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Archive for febrero 2008

Estuve pensando… tres años es mucho tiempo. Es hora de que hagamos algo juntos.

Resulta que descubrí un juego on-line que no requiere tiempo, dinero, inteligencia o una gran computadora con adminículos de última tecnología conectados a ella. Ló unico que requiere es saber algo de Inglés. Este adefesio entretenido al que me refiero se llama Urban Dead, y es la razón por la cual no estoy escribiendo artículos nuevos. Puede que llegue a ser también la razón por la cual no regrese a trabajar el lunes que viene (estoy de vacaciones). No recuerdo exactamente la dirección electrónica, pero si ponen Urban Dead en un buscador les va a salir. En una de esas cancelo la luna de miel también (mentira, mentira, no se cancela nada, quiero caerme del avión y poder comerme un rugbier sin ser acusado de homosexual).

El juego existe desde hace algunos años y tiene su propia Wikipedia, en la cual se listan los ítems, estrategias, lugares a recorrer, etc. El objetivo es sobrevivir, y la mejor forma de hacerlo es juntándose con otros.

Gráficamente hablando es estiércol fresco. Es más, no posee gráficos, ya que todo se reduce a un dibujo, un tablero compuesto de cientos de casilleros, de los cuales vemos nueve (el que estamos habitando y los ocho que lo rodean), entre locaciones, calles, etc. que van revelando la inmensa ciudad ficticia de Malton. O sea: sabés que es un Hospital porque dice «Hospital», y lo mismo con todo, si bien en los tres días que llevo de jugar me aprendí más sobre Malton de lo que sé sobre mi propio barrio. En serio, miren: después de la calle en que vivo viene la calle Patricios o Patricias Argentinas, la calle Gandolfo, otras dos o tres a las cuales no les sé el nombre y finalmente la Avenida Avellaneda. No sé más que eso. El hecho de que los remiseros aún no sepan que podrían hacerme pagar viajes de 30 pesos sin que yo pudiese evitarlo me ayuda a dormir durante las noches.

O sea: Urban Dead es un juego de rol, parecido a esos juegos de tablero donde un montón de vírgenes tiran dados y hablan de hechizos. Quizá de estrategia. La gracia está en elegir una profesión o «clase» para nuestro personaje y luego explotar sus cualidades tratando de juntar experiencia, para poder comprar más habilidades, etc. Los zombies también son personajes controlados por otros morochos a lo largo del mundo, por lo que todo se reduce a un montón de gente odiándose y ayudándose constantemente. Pero lo bueno de este juego es que no se puede sacar ventaja siendo un nerd de los que se quedan conectados juntando experiencia todo el día, ya que los puntos de acción (o energía) son 50 para todos, y cuando se gastan, uno no puede seguir andando, viéndose obligado a descansar, previa localización de un lugar seguro o barricado, pero no tan barricado como para no permitirnos ingresar. Los AP (action points) se recuperan a razón de uno cada media hora, por lo que no podríamos sacarnos ventaja ni queriendo. O sea: más de 50 movimientos por dia no se pueden hacer.

Se juega en cinco minutos. Tal vez menos, por día. Querer salir a matar un zombie el primer día es suicidio. Querer hacerse el banana es suicidio. Y agotarte fuera de un lugar cerrado o seguro es también, suicidio. Y si te morís, pasás a ser un zombie. Podés seguir como zombie (también mejorando y aprendiendo cosas) o buscar que te revivan, pero es difícil. Se pierde mucho tiempo tratando de encontrar un item cualquiera, y es mucho más ventajoso -al menos al principio- pasársela encerrado juntando ítems o huyendo, que salir a cazar. Se puede iniciar el juego siendo zombie, incluso, con alguna ventaja también.

¿Por qué publico todo esto? Porque mi propuesta es obvia (y la siguiente): juntémonos a combatir contra los zombies. Iniciemos una resistencia, que para algo somos el comando damospeniense. Estoy medio insomne y la verdad es que me vino bárbaro. El juego parece una porquería, pero le pasa el trapo a más de una de esas maravillas de gráficos 3D y «realismo» paparulo. Aparezco como Mamboreta, soy un soldadito recién creado, y me encuentro refugiado en una comisaría en East Grayside.

