, completamente aceitado, tomándola de las manos y apoyándoselas sobre sus resbaladizos pectorales al tiempo que mueve la pelvis realizando movimientos copulatorios y dice algo así como: “¡Se fue Papaaaaaá, pero llegó Papiiiito!”.

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Happy Bearday, Gimena

Yo por Dentro

Mañana, 30 de Agosto, mi novia cumple años. Muchas veces la he mencionado al pasar en Damos Pen@, y otras tantas ella ha mezclado su voz entre los comentarios. Fue la musa de la “Guía para conseguir la Luna”, y si tengo que describir lo que siento por ella, diré que “She´s the best part of my day” (que en inglés quiere decir “te amo”, aunque con otras palabras). Por cierto, si este artículo se publicó, fue porque ella le dio su aprobación. Y censura.

Lo simpático es que alguna vez fui su alumno. Una de las cosas que más me atrajo (deduzcan las otras) fue precisamente su inteligencia y nivel cultural, muy superiores a los míos. Siendo una encantadora profesora de Literatura, rubia y de ojos verdes, me tuvo a sus pies más o menos desde que la vi. Adorándola como la adoraba (y adoro), no pude evitar imaginármela con novio. La cuestión es que casi lo tenía, pero no. Tuve bastante suerte, lo reconozco.

Empujado vaya uno a saber porqué, comencé a demostrarle mi interés de inmediato, tratando de impresionarla (con cosas como este blog) y de disimular que, intimidadísimo, me moría de miedo. Me costó un año de mi vida, unos buenos pesos, angustias varias, desilusiones y cantidades inmedibles de dolor, pero desde hace poco más de tres meses estamos comprometidos, y yo soy tan feliz como puedo ser. Tal vez, más. Aún no comprendo como salí vivo y airoso de todo eso, o como evité vomitar llorando (que creo fue lo único que me faltó, dentro de las paredes del patetismo). Lo mío, más que un delicado juego de la seducción, fue un meticuloso proceso de erosión.

Como dije en algún comment hecho en un blog vecino, no veo la hora de poder llenarla de “besitos matrimoniales”. Tenemos pensado casarnos el año que viene, y entre los dos ya hemos ahorrado setenta pesos. Miento, ayer pagué el celular así que nos quedan 35 pesos. No entiendo lo que ve en mí (tengo mis sospechas aunque prefiero no preguntarle por miedo a que se avive), pero sé que no la voy a dejar escapar nunca. Nos amamos con todo el corazón.

Eso sí, como todas las cosas en este mundo, mi novia es imperfecta. Hoy, aquí y ahora, voy a revelar el más perturbador de sus defectos: Se come mi maldita comida tras haberla rechazado.

-¿Querés? -le pregunto acercándole la última empanada.
No –me responde con cara de llena.
-¿La mitad? –insisto.
No, mi amor, comela vos.

Entonces, de acuerdo a las reglas universales de la posesión alimenticia, esa empanada pasa a ser mía. Pero cuando la suelto para tomar el vaso, chau empanada. Se la comió. Y así con todo: galletitas dulces, pizza, pedacitos de pollo, sánguches, facturas, etc. Me frustra, porque mi organización psicofísica ya estaba hecha a la idea de comerse esa empanada despreciada. Me fastidia mucho, y ella lo sabe. Cuando se lo hago notar, me mira mientras mastica, con ese gesto tan dulce que tiene, y esa cara que tan bien le sale… y estoy tan perdido y suyo como esa empanada que llena de escamas doradas la servilleta en su mano.

Un día voy a hacer la prueba de comer la mitad de una caja de crayones, o una plancha de telgopor, y voltear la cabeza hacia otro lado, a ver que pasa. Padece también de otro desorden neurológico que la lleva a comer las papas fritas de a pedazos, intercalando mitades y tercios de una con otra, pero como lo hace con sus papas fritas, no me preocupa.

