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Archive for junio 2008


Era miércoles. El tipo estaba acostado, casi siempre tosiendo, tapado hasta la nariz, de ratos estornudando y de a ratos escupiendo cosas verdes en un rollo de papel de cocina que se iba gastando de poco pero sin pausa. Y no porque fuese de los que prefieren sacarse las mucosidades con papel, sino porque los pañuelos cuadrados de tela, bien de hombre, se habían agotado horas atrás, y convertido en una suerte de virulento hojaldre fresco, incapaz de seguir absorbiendo desperdicios. No había dormido bien, cosa que le pasa desde que está desempleado.

Todavía no se acostumbra a eso de estar desempleado. Ni siquiera sabe a dónde ir a pedir el seguro de desempleo o el plan «jefes y jefas» (no sabe lo que le corresponde hacer) Todavía piensa y habla en presente, y dice “mi laburo”, “mi edificio”, “donde trabajo”. No sabe conversar. De puro ingenuo, se pregunta las razones que pueden haberle ocasionado la cesantía permanente y definitiva. Tiene el consuelo de los pobres, que es la conciencia tranquila, pero no por ello deja de preguntarse si la decisión habrá sido tomada para bien o para mal. En su trabajo –perdón, su ex-trabajo- el tipo era una joya y cobraba chauchas, pero así y todo había alcanzado ese estado mental/emocional que es el ideal para sacar la mayor productividad de cualquier empleado y, curiosamente, también el que más le sirve a un empleador: el tipo era feliz pero mantenía la autoestima baja. Porque la moral de los empleados es un asunto resbaladizo: los empleados felices trabajan más sin pedir aumentos de sueldo pero si se pasan de contentos ven inflarse su ego (culpa de las endorfinas, seguramente) y terminan dándose cuenta que con sus ingresos actuales deberán vivir en un basurero después de jubilarse. El tipo -decía- cuidaba el laburo, porque obviamente está recién casado, y un señor casado tiene responsabilidades y deberes. Pero no, no es así. Al laburo lo cuidaba desde antes de casarse. Porque con la plata se compran cosas, tipo municiones, comida y ropa. «Al que te echó, en tres meses le sacabas el laburo sin darte cuenta. Estaba todo cagado.», dicen los ex-compañeros de trabajo cuando lo llaman para saludarlo y pedirle que no se pierda. Se caga de risa, porque ahora resulta que lo echaron por sobresaliente. Mirá vos.

Y de repente, la película que está mirando se termina. Crash, se llama, aunque la traducción reza “Vidas Cruzadas”. Se da cuenta de que sabe mucho de cine contemporáneo, porque conoce a todos los actores y puede nombrar y hablar de por lo menos tres películas en las que cada uno actuó, sin necesidad de recurrir a expresiones como “ese negro es el que hace de amigo del tipo este que trabajó con otro en esa película” al tiempo que gesticula con las manos. Sabe identificar a Don Cheadle, y sospecha que no le dan el Oscar porque es negro pero no fotogénico. No es Denzel Washington, sino más bien el tipo de negro que podría haber trabajado en “Raíces”. Lo conoce desde que vio La leyenda de Earl, “la cabra” Manigault, una madrugada, hace cosa de diez años, en HBO. Se da cuenta de que mira mucha tele, más vale decir.

Manotea el control remoto y realiza entonces la transición obligatoria, de VIDEO a TV o CATV, muy bien no sabe. Y empieza a bajar canales, porque se acuerda de que en la Plaza de Mayo se iba a llevar a cabo un acto en el que la presidenta, o su marido, o los dos juntos acompañados de Moreno y el campeón de artes marciales que lo asesora iban a hablar de lo bien que estamos. En el camino se cruza con algunos partidos de la Eurocopa que, a menos que el “Newpy” se integre a la Unión Europea, va a seguir siendo una amargura.