Aparte, ponele que no crees en los zombies: hacés de cuenta que son pibes chorros o cartoneros. Todo sirve; anda igual.

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Suena a que te entren con molleja líquida a través del recto, pero no, nada que ver. La cuestión es que días atrás, y mientras hacía pis, me di cuenta de que disfruto un tanto más el no hacer las cosas que no me gustan, que el hacer las que me gustan. Y eso me hace, supongo, una víctima del placer pasivo. Paso a explicar, porque mucho no se entiende a menos que hayan estado haciendo pis conmigo.

O sea: No es que me guste levantarme tarde, sino que no me gusta levantarme temprano. Me molesta más madrugar, no es que me guste mucho dormir hasta tarde.

Me di cuenta haciendo pis porque, precisamente, hacer pis me provoca un gran placer. Pero no hacer pis me provoca un aún mayor malestar. Algún facultativo médico probablemente diga: “No, lo que te provoca es alivio, ya que meás a lo sumo dos veces al día y andás constantemente con la vejiga llena». Bueno, podemos estar de acuerdo en no estar de acuerdo, entonces. Imagino que 300 años atrás el mismo facultativo habría estado igual de seguro sobre la efectividad de las sopapas de vidrio caliente a la hora de combatir la locura.

Eso me pasa con Damos Pen@. Cada vez tengo menos tiempo para dedicarle, pero no por ello menos ideas. Que algunos temas ya fueron cubiertos… si, seguro. Que hoy en día hay muchos más blogs de los que había en esa época también es cierto. Damos Pen@ me deja a la vez ese sabor de la tarea cumplida y la tarea pendiente, y si bien disfruto mucho haciéndome reír a mi mismo, lo que más me impulsa a escribir es el hecho de que me molesta mucho no hacerlo. Cosa de angurriento o de ególatra desmedido y fanfarrón; de pensar: “antes de que otro escriba algo estúpido respecto al asunto ese de tal cosa, yo tengo que escribir algo brillante” , o algo semejante.

Pero no siempre fue así. En un principio, este blog nació de la sugerencia de un amigo, con quien nos planteamos la idea de hacer algo. Cualquier cosa, considerando que mis tareas diarias consistían en conseguir 99 conjuros de cada clase en el FFVIII y algunos ítems raros para forjar armas, y las suyas en juntar toda la leña y cuero posibles a fin de vender y ganar oro en el Argentum.

Sitúense en la época en la que Blogger te permitía elegir entre varios colores del mismo estilo básico. El primer Damos Pena tenía letras grises (que se veían blancas) sobre un fondo negro, con detalles en verde claro. Que ahora sea blanco con verde se debe sólo a que las fuentes de iluminación que me acompañan cuando escribo han cambiado su naturaleza, pero lo más probable es que así se quede para siempre. Porque –insisto- soy partidario de los placeres pasivos, o la comodidad.

¿Porqué continuó escribiéndose este blog en sus comienzos? Bueno… casi se podría decir que para levantarme una mina, aunque lo cierto es que eso de “levantarme una mina” es una forma de decir “despertarle aunque sea una curiosidad o lástima a alguien que es mucho mejor partido que uno” y nada más. Al principio la idea era la de publicar por publicar, pero pronto me entré a aburrir y casi desistí, hasta que apareció ella. Cuando ella empezó a darme bolilla largué el blog a la mierda, como Dios manda, porque el tiempo y las intenciones (amén de las energías) no dan para todo. Súmenle a eso el hecho de que a las mujeres les gusta también que uno trabaje y juegue menos de cinco horas diarias a los videojuegos, y entenderán. Pero –reinsisto- todo el asunto es una cuestión de placer pasivo. No estar con ella, por alguna extraña razón un tanto terrorífica, me lastima. Y como disfruto mucho más el no hacer las cosas que no me gustan (en este caso, extrañarla, carecer de su presencia), me caso en unas semanas. Llámenlo amor.

