Muchas veces me pregunto si no seré yo el equivocado con respecto a algunas cosas. Y por favor, que no se malinterprete el siguiente artículo como un acto de auto-alabanza o sacrificio buscador de medallas, porque no lo es. Cuando quiero que me amen y me admiren lo digo claramente (o me busco una prostituta menor de edad y le pago para que me diga que me quiera y que me va a extrañar), y este no es el caso. Quiero que me ayuden a entender algo, en una de esas alguno de ustedes lo entendió antes que yo al asunto, y ya tiene una respuesta. Esto va a ser muy serio, y en una de esas vamos de principio a fin sin hacer un solo chiste de pijas.
Resulta, resulta, resulta, que comencé a tener algún dolor de muelas días atrás. Una semana atrás, digámosle. Tenía que rendir un examen final este lunes y no lo presté mayor atención porque habría ido a rendirlo con un suero colgando en caso de ser necesario (no quiero cosas pendientes para el verano, ya que tengo pensado disfrutarlo haciendo las cosas que más me gustan: dormir y jugar a los videojuegos y cocinar y andar en moto y eso), pero para el jueves el dolor ya se había hecho insoportable al punto de que mis tratamientos caseros de automedicación habían dejado de surtir efecto. Y cuando digo tratamiento casero me refiero a una combinación estándar de Amoxicilina (para combatir la infección, que es la que genera el dolor) y un analgésico o anti-inflamatorio (para que uno pueda seguir viviendo sin tanto dolor hasta que la infección cese). Funcionó en el pasado, y supuse que funcionaría entonces, pero no. Para peor, la cara se había hinchado, y yo ya soy naturalmente del tipo regordete “cachetoncito”, con lo cual tenía la cara del marshmallow man de los cazafantasmas.
-Listo –me dije-. Mañana a primera hora, dentista. Que se le va a hacer.
Y me hice a la idea de faltar al trabajo. Pero la cuestión se pone interesante debido a que yo no falto al trabajo. Nunca, a menos que me esté muriendo. La culpa es de mi madre, que siempre fue medio heroica e inconsciente a este respecto, llegando a lo ridículo. Así también, nunca falto a la escuela. Voy, aunque esté enfermo, aunque me duela algo, aunque tenga otras cosas que hacer. A todas las materias, a todas las clases. Y rindo todos los exámenes, y nunca pido día de estudio. Si se quiere, estoy como medio programado para el deber sin saber muy bien porqué. Pero sigamos.
Entonces me fui al dentista, al otro día. Viernes. Pero en mi cabeza ya daba vueltas la idea de ir a trabajar de todas maneras, amparada en el hecho de que es la anteúltima clase para mis alumnos, era el día del examen de fin de año, tenía una bolsa llena de caramelos para darles, solo yo sabía a quienes tenía que ayudar y a quienes no, solo yo sabía esto o aquello, de todas formas iba a tener que ir a buscar los exámenes para corregirlos durante el fin de semana, etc. En el consultorio (¿Vieron que dentro de los supermercados y Shopping centres ahora hay consultorios odontológicos y oftalmológicos? Ah, el progreso) me dijeron que esperara unos 45 minutos, por lo que aproveché para hacer algunas compras. Tipo pan, queso, carne y una bolsa de caramelos, para que hubiera algo de azúcar estimulando los cerebritos de mis alumnos. No quiero que se piensen tampoco que amo a mis alumnos, porque eso no es cierto. Me caen bien, y sólo algunos. A otros los congelaría y dejaría listos sus órganos para ayudar a los que me caen bien. Pero obviamente mi cabeza ya estaba haciendo su trabajo de condicionarme a ir.
Finalmente, el dentista me atendió. Le expliqué lo que me pasaba (soy un muy buen paciente, por lo general), el tipo me abrió la boca y me dijo que precisamente en este instante estaba drenando la infección, ya que la hinchazón se debía a un absceso, cosa que vuestro servidor ya había diagnosticado pero que necesitaba medicar a fin de poder seguir preparando materias y esas cosas. Pero ambos (el facultativo y yo) queríamos saber a qué se debía ese absceso, ya que esa muela responsable era una sobre la cual ya había sido ejecutado un tratamiento de conducto completo, con bulón incluido. Así, me sacaron una placa radiográfica en la cual se vio que el tornillo se había desplazado vaya a saber Dios porqué, abandonando la raíz y clavándose sobre el hueso mismo.