Y al final, el noticiero. Y el tipo se encuentra con que ocurrió un accidente. Que un farol se cayó debido a que los simpatizantes oficialistas (que empezaron a copar lugares estratégicos a la hora de salir en la foto) le dieron un cartelazo a no sé que cosa, y ataron banderas y estandartes en exceso. Y el farol, que es de vidrio esmerilado y pesa como quince kilos, se sacudió con el viento, cayó, y le dio a uno. Le dio de lleno en la cabeza, y ahí está el camarógrafo registrándolo todo. Primer plano para el tucumano, quien derribado por esa suerte de obús del vudú macrista que lo noqueó sin miramientos se reserva la opinión y la conciencia para otras situaciones. Y el noticioso cambia el titular y así la gente se entera de que hay otro farol flojo, y entra a alejarse de los faroles.

Y se caga de risa, el tipo. Parece haberse olvidado de la gripe, si bien tose y tose. Y no puede parar de reírse, y al pobre hombre que se vino de Tucumán nomás para ser apedreado por los dioses opositores, los paramédicos lo suben a una camilla, y no pueden detenerle las hemorragias. ¡Un médico por ahí! –grita el desempleado hijo de puta pero radical, entre carcajadas y toses, señalando el televisor con el dedo. Pero no se ríe del tipo, sino de la mala leche. Se ríe con alma de proverbio y le da gracias a Dios por no tener zapatos, a sabiendas de que el tucumano no tiene piernas. Y de que en el canal siguiente hay una cuarentona con pinta de divorciada, explicando los beneficios del reiki para gatos. Y cuando vuelve al noticiero al tucumano le siguen soplando el culo, pero se ve que era vidrio pesado, del bueno. -Faroles de los de antes -, dice el tipo para sus adentros, pensando en el INDEC. Y al ratito, se muere el tucumano. Se muere en serio, porque todas las guerras tienen sus bajas, y la sed de sangre hace que los boxeadores camorreros terminen zurrándosela con el viento. El Jefe de Gobierno de la ciudad explica que está prohibido colgar cosas de los dispositivos de iluminación pública, y les dice más o menos un “es una desgracia, que se joda”. Nestor, mientras tanto, se baja los pantalones y se mide la plaza, para ver si la tiene más grande que los cuatro jinetes del Campocalíspsis.

Una y veinte de la tarde y el tucumano de veintitantos años está muerto. Y lo más probable es que su madre no lo sepa, ni vaya a saberlo sino hasta el jueves, cuando los compañeros de viaje regresen y cuenten lo que pasó. Pero por suerte está Cristina, que cortó todas las calles y avenidas de Buenos Aires para hacer un acto y pedir que se despejen los caminos. En una de esas, Cristina consiguió que el mismo micro que lo llevó a la plaza, lo devolviera a casa esa misma noche. Diez millones de micros pero a ninguno lo agarró un corte de ruta, ni le faltó gasoil. Y Tucumán está más lejos que aquellos días en los que Scioli corría en lancha y le caía bien a alguien, pero para la lucha de los pobres no hay distancias. En el peor de los casos, atamos el fiambre al para-golpes del Mini Cooper que maneja la princesita Florencia Kirchner y lo arrastramos cantando la marcha peronista. Como Aquiles al tipo ese… en el libro ese que no es la Odisea. Y que en su versión fílmica fue interpretado por Eric Banna, quien también actuó en “Munich”, y en “Hulk”.

Ponele que lleguen a la medianoche. Para ese entonces, al tipo, el rollo de cocina también se le habrá gastado. Quedarán las sábanas, gauchitas como siempre.

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Pero es lo que hay. No recuerdo siquiera cuando fue la última vez que leí un blog ajeno. Resulta (sabrán ustedes corregirme si me equivoco) que anoche hubo cacerolazo nuevamente, en todo el país. La gente me sorprendió inclinándose hacia el lado magnánimo del pacifismo, ya que yo imaginaba que quienes estuviesen dispuestos a asistir, lo harían a sabiendas de que en cualquier momento Luis D´Elía podía caerles encima iniciando una confrontación. Y no les voy a mentir: si se da la ocasión y me entero de que se va a armar una batalla física, yo me anoto, porque ya estoy podrido. Pero sólo si va a ser física y de antemano se acuerda que nos vamos a cagar bien a garrotazos o a tiros, porque he llegado a la conclusión de que eso de pensar es para mujeres y pusilánimes.