Pero…¿Cuándo regresó el entusiasmo por el blog? Cuando tuve tiempo de escribir en el laburo y Esteban Podetti tuvo la gentileza de manifestar mi existencia en su “Yo contra el Mundo”. Cuando quise darme cuenta estaba recibiendo comentarios acusándome de antisemita, pedófilo, ultraderechista /o y zurdo recalcitrante, todo junto. Al día de la fecha, sin embargo, los artículos que más visitantes recibieron fueron los referidos a la lista de futbolistas y las críticas a un cocinero televisivo. Algún mensaje debe haber en ello.

La única excepción a la regla esta de la que hablaba en un principio (el disfrute a través de la indulgencia, demos en llamarla), creo, es la que viene directamente de mis placeres adictivos. Siempre preferiré el comer cosas ricas por encima del no comer cosas feas, y me gusta mucho más jugar a los videojuegos de lo que me molesta tener que hacer otras cosas, ¿se entiende?

Quizá no esté prodigiosamente redactado todo esto, pero a lo que voy es a que si hace tres años alguien me hubiese dicho que yo un día iba a estar probándome un traje para mi casamiento y al mismo tiempo pensando conversaciones con hímenes para poner en este blog (que cumplió años este sábado y me encontró con la PC rota tanto en casa como en el laburo), me habría costado trabajo creerle. Más de cuatrocientos veinte artículos combatiendo el papanatismo apátrida, más de doscientas ochenta mil visitas, una ponchada de comentarios. Nada de esto entra en un currículum, pero bueno… si la idea fundamental de nuestra existencia fuese llenarnos de plata, tanto ustedes como yo estaríamos vendiéndoles agua mineral y pastillas a los papanatas en la Creamfields.

Saludos. Y felices tres años para ustedes también. Pero la pregunta del día es: ¿Cuál de estos horribles artículos fue el que más grabado se les quedó en el cerebro?

A mí me gustó el del formoseño apodado «Leche Sucia».

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Que este blog sirva para algo. Lean rápido, no pierdan tiempo, por favor, esta es una emergencia.

No puedo hacer otra cosa (sería mentirles, sería fingir un orden de prioridades diferente) sino recomendarles una película de las que valen la pena. Es impresionante, sencilla y maravillosa. Sin lugar a dudas, la mejor película que vi en los últimos tres años, por lo menos. Alguno creerá que cae en el casillero de las películas familiares estilo Disney, pero nada más lejano a eso. Ubicada en una Nueva York “linda” (bueno sería poner en escena a un montón de prostitutas adictas al crack), esta película hizo de mi mundo un lugar dos o tres veces mejor. Quizá más. Si tuviera que elegir entre ver esta película nuevamente y encontrarle una cura al SIDA, la Tierra se llenaría de Fernandos Peña.

Se llama Little Manhattan, y está protagonizada por un nene que se llama Josh Hutcherson, quien lleva a cabo una actuación perfecta. ¿Saben lo que es perfecto? ¿No saben? Perfecto es la actuación de este pibe; préstenme atención cuando escribo, hagan de cuenta que soy Morgan contando chistes de hímenes. Hay más talento emocional en esta criatura que en todo el Sindicato Argentino de Actores. Miren su cara, escuchen los tonos de su voz. Admiren sus silencios, y deléitense con la capacidad de esta criatura para la comedia (particularmente física en este caso), que es más difícil que…

-… ¿Más difícil que encontrar un himen en una secretaria pechugona?

Sí, gracias, Morgan. La cuestión es que no hubo un solo segundo de sus ochenta y tantos minutos en el que no disfrutase como una verdadera BESTIA gracias a este film. Su director, Mark Levin, resultó ser uno de los coproductores de esa serie tan entretenida que conocimos como “The Wonder Years” o “Kevin, Creciendo con Amor” o “Los Años Maravillosos” o “Aquellos Años Felices” o “La Tanga de tu Prima”, no recuerdo cuántas versiones tuvo el nombre. El tipo sabe lo que hace y se mueve con la experiencia que sólo puede compararse a la de una Graciela Alfano surfeando en un tsunami de porongas. La puntería… la precisión de esta película hace que en determinado momento, te den ganas de pararte y aplaudir, taparte la cara con la almohada, salir a quemar villas miserias con un grupo de amigos cocainómanos, casarte, divorciarte, enamorarte. Todo salvo masturbarte, porque es la película más tierna que vi a la fecha, junto con “El Gigante de Hierro”.

