Anduve raro estos días. La palabra no es deprimido (guardo eso para la gente que se deprime) sino tristón. Como cansado, estresado y todo eso junto. El hecho de que hace poco mi hermana hubiera cumplido 23 años (de no ser porque se murió en un accidente de tránsito) y el día del estudiante de ayer (aniversario de aquella vez en que un micro se le cayó encima a mi primo más querido y lo mató hasta matarlo) influyeron mucho, y la cucharada sopera de postre la dio eso de que tengo los aparatos en la boca y no puedo comer como Dios manda. De no ser porque tengo un pene de excelente rendimiento y preciosas dimensiones, creo que estaría desconsolado.
Lo que se entiende como que estuve unas semanas como medio, como así… como… predispuesto a entrar a un supermercado y abrir fuego indiscriminadamente, hasta que hoy, TN me entregó algo que no pudo sino ponerme de buen humor. La noticia tenía “Damos Pen@” escrito por todos lados:
Polémica en Chubut por la policía infantil. Chicos de entre 9 y 14 años desfilan con estilo militar y usan chalecos antibalas.
Es hermoso a varios niveles. Se me hace agua la boca. Resulta, resulta, resulta, que cada sábado, un grupo de más o menos 40 pibes se junta a hacer cosas de policía bueno. El responsable (o quien parece hacerse cargo) es el capellán de la policía, de nombre Alberto Mari.
“Es para que saquen la policía que hay en su interior”, dijo, nomás para que este artículo pudiese tener un buen título.
Voy a tratar de ser objetivo (pido perdón por semejante noción decimonónica pero no se me ocurre mejor palabra) y procuraré imaginar que estos niños, lejos de convertirse en pichones de Mussolini, aprenden a servir a su comunidad. Supongamos que parte de su formación como niños policías incluye cosas como aprender primeros auxilios, leyes de tránsito, normas básicas de salubridad y convivencia urbana, etc. Supongamos que además de los desfiles y el ejercicio físico y las rutinas de los sábados, pasa eso. ¿Tan malo suena? Cuando el día de la primavera se festeja con el SAME atendiendo apuñalados y comas alcohólicos, yo me creo necesitado de elegir entre el menos peor de los males. Digo, qué se yo. Y eso que todavía no tengo cría.
Yo no defiendo a los policías. Más de una vez me he escapado del Tiro Federal (porque tengo armas y me gustan y entreno pensando en los zombies, porque un día de estos van a venir los zombies y todos sabemos a la casa de quién vas a ir corriendo a pedir socorro. Sí, te hablo a vos, que te cagás de risa de eso de las armas, y el alimento deshidratado y el generador de electricidad portátil y la moto con el bolso de emergencia y el tanque lleno) debido a la impericia y negligencia de los agentes policiales con sus armas de fuego, horrorizado ante la imagen de media docena de policías tirando con una mano, y pidiendo bizcochitos de grasa con la otra. Me he espantado ante la instantánea de desarmar un arma y descubrir que su malfuncionamiento se debía a que había sido lubricada con aceite de cocina usado (aparentemente el pan rallado de las milanesas no es bueno para los mecanismos) y cosas peores. Pero defiendo a la policía como fuerza de orden indispensable en democracia, y me parece que la única manera en la policía puede volver a ser un conjunto de servidores públicos, es quitándole de a poco los vicios, las mañas horribles y los preconceptos (o prejuicios, no sé como habla la gente que lee libros) dañinos.
Obviamente, los primeros en aparecer son los papanatas que dicen defender los derechos humanos, como un fulano de nombre Juan Arcuri que salió a querer poner amparos y esas cosas de gente que vive del show, a la voz de “los chicos deben formarse y educarse en la escuela” (no sólo como docente sino también como ciudadano creo que la educación es rol de la sociedad toda). Pero no es mi intención meterme con los derechos humanos, así que se lo voy a dejar todo a Hebe de Bonafini: esa señora tan desprendida, medida y bienintencionada que nos enseña a amar y reconstruir todos los días. Ah, el amor de una madre.
Pensé en buscar información respecto a este asunto para interiorizarme y poder hablar con fundamento, pero luego me di cuenta de que esa “información” me iba a entorpecer el camino. Es mucho más fácil escribir cuando no tengo ni puta idea acerca de lo que voy a hablar. Ahora bien, si todos somos re-inteligentes y sabemos que la policía es mala, que roba, que tiene que ver en todos los golpes grandes, que abastece a los delincuentes, que se llena de corruptos, que cuida a los chorros y a los que le venden droga a los chicos, que fomenta y esponsoriza la inseguridad, y que sirve a intereses funestos y todas esas cosas… ¿Porqué preocuparse?
Obviamente, lo que estos chicos hacen no tiene nada que ver con eso. Desde el punto de vista más pragmático, puede decirse que lo que hacen no es de policías, mas allá de que el cura quiera así creerlo. Los familiares y amigos contribuyen, se hacen fiestas, biles, rifas y ferias de platos y la comunidad toda apoya lo que puede llegar a funcionar como un vehículo de cosas mejores. Estos chicos, de «policía» no tienen nada salvo el chaleco, que –créanme cuando se los digo- me parece tan digno como una camiseta de Chacarita, una remera cheguevarista o una de esas musculositas de nena que usa Emmanuel Horvilleur. Y esto sin ánimo de ofender a nadie, digo… ya que obviamente la noticia ha tergiversado la realidad: los chicos probablemente usan sólo una pechera o una remera, ya que un chaleco antibalas es bastante útil a la hora de detener puñaladas, esquirlas e impactos directos de bala, pero no puede adquirirse sin un permiso legal y cuesta varios cientos (y hasta miles) de pesos. Si yo pudiera, tendría uno. No por los zombies, sino por los sobrevivientes. En caso de hecatombe zombie, muchos ciudadanos libres de infección entrarán en pánico y otros tantos se volcarán hacia la delincuencia y la supervivencia del más apto y yo tengo que estar listo para poder defenderme.
Entonces, resumiendo porque me tengo que ir a hacer un guiso y luego molerlo con la minipimer, la pregunta tridimensional del día es: ¿A quien puede resultarle ofensivo un taller donde se ponga el acento sobre la “vocación policial”? Considerando el descajete en el que vivimos, y la poca confianza (ni hablar de admiración) que despiertan nuestros servidores públicos en general, a mí me parece indispensable.
Y lo digo pensando en ustedes, el resto, que no tienen mis músculos, ni mi miembro perfecto ni mis armas, ni mis amantes que me dicen: “Así… que bien me cogés, mi amor…”, y que dependen exclusivamente de la policía del barrio para defender a sus seres queridos.