Se habla del desabastecimiento, cuando yo no dudo de ello pero tampoco puedo realmente dar fe de que efectivamente esté sucediendo. La única señal de “alarma” fue un cartelito en el supermercado chino a cuatro cuadras de mi casa, que informaba a sus clientes que “se permite un máximo de 2 paquetes de harina por persona”. Y debo confesar que como medida publicitaria funcionó, ya que mi esposa se llevó 2 paquetes si bien ya teníamos harina y no estaba en nuestros planes el seguir comprando harina. Pero bueno, ella suele tener razón en todo así que no me puse a discutir. Además, yo compré una pastilla de gel que se pone en la mochila del inodoro para que el agua salga azul o violeta cuando apretás el botón y me costó como diez pesos. Hoy la voy a probar y después les cuento. Debe estar re-bueno. Es como cagar en el futuro.

Se habla de golpe de estado armado por Duhalde. Ustedes y yo sabemos que me inclino hacia la monarquía como forma de gobierno perfecta (con “yo” como el rey), pero la verdad es que así como están las cosas, ya estoy empezando a echarlo de menos a Carlos Saúl. Es un sentimiento extraño… me siento como esas viejas que se acuerdan del marido muerto con el afecto propio de la soledad y la arterioesclerosis, echando de menos al difunto sin recordar palizas brutales, infidelidades y el desprecio propio de la mejor misoginia franquista. ¿Quién sabe? Si De la Rúa hubiese echado mano de un D´Elía, otra habría sido la historia, supongo. No sé. Estoy pensando en la pastilla azul.

También se habla de que hace frío, y que las escuelas no tienen calefacción, cosa que ya sucedía cuando yo era niño y bueno, como García Lorca. Dicen que es todo culpa de Macri, pero creo que Macri hace bien en cagarse en eso, ya que fingir diciendo cosas como “en mi casa también hace frío” no me parece del todo decente, y lo cierto es que en en las escuelitas rurales falta calefacción, techo, ventanas y alimento en el estómago de los alumnos, y nadie sale a tomar las instalaciones. Macri es un señor malo: debe tener algún tipo de caldera o máquina destiladora que convierte a los desamparados en combustible. El “croto-combustible” en vez del “bio-combustible”, ¿entienden? Es un chiste, porque Macri es malo.

Pero la verdad es que anoche yo me enteré de que había cacerolazos a eso de las 22.30hs., cuando todo estaba más o menos desinflándose. Hasta ese entonces, yo había estado tapado con la frazadita y el acolchado, ocupadísimo viendo un DVD. Lo compré legal y me costó 15 pesos. “Un Día de Furia” (Falling Down), con Michael Douglas. Ya saben, esa película en la que a un tipo cualquiera lo echan del laburo, le salta la trifásica y sale a poner las cosas en orden con un bat de béisbol y una navaja. Very touching.

Cambiando de tema: estoy muy enfermo. Me agarré una gripe que se me complicó con el asma y ando mareado debido a la discapacidad respiratoria y a su consecuente falta de oxígeno en el cerebro. Lo bueno de estar desempleado es que uno tiene tiempo para hacer este tipo de cosas. Y sé que éste último párrafo va a tentarlos a ustedes a dejar mensajes del tipo “cúrese pronto” o “que se mejore, Mantis”, pero si revisamos el archivo encontraremos muchos artículos en los que escribí enfermo y la verdad es que ustedes lectores no cuentan con un asombroso don de curación por oración ni son ningunos niños milagreros, ya que aunque me saluden con afecto y me pidan que me cure, no me curo, no. O en realidad “piden” que me “cure” y me “ponga bien” pero en sus corazones desean que me enferme peor. Y Dios lee en nuestros corazones.