Casi lloré El que tenga banda ancha a tiro y realmente quiera tocar el cielo con las manos esta noche (léase: tener el mejor y más laborioso/comprometido sexo de toda su vida) debe descargarla ya mismo con alguno de esos sofgüers pirateadores con los que se hace todo hoy en día. O comprar el DVD. O robarlo. Para los restantes cobardes, pobres y semejantes, queda esto: La van a dar dentro de unos días en Cinecanal, bajo el nombre “ABC de Amor” y es, lejos, lejos, lo mejor que va a tener el cable para ofrecer en todo el año. Agenden, no sean hijos de puta.

-Martes 19 a las 17.45 hs.
– Jueves 21 a las 15.50 hs.
-Lunes 25 a las 21.20 hs.
-Martes 26 a las 9.15 hs.

Es una obra maestra.

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Cuando leo este tipo de noticias no puedo sino agradecerle a Dios un montón de cosas, entre ellas mi trabajo, el don de la vista, el hecho de estar vivo, y demás cositas chiquitas lindas. No es de último momento, pero no por ello resulta menos satisfactoria.

He aquí un señor entre señores, llamado Al Maliki, que se comió 22 escorpiones solo para entrar al Guiness.

Y después dicen que el mundo es un lugar horrible para vivir. El tipo llegó a decir: “Disfruto mucho cuando los como, siento pena por la gente a la que le da asco verme cuando como escorpiones”. Si eso no es madera de héroe, entonces no sé. Y no sólo conforme con eso, como provocando a los gordos ridículos de Cuestión de Peso y a la mamutófila que conduce el programa, agregó: “Nunca he sufrido efectos secundarios cuando como escorpiones, y nunca visité al médico para quejarme”.

Bueno, lo de «quejarme» lo agregué yo. No se especificó si el banquete estaba constituido de insectos crudos o cocidos, pero sospecho que comérselos cocidos debe ser algo común entre algunas culturas de esas donde no crecen zapallos o vacas. Tipo altiplano, o México, o esos lugares, no sé, yo no viajo mucho. Como estamos hablando de un verdadero prócer, yo apuesto a que los escorpiones no sólo estaban crudos sino que además estaban vivos, altamente entrenados en varios sistemas israelíes de combate cuerpo a cuerpo y antes se les había dado de comer vidrio molido amén de atárseles hojitas de afeitar a los costados.

atrás, atrás y piña bajaLo mejor de todo es que Al Maliki no dio precisiones acerca de la presencia de algún juez de Guiness o autoridad competente que pudiese certificarle el record, lo cual habla muy bien del tipo, que de acuerdo a mis escalafones de heroísmo viene a ser más o menos lo que un Caballero del Zodíaco, pero de los más masculinos y sacrificados. Supongamos un Shura, de la Casa de Capricornio. Los que no hayan visto la serie animada estarán disfrutando un 73% menos de este párrafo, pero bueno, ayer estuve ordenando mis cosas y encontré un montón de VHS´s viejos. Hagan las cuentas.

Un hecho: Los insectos son los animales más frecuentes y abundantes, cosa que se aprende viendo documentales en Animal Planet o Discovery Channel. Los locutores siempre dicen que son “las criaturas más numerosas de la Tierra”, fíjense y van a ver que es así. Pero lo cierto es que yo una vez me metí una cucaracha en la boca (cosa que opaca en algo la anécdota esa del chimichurri), tras haber leído que Nicholas Cage había hecho lo propio durante la filmación de una película, sin fingir o falsear la situación con juegos de cámara o utilería.

Porque si Nicholas Cage con esa cara de mamerto podía, yo también. Pero en serio… bueno sería que se pusiese de moda en estas tierras eso de comer bichitos.