-Es muy probable que a esa muela la termines perdiendo –me dijo el flaco, muy macanudamente. Yo le respondí que no había problema porque, ciertamente, no había problema. De todas maneras no soy de masticar mucho la comida porque cuando la comida queda hecha una babita no tiene gusto rico. Además, si soy capaz de imaginar que mi mano izquierda es la mano de Megan Fox mientras me ducho, bien puedo sobrevivir con una muela menos.
-Te convendría hacerlo lo antes posible –continuó el fulano-, una vez terminado el proceso.
-¡El Proceso no terminó! –Dije yo, levantando mi puño en alto y sacando una pequeña picana eléctrica del bolsillo-. ¡Si lo sabe, cante! ¡Y si no, aguante!
-Te voy a dar unos antibióticos bastante fuertes con un agregado para que lleguen al hueso –continuó él-, pero tenés que atenderte cuanto antes. Para el dolor, Ibuprofeno 600.
-Bueno. Te pido por favor una constancia para dejar en el laburo, cosa de que sepan que vine.
-¿24 horas está bien? Te puedo dar 48 si te parece, no sería mentir.
-No, está bien, con 24 alcanza y sobra. ¿Cuánto crees que me va a durar el efecto de los antibióticos y el Ibuprofeno?
-Vas a estar bien, pero calculá que en veinte días vas a volver.
-Para dentro de veinte días ya voy a disponer de un poco más de tiempo. Que sea hasta entonces.
Y así me fui, tras pagar la consulta y la plaquita. Me tomé el colectivo, me bajé en la avenida y en la fábrica de pastas compré ravioles y sorrentinos, amén de un tarrito de boloñesa casera porque el tiempo ya no me alcanzaba para cocinar: tenía que hervir los ravioles, comer rápido, bañarme.
Porque tenía que ir a trabajar.
Ir a tomar la prueba, llevar los caramelos. La decisión había sido tomada, creo, incluso desde antes que me doliese la muela. Desde antes. Una decisión equivocada como querer levantarse a una vecina usando piropos frontales del tipo: ¿No querés festejar el nacimiento del niño Jesús con un poco de carne en el pesebre tira-pedos ese que tenés? No lo intenten, en serio: no funcionó durante la navidad pasada y nada me hace creer que vaya a funcionar en ésta.
En lo que casi fue un atisbo de razón, llamé por teléfono a la directora del colegio y le comenté la situación. Yo le dije que el médico me había dado el día, pero que yo sólo iba a llegar un poco tarde, ella dijo que muchas gracias porque ya dos profesoras estaban ausentes, yo le dije que no se preocupara, ella dijo que en todos caso tomara la prueba y me volviera a casa, yo le dije que no se preocupara. Y así fui, y llegué veinte minutos tarde. Repartí caramelos, tomé el examen, repartí más caramelos y me quedé hasta el final. Aún no corregí los exámenes, pero sólo porque me da fiaca hacerlo (probablemente lo haga hoy por la noche)
Si me preguntan porqué lo hago, creo que la respuesta es: porque me da culpa de no se qué. No sé si lo hago por mí, o para estar en paz conmigo mismo, porque no tengo culpas que expiar, ni trastornos psicológicos diagnosticados. No les pido que se pongan en mi lugar porque si lo hacen yo me caigo de la PC y dejo de escribir… JAJAJAJAJAJAJA…. ¿entienden? Porque ahora mismo mi lugar es frente a la PC, si. Era un chiste.
Pero me pregunto como lidia el resto de las personas con sus responsabilidades. ¿Es este el tipo de cosas que te terminan pasando factura cuando sos viejo? ¿Tengo que sacar el pie del acelerador o seguir así, nomás para alcanzar esa suerte de equilibrio interno? Con esto no quiero juzgar a nadie, ni que salga alguien a decir: “Yo soy igual que vos: se llama responsabilidad”, porque la barrera de la responsabilidad y el buen juicio se perdieron hace tiempo. Llegué incluso a sentirme culpable por haber debilitado los derechos del trabajador: si todos hicieran lo mismo ni siquiera serían necesarios los feriados o los días de licencia por enfermedad, supongo. Tampoco me parece valioso aquello de cagarse en todo y sacar cuanta ventaja se pueda, pero tiene que haber un punto intermedio que desconozco.
Aviso que al psicólogo no voy a ir, a menos que se trate de una psicóloga así, supongamos, ninfómana. Sí, esa es la palabra. Ninfómana.