Debería darles vergüenza.

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Para asalariado cualquiera, la consecuencia inmediata de un despido o el acabóse de un empleo es el tiempo libre, o disponible para otra cosa que no sea el trabajo pago. Luego vienen otras consecuencias más dignas de consideración, como por ejemplo la falta de dinero para pagar las cuentas, el hambre, el retroceso evolutivo, la pérdida del habla, la inseguridad sexual, la imposibilidad de pagar a tiempo el mes de alquiler del estacionamiento portuario donde descansa mi yate repleto de prostitutas ucranianas, los vientres hinchados y el terminar vendiendo el ano propio a cambio de un poco de drogas sintéticas, pero todavía no tuve la oportunidad de llegar a todas ellas.

Mi abundancia de tiempo libre, sin embargo, hace que ahora yo sea casi totalmente las manos que cuelgan la ropa (no aprendí aún a usar el lavarropas), las manos que limpian la cocina, la cara que hace trámites en horario laboral, el lampazo que limpia los pisos, la escoba que barre, etc. O sea, estoy “ayudando” con mayor intensidad que la que acusase otrora, cuando mi colaboración doméstica se limitaba a cocinar todas las comidas de la semana, hacer las compras, encerar el piso, mover objetos pesados, ordenar un poco y, obviamente, usar mi karate para defender a los más débiles.

Lavando los platos, precisamente, fue que me encontré con la razón de estas líneas. Porque me crucé con un objeto que se convirtió en el máximo exponente de la humildad exagerada. Porque mi madre (ya entenderán, paciencia con el relato) tiene ese tipo de cosas cuando no está sola, queriendo penar de más pero desde lo ridículo, desde lo innecesariamente absurdo, caricaturesco, amarillista, efectista y lastimero, como queriendo ser más pobre de lo que ya es, comiendo una tostada quemada, preparándose a las apuradas un guiso miserabilísimo cuando yo ya hice el pedido de empanadas a la pizzería, sirviéndose en un plato de lata que le regaló una señora amiga en lugar de la vajilla, o poniéndose un abrigo viejo y deshilachado esperando que todos a su alrededor digan algo así como: “¡Oh, que mujer tan humilde! ¡Cuán sufrida, sacrificada y noble debe haber sido su vida! ¡Jamás hemos conocido persona más desgraciada!”. Cosas que dentro de veinte años me enternecerán y me harán llorar a solas pero que hoy en día me molestan, me desorientan y así y todo me causan tanta gracia como lo haría el ver a un chimpancé vestido de bombero prenderse fuego. Mucha gracia.

Estábamos con mi esposa y algunos parientes cercanos en una de las varias tandas de “comer algo, repartir regalitos foráneos y mostrar fotos” que llevamos a cabo en casa al regreso de nuestra luna de miel. Los casados más o menos saben como es: uno muestra fotos a un grupo de personas, se habla de la fiesta, se comenta lo lindo y lo feo del lugar, etc. Si ustedes son como yo, usan su karate para defender a los más débiles. Y al margen de eso, también habrán vivido el deja vú de tener que contar las mismas cosas una vez a los parientes, otra vez a los amigos, otras vez a los compañeros de trabajo, etc. Pasado el postre y llegado el momento del brindis, fue que mi madre encontró su momento.

Un error de cálculo había puesto en la mesa menos copas de las necesarias de acuerdo a la cantidad de invitados, ante lo cual mi madre no dejó pasar la oportunidad y se dirigió a la cocina. Mientras yo servía, se apareció con una triste tacita de plástico celeste, medio gastada en un costado, rayada en otro. Nuestros perros comen en cacerolas que pese a sus abolladuras se encuentran en mejor estado.