-Buenas tardes…
-Buenas tardes… usted dirá
-Esta noche quiero alimentarme de algo especial, pulpero de mi vida…
-Temo no cumplir sus expectativas: todos mis hímenes están en mis chistes, y el resto son sólo escrotos…
-Jajajaja… no me canso, no me canso de ti, mi soberbio proveedor de carcajadas. Dices “himen” y ya me desternillo. Honestamente: tengo una cena importante en casa y no quiero que mi Jefe piense que mi esposa y yo somos vulgares comedores de milanesas de los que se sienten sofisticados frente a un lomo mechado.
-El lomo mechado es grasa.
-Ni que lo digas… pero ya bastante tengo con el hecho de que piense que mi cinturón está decorado con dientes de desaparecidos durante la última dictadura militar.
-¿Y no es así?
-Sí, pero yo lo heredé, no tengo la culpa de que al abuelo fuese de los que practican el “acá no se tira nada”.
-No me animaba a preguntar, pero la confección del mismo debe haber resultado trabajosísima…
-Diría el abuelo: ¡ESMA´ fácil de lo que parece!… Jajajaja…
-Jajaajjaa… es gracioso aunque no puedo dejar de pensar en hímenes. Volviendo al tema… En caso de que esté interesado en probar algo realmente distinto puedo llegar a ofrecerle una de las novedades gastronómicas de esta temporada: los escorpiones.
-¿Escorpiones?
-Sí. Y más crocantes que los hímenes de unas momias mexicanas puestas al sol.
-Jajajajaja… eres inconmensurable. Créeme, Si fuese yo mujer, resultase violada por un remisero y quedase embarazada, el útero se me desgarraría y yo abortaría de tanto reír.

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¿Vieron toda esa gente que dice que “le gustaría viajar, conocer mundo», etc.? He allí otro grupo de gente al que no he de pertenecer nunca.

En algún lado creo haber leído el término «discapacitado vacacional”, y creo que eso es precisamente lo que soy, ante todo. Mi familia nunca contó con esa costumbre de salir de viaje todos los años para descansar o desenchufarse del trabajo diario. Y no porque no trabajasen, sino porque la plata quizá se gastaba en otras cosas, más o (casi siempre) menos coherentes. Algunos podrán decir entonces que no he viajado, que no puedo opinar o que no me gusta simplemente porque no me gusta… pero en las ocasiones que viajé, no me sentí realmente cómodo o lleno de alborozo.

El primer viaje que recuerdo muy borrosamente fue un paseo de fin de semana o (día y medio) a Entre Ríos. Yo tenía unos cuatro años. Creo que fue allí que mi madre bailó una canción con mi padrino (durante una fiesta, a la noche) y yo me puse celosísimo. ¡Aplaudí! ¡Divertite! ¡Qué amargado! -me decía una tía, y yo chocaba mis puñitos llenos de furia. Es lo único que recuerdo, pero puede que todo haya sido un sueño.

El segundo: otra visita borrosa (sea culpada mi memoria) de fin de semana a Entre Ríos. En compañía de mis tíos del lado materno, y mi prima, todos dentro de un Fiat 600 al que todavía le discutimos el color (yo digo que es turquesa, pero hay quienes dicen que es más azul que verde y otros que dicen lo contrario). Yo tenía unos seis años, y siete mi prima. Recuerdo una parada en un puente laaaaargo (que imagino sería el de Zárate-Brazo Largo) o allí cerca, para comer y estirar las piernas. Lo más fresco en mi memoria es esa escena en la que mi prima y yo pedimos comida y se nos dieron unos huevos duros transpirados, resquebrajados, salidos de una bolsa reciclada de pan lactal que hacía las veces de Ziploc improvisada y tercermundista, o por lo menos primitiva. Mi prima se comía las claras, y a mí me dejaba las yemas (con sus huellas dactilares impresas), que por ese entonces no me gustaban.