Hoy, quiero que me ayuden a desearle el más feliz de los cumpleaños (para cuando ella lea el blog), saludándola fuerte. Prometo fastidiarla para que les responda, y escribir un post no tan largo (y menos personal) mañana temprano.

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Yo por Dentro – Vida Diaria

Los “genéricos” (aclaro porque Damos Pena está poniéndose cada vez mas internacional), son aquellos remedios que contienen los mismos componentes que sus pares caros, pero cuestan mucho menos. Bueno, no sé si mucho, pero menos. Pongámoslo en palabras de mi madre:

-“El remedio es el mismo, lo único que cambia es la caja y el nombre del laboratorio. No hay que pagar marcas. Y la próxima vez secá el piso del baño cuando salís de bañarte, mirá como lo seco yo y no me canso…y soy mas gente que vos.”

Estando así como estoy, con los gastos cuidadosamente planeados, estudiados y reducidos, caigo en sus redes cuando me engripo (o se me infecta una muela) y necesito mi dosis anual de amoxicilina (el genérico cuesta $5 y el renombrado Amoxidal cuesta $8). Pero el otro día me abrazó el pánico al percatarme de que esta actitud me puede llegar a costar la vida. Y brindaré un estupidísimo ejemplo para que comprendan mi preocupación.

¿Cuál es el mejor lápiz que uno puede tener en cualquier cartuchera, cartera u oficina? La respuesta es fácil: el “Staedtler Noris HB Nº 2”, fabricado en Alemania. Puesto así, algunos no lo van a conocer, pero si les digo que es el lápiz negro de extremo rojo (con un pequeño anillo blanco y sin goma incorporada), de superficie pintada en franjas longitudinales, amarillas y negras en cada uno de sus seis lados, con palabritas en dorado… la cosa cambia. Su forma hexagonal en vez de cilíndrica hace que tenga más agarre que cualquier otro artilugio de la competencia.

Es El Lápiz. Su grafito es resistente, y la madera es de buena calidad: no se astilla, ni se parte aunque se precipite al piso tres veces por día. Y te dura años y años, aunque lo uses a menudo. Lo tengo en mi cartuchera y confío tanto en él, que no llevo sacapuntas. Es una auténtica maravilla y quizá una de las más brillantes demostraciones de que se pueden hacer las cosas bien y alcanzar el éxito sin poner anuncios publicitarios o avisos en medio ninguno. Su calidad es su propio aviso. No resulta precisamente caro, pero cuesta un poquito más que los otros lápices. Y tal vez te compres sólo uno con el dinero que conseguirías cinco lápices “genéricos” de marca ACME, probablemente chinos. Ambas marcas tienen grafito, madera y forma de lápiz, pero no pueden compararse. Porque el Staedtler vale cada maldito centavo y más.

¿Se entiende? Me pregunto si lo barato no saldrá realmente caro; si la diferencia de costos y/o el supuesto espíritu “anti- renombre” no me estarán llevando a equivocarme con respecto a muchas cosas.

PD: Fue difícil no titular este post diciendo las palabras “Lápiz Japonés” una y otra vez, a gran velocidad.

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Científicamente – Vida Diaria

Continuaremos la línea del artículo anterior, debido a que el tema no sólo interesó y va a dar para inservibles discusiones de fin de semana, sino que también sacó a relucir un aspecto aparentemente fundamental a la hora de reducir nuestras expectativas y calidad de vida. Me refiero, obviamente, al stress.

El stress es una realidad. Y en lo personal, podría incluso indicar mis niveles diarios, porque suelo percibir tanto los síntomas como las altas y bajas (léase fluctuaciones; hoy estoy funcionando con un 45% de stress, lo que en hectopascales viene a ser como 778, digo, que se yo, por ponerle una unidad de medida) en el mismo. También sé que es lo que debería de hacer para bajarlo un poco, pero bueno, todo no se puede, con eso de las cárceles, las dificultades a la hora de conseguir tricloruro de metilo, el sida, los derechos humanos, y demás supercherías.

