Resulta que eso empezó hace diez días, doce. Un día después de ir a ver al psíquico/psicólogo/psiquiatra.
Entonces el tipo, después de hacerlo esperar dos horas y media le dice a usted: «le voy a dar un hipnótico suave». Usted no le cree, porque decir “hipnótico suave” es medio como un oxímoron. “Cualquier cosa con el poder de hipnotizar no debe ser suave”, se dice usted. Pero luego se acuerda de una par de tetas y dice “Bueno, en una de esas, sí se se puede ser suave e hipnotizar”.
Entonces entra a Facebook y acepta a todos los loquitos que quieren ser sus amigos en esa cuenta que creó hace mil años y que nunca usa. Porque va a necesitar amigos que digan que antes de tomar la pastillita chiquitita usted no era de barnizar escarabajos y subirse a venderlos en los colectivos. Nuevos amigos, porque los viejos van a salir en la tele diciendo: “Lo que me sorprende es que no haya pasado antes, jajaja… ¡Grande, Mantis!”
Y entonces se toma la cosita, que es chiquitita y efectivamente tiene pinta de pastilla para sanar locos. También tiene pinta de pastilla que da vigor sexual.
Difícil que algo que se llama “psicofármaco” pueda hacerle bien a la cabeza de alguien, pero bueno, usted prueba porque la caja le costó 26 pesos y eso es mucho menos de lo que paga por otras cosas. Sacó la cuenta mensual y resulta que gasta más en Coca-Cola que en psicofármacos. “No puede ser que me salga más barato saciar la sed que dormir por las noches”, dice usted. Y la verdad es que no, no puede ser.
Entonces se pone a tratar de dormir. Usted, se pone a tratar. ¿Quien va a ser? Y levanta la colcha y pide: “Cuidado con los autitos”. Y ve monstruos. Y entonces usted empieza a ver calaveras y se encuentra en el mundo de los muertos de los mexicanos. Y usted está más onírico que nunca. “Que suerte: estoy durmiendo y soñando”, piensa usted. Las alucinaciones, por suerte, derivan en una cosa medio rara, como un mundo macanudo de muñequitos como los de Fraggle Rock, todos sentaditos en el escritorio que tiene en su habitación. Con montañitas y un lindo paisaje.
Pero al otro día resulta que no.
Porque resulta que la pastilla es una pastilla que no funciona como usted cree. Resulta que la pastilla no lo hace dormir a usted, sino que hace que se duerma el cerebro de usted. Por lo que el que tiene que irse a dormir y cerrar los ojos y hacer de cuenta que duerme, sigue siendo usted. “Una pastilla que me duerme el cerebro y me convierte en un sonámbulo no puede ser buena”, piensa usted. Se imagina a sí mismo teniendo que quitarse la vida como los infectados heroicos de las películas de zombis. Oh, los zombis. ¡Usted se convierte en lo que más detesta!
Al día siguiente, usted entonces se concentra en dormir fuerte, y cierra los ojos, y hace fuerza para dormir. Se toma la pastilla cuando no da más, cosa de que no cueste tanto. Y apaga la tele, todo, apaga todo. Pero se le confunde eso de hacer fuerza para dormir con lo de hacer fuerza para cagar y se levanta para ir al baño, apurado porque sabe que la pastilla hace efecto rápido. Y deja la puerta del baño abierta, y mira hacia fuera. Y a los cinco minutos se le entran a mover los broches del tender que tiene la ropa tendida. Se mueven, se mueven. ¡Están vivos! Y un par de medias con pinta de saber lo que está pasando le dice cosas al oído a la camisa del costado.
“¡Eras mi camisa preferida!”, dice usted al borde del llanto. A esa altura del partido es obvio que levantarse a cagar fue un error, porque ahora hay que defenderse de los objetos inanimados que se animaron por la pastilla. ¡Anímese usted también!
Pero cualquier intento de resistencia es fútil: usted pronto descubre que se está violando a un pingüino empetrolado, en defensa propia. Pero a mitad de camino usted se da cuenta de que no es una violación. “No es la primera vez que el pingüino hace esto”, se dice usted desencantado. Pingüino asqueroso. Ni siquiera era un pingüino hembra. Usted entonces pierde el entusiasmo debido a que en las relaciones sexuales (sexuales, sexuales) le gusta ser siempre el más degenerado de los dos, o de los tres, o del grupo. La macana es que ahora usted tiene alucinaciones en las que se encuentra siendo atacado por hombrecitos con máscaras mexicanas del día de los muertos ¡Ayudame Grim Fandango, la puta que te parió! Por suerte aparece “Enano” de “Los Goonies” para poner las cosas en orden.
Y se duerme usted, de alguna manera, y llega al otro día sin haber prendido fuego la casa. Entonces usted decide que es hora de cambiar la posición del centro de gravedad y come más que de costumbre. O sea, come como cuando era gordo. Come. Come. Le acercan algo y se lo come. Papas al horno que quedaron del mediodía: se las come. Queso cremoso que era para la pizza: se lo come. Pan a disposición dentro de los límites de su domicilio: se lo come. Se come todo y aumenta cuatro o cinco kilos así de golpe. El cinturón no miente.
“Cuanto más pesado el cuerpo, menor es el porcentaje de psicofármacos por centímetro cuadrado”, se dice usted sacudiendo una batuta imaginaria y saliendo a comprar dos kilos de falda parrillera que además de parrillera, es imaginaria. Usted no está bien. Hágase ver. “Pero si desde que me hice ver que estoy peor” dice usted. “Ah, el señor cree que el problema es el haberse hecho ver… Hágase invisible, entonces”. Pero usted hace fuerza para hacerse invisible y se confunde de nuevo y ahora tiene ganas de cagar. Un inútil, usted, eh! En una de esas el tipo le recetó a usted un LSD laxante experimental que fabrica al fondo de su casa. Piénselo y va a ver que es así. No, si no le sale naturalmente lo de pensar, no haga fuerza, por las dudas.
Pero al tercer día de dormirse haciendo fuerza, usted ya no hace tanta fuerza. Y a la semana, usted está más descansado. Y ya no le despierta curiosidad eso de tomarse la pastilla nomás para ver lo que pasa con las alucinaciones coloridas. Y entonces empieza a dormir mejor, como más fuerte.
¡Las drogas son buenas, entonces! ¡Mamá miente cuando dice que son malas! ¡Fleco estaba equivocado! La pantalla de presentación del Pit Fighter que había en la sala de arcades a tres cuadras de casa me mintió: Winners use drugs!
Pero la pregunta del día es: ¿Soy el único que piensa que la futura reina de Inglaterra es medio insulsita? Por supuesto que es rica y que las universitarias ricas hacen de todo, de acuerdo a lo que aprendí viendo películas norteamericanas. Pero mientras que esta mina parece ser de las que se quedan quietitas en la cama, la periodista reventadita esa que se casó con el príncipe español hace algunos años tiene pinta de saber bajar una bragueta nomás mirándola fijo.
Algo así como una Jedi porno.