Y luego hay unas excursiones escolares de todo un día. Así conocí la casa de Urquiza en el Palacio San José, el Monumento a la Bandera, Mundo Marino (en plena época de Gustavo Bermúdez), el Museo de Ciencias Naturales de La Plata, la República de los Niños y alguna otra cosa más. Horrible todo salvo el museo, donde no fui capaz de disfrutar mucho debido al apuro con que se nos llevaba, de aquí para allá. Durante el viaje, mis placeres fueron el miedo a los peligros de descomponerme y vomitar o sufrir de diarrea violenta frente a mis compañeros, chocar, ser secuestrado, ser robado, o chocar tras ser secuestrado. También fui una media docena de veces a las islas del Delta en Tigre, y mis recuerdos tienen que ver con:

a) Un par de japonesitos hijos puta que habían atrapado un cangrejo marrón verdoso y lo llevaban atado de un hilo en el viaje de regreso en lancha, haciéndolo rebotar en el agua, a la altura de mi ventanilla, con el bicho meta “ñac, ñac” cerrando sus tenazas frente a mis ojos, y:

b) Mi pie sangrando debido a una lata que pisé, cortándome para terminar rengueando entre ardores indescriptibles, todos ellos resaltados gracias a la piel arrugada, la arena, la goma de la ojota y el agua sucia.

Ahora bien, una parte relativamente importante de una boda suele ser la Luna de Miel. Y mientras mi novia organiza el tiempo que dedicaríamos a cada situación, yo imagino formas de morir y sufrir tanto durante el viaje como durante la estadía, al tiempo que con un poco de cinta aisladora voy adhiriendo a mi cuerpo dinero, documentos importantes y cuchillos tácticos plegables. Si piensan que en Internet se puede encontrar con facilidad una receta casera para hacer kevlar, piénsenlo nuevamente.

Mis vacaciones ideales¿Viaje de egresados? No fui a Córdoba con la primaria ni a Bariloche con la secundaria. No me llama conocer las sierras, las cataratas, los glaciares, las montañas, ni nada. No me gusta el sol, y eso de ir al mar tampoco me enloquece, ya que detesto todos y cada uno de los elementos que lo componen (léase precios altos, calor, mucha agua junta, mucha gente junta, etc). Alguno creerá que me estoy olvidando del elemento “minas en bolas” cuando hablo de la playa, pero lo cierto es que hay un dejo importante de masoquismo imbécil en eso de ponerse a mirar y anhelar cuando ya no se tiene permiso. Ni siquiera quiero ponerme a cuestionar el efecto relajante/desestresante que puede llegar a tener una vacación de las que se acostumbra tener, con menos horas de sueño y comodidades pero más actividades que durante el resto del año, todas ellas caras. ¿Amarrete y miserable? Nada que ver. Despilfarraría el dinero de todas mis futuras vacaciones juntas en armas, motocicletas y videojuegos. No me vengan con la majestuosidad de la “experiencia” de conocer las sierras, porque la “experiencia” de poseer cosas que te gustan es por lo menos, igual de reconfortante. Lamento, eso sí, que Europa quede tan lejos, porque de haberme quedado a una hora y media colectivo, probablemente hubiese ido a conocer algunos castillos medievales, algunas construcciones renacentistas y el modernismo de Gaudí. Pero una vez, y basta. Lo mismo con Japón, la Ciudad Prohibida en China, los soldados de terracota y todo eso.

Cierto, uno no se lleva las posesiones materiales a la tumba cuando muere, pero en orden de sinceridades tampoco se lleva esos «hermosos recuerdos en Machu Picchu». En realidad, uno se lleva únicamente a sí mismo, y porque no puede evitarlo.

La cuestión es que cuando alguien me dice: “Yo voy a conocer Salta, Tucumán y Mendoza aunque tenga que pasar hambre ahorrando los próximos diez años” yo me imagino a mi mismo andando en motocicleta por la ruta, durante un atardecer, vestido de cuero, haciendo rugir el motor y exclamando algo así como: “AJAJAJAAAA… SIIII…. NOOOOO… ESTO ES MUCHO PEOR QUE CONOCER SALTA… PARAAAAAAAÁ… OHHHH, EL DOLOR, EL DOLOOOOR…”

¿Quién está conmigo?

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