No obstante, no creo que el stress haya comenzado a hacer verdadero daño hasta que el ser humano empezó a darse cuenta de que el mismo era tal y cual cosa. Porque hasta hace no muchos lustros, uno se moría, en el velorio las viejas decían “el Señor lo quería a su lado”, y punto. A ver si con unos ejemplos logro explayarme con un poco más de prolijidad:

A orillas de un río se halla sentado un pescador, cien años atrás. Tiene una caña, un montón de hilo y un tarro lleno de carnada. Si no logra pescar hoy, su familia no tendrá nada que comer. Sin embargo, no sufre de stress. Lo mismo le sucede a –supongamos- un cazador, un homo sapiens arcaico, o un hombre de Neanderthal, cincuenta mil años atrás. Si no volvía a casa arrastrando el cadáver de un pteranodon, un mamut o cualquier otro bicho de hace mucho rato, toda la tribu sufriría hambre, frío, maldiciones, sueño y que se yo cuantas otras cosas. Al igual que el pescador, no se estresa. Tal vez porque no sabe que los pteranodons longiceps vivieron durante el Cretácico Tardío y llevan 85 millones de años de haberse extinguido al momento de su fútil cacería, pero eso no importa, porque es un bruto de todas maneras.

La razón podría ser simple, si es que comenzamos a considerar que lo que no conocemos no puede dañarnos. Me pregunto (como lo hizo alguna vez otro muchacho) si acaso no habré sido yo inmortal, mas o menos, hasta los tres años. Habrá que volver a lo básico, supongo.

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ADN Marca Piturro

Yo por Dentro – Científicamente – Madre Naturaleza

Estoy seguro de que algún científico o semejante debe de haber analizado y expuesto con mucho más detalle y conocimiento de causa la hipótesis que he estado cultivando y que leerán a continuación. Si no fue así, me referiré a ella de aquí en más como a la Teoría de la Genética Inversamente Proporcional. A mayor cantidad de humanos, menor calidad de los mismos. Y no me refiero a sus riquezas espirituales ni a su buen corazón o su actitud solidaria, no. Sino a su fortaleza física. A su resistencia; su salud bruta mas allá de su raza, religión o color de piel.

Me tomaré a mi mismo como ejemplo: Prematuro, nací tras apenas cinco meses de gestación, pesando sólo un kilogramo. Un paquete de yerba, si quieren: eso era yo. Un pequeño, frágil, ciego, huesudo, respiratoriamente inmaduro y gelatinoso paquete de yerba. Mi madre ya había perdido tres embarazos (por motivos bastante diferentes) antes de que yo apareciese, y prácticamente se hallaba hecha a la idea de que yo me convirtiese en la cuarta baja, pero por si acaso, todos probaron a ver que pasaba conmigo y me metieron en la incubadora, donde pasé los primeros cincuenta días de mi vida. En forma de catorce lunares sobre mi trasero, las catorce cicatrices que me dejaron las catorce inyecciones que me dieron para despabilarme, no me dejan mentir. Cada una de ellas representa un paro respiratorio, cada una deja por sentado que le debo mi vida (al menos en cierto porcentaje) a la ciencia médica.

Luego crecí, y hoy en día soy un grandulón de casi dos metros y noventa kilos. Practiqué deportes con regularidad durante mi niñez y no sufro de malformaciones, disfunciones o males extraños ni nada que se le parezca. Y no, no me faltan los genitales. Pero enfrentémoslo: soy de mala calidad: En otra época, no habría sobrevivido. Y no estoy hablando de quinientos años en el pasado, sino unos cincuenta, nomás.

Y vaya a saber uno cuando venció la garantía. Me enfermo con bastante facilidad y el oxígeno que se envió directamente a mi organismo ayudó a desarrollar mi miopía. Para peor, los hombres de mi familia no se caracterizan por alcanzar una vejez bíblica. Asma, problemas dermatológicos, cáncer de varias clases, problemas hepáticos, hipertensión, diabetes… Ustedes nómbrenlo, que de seguro lo tuvimos, más allá de que casi ninguno fume o beba.

Mi bisabuela materna, sin embargo, vivió mucho más de cien años. Su hija (mi abuela), hasta los 87, que podrían haber sido varios más de no ser porque dejó de cuidar su hipertensión. Y ambas trabajaron de sol a sol, sufriendo calamidades varias (léase: exponiéndose a factores de riesgo) y teniendo muchas menos comodidades que yo, pero comiendo empanadas fritas, milanesas, tortas fritas, grasas y todas esas cosas que hoy en día te matan.

Y ahí está la clave: no a todos los matan esas cosas. Porque los genéticamente superiores la pasan bomba comiendo cualquier cosa, fumando, bebiendo y haciéndonos creer que lo que nos arruina es el stress y el colesterol. Prueba de ello son los morochos que se sientan en la vereda a tomar cerveza, en cueros, vestidos únicamente con unos pantalones cortos en pleno invierno, y no se resfrían, mientras que yo necesito nebulizaciones con sólo ver una persona caminando descalza en una publicidad televisiva.

Ante una inminente falta de recursos debido a la superpoblación mundial, ¿No sería el máximo acto de heroísmo y sacrificio el que los genéticamente paparulos renunciásemos a tener hijos por los próximos cuarenta mil años a fin de que la raza se fortaleciese un poco?

Discutan.

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Trabajando – Yo por Dentro

“No te das cuenta de que te faltan hasta que los perdés” dicen algunos emperadores de la obviedad para acordarse de los afectos desaparecidos. Creo que esa frase puede aplicarse en mayor o menos medida a casi todo, y por eso no la uso. Sin embargo, días atrás, una privación a la cual fui sometido me cambió muchos puntos de vista.

En mi lugar de trabajo, los baños son una cosa de no creer. Todo es nuevo, todo es inmaculado, todo parece muy caro; el inodoro succiona con fuerza hercúlea y el agua gira violentamente debido a que los sensores infrarrojos hacen correr el agua sin que uno tenga que hacer nada más que ponerse de pie (también gira cuando llevás mucho tiempo sentado y parece que te va a tragar la turbina de un Harrier), nunca faltan rollos de papel ni posa-nalgas descartables, los mingitorios no salpican sin importar el ángulo del pis (sí, lo probé)… Toda una maravilla en loza blanca y acero inoxidable, oliendo siempre a una mezcla de fruta y lavanda. A veces, creo que hasta me dan ganas de llevar pañales para adultos, a fin de no alterar la impecabilidad de las instalaciones con mis deposiciones. En resumidas cuentas: yo me casaría en ese baño, de no ser porque mi novia prefiere conservar la tradición optando por una ceremonia breve, perpetrada convencionalmente en una iglesia cristiana.

Uno de los cuatro inodoros está en el baño para discapacitados, que se aloja en un cubículo grande como el baño de mi casa completo. Precisamente ese inodoro que me ví forzado a usar, estando el resto ocupados.

Lo que no sabía, era que los inodoros para discapacitados son -cuando menos- 20 cm. más altos que los otros. La desesperante situación en la que me hallé no tiene nombre (que pueda pronunciarse en lengua humana de la cual se guarde registro), pero me sirvió para darme cuenta de que nada me resulta más incómodo que intentar hacer popó haciendo equilibrio sobre el inodoro, apoyando apenas las puntitas de los pies. Tal vez se deba a que soy alto, y a que por lo general me apoyo sólidamente sobre mis plantas, flexionando bien las piernas, con la autoridad indispensable en semejantes situaciones…

Pero no pude, y me quedé allí hasta que sentí que se desocupaba el inodoro de al lado, que se convirtió, sin saberlo, en la muchacha más bella del baile. La única con la cual puedo y podré bailar, de aquí en más, todas las milongas intestinales que me sorprendan tan lejos de casa.

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