-Yo tomo acá… -dijo con el rostro compungido-. Un chorrito nomás, ya soy vieja… tomen ustedes…

Lo recuerdo y me río mientras escribo. Qué vieja yegua. Es el tipo de actuación que otra persona llevaría a cabo con intenciones humorísticas, ya que –insisto- sólo sucede cuando hay terceros “a mano” y en condiciones de presenciar su show. Al otro día ella es realmente capaz de salir a comprar jamón crudo a la voz de “dame del más caro”. Es probable que si el líquido a servir hubiese sido chocolate caliente en vez de champaña ella se hubiese aparecido formando un cuenco con sus manos desnudas, diciendo: “Echame un poquito acá nomás… no voy a quemarme las manos duras, ajadas y callosas de trabajar toda la vida”.
Por el amor de Dios, Mamá –recuerdo haberle dicho-. Andá a buscar una copa y tirá ese cacharrito a la mierda antes de que me dé un ataque.

Y ella marchó rumbo a la cocina nuevamente, llevando una expresión de “pobre mujer” que pone cada vez que alguien sonríe, y que sólo puede verse en televisión cuando explota un coche bomba en Medio Oriente haciendo volar una sala de pediatría. Obviamente, no se deshizo de la tacita sino que la escondió esperando que todos nos olvidásemos del tema, y hoy tuve el placer de lavarla y enjabonarla. No volveré a pedirle que la tire, ya que lo único que me creo capaz de conseguir a esta altura de nuestras vidas es el encontrarla en la vereda, bebiendo mate cocido valiéndose de un frasco de mayonesa vacío, o comiendo pan duro desde una lata de dulce de batata.

Debido a todo esto, y resumiendo, la pregunta desempleada del día es: ¿Conocen ustedes algún caso de humildad exagerada que deba quedar plasmado en los comentarios? Justificar.

Por otro lado, no se entiende que un muchacho con tanto talento para los relatos esté desempleado, más aún cuando la revista de Susana Giménez ya está en todos los kioscos.

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Cuando los artículos no salen en “Arial”, es porque algo pasa. O pasó, en este caso, ya que me echaron del laburo a fines de la semana pasada. No tuvo nada que ver el blog, ni mi color de piel, ni mis inclinaciones políticas, ni mis opiniones acerca de la dictadura militar, ni los chistes de hímenes, ni mi musculatura superior a la media, ni mi vigor sexual, propio de una aberración afortunada.

En realidad, parece que nada tuvo que ver con nada, y que se me echó por, no sé, ponele que por casarme con una mujer hermosa. Digamos que fue eso, ya que los motivos que mi empleador presentó en la carta documento de despido (porque te mandan una, yo creía que era un telegrama que vos le dictabas a una señora de anteojos… qué se yo… nunca me habían echado de ningún lado) no sólo son falsos sino también incomprobables. Ya rechacé los motivos, me asesoré legalmente y esas cosas. Imagino que van a querer arreglarme, porque tengo todas las de ganar en caso de ir a juicio. Es caprichosa y casi ridícula la situación, digo: mi sueldo siempre fue una miseria y yo nunca les di problemas; si no querían tenerme cerca podrían haberme pagado cincuenta sueldos para que me quedase en casa y dedicase mi tiempo a planear el secuestro de un payaso del “Alegría” y su posterior instrucción en una extraña variante masturbatoria del arte del ikebana, que es lo que van a terminar haciendo de todas formas. Nunca discutí con nadie, ni recibí sanciones, y mi historial es una sucesión de felicitaciones y recomendaciones felices. Están hasta las bolas, creo.

Es en parte bueno y en parte malo… como ser padre de mellizos y que la nena te salga medallista olímpica de judo pero el varón te salga “emo”. Lo cierto es que Damos Pen@ va a verse damnificado, por lo cual les sugiero a ustedes (lectores) también el asesorarse y demandar a esta empresa malvada que los privará de la regularidad con la que este maravilloso sitio web se venía actualizando, durante mis horas de almuerzo y descanso. Para peor, ando con problemas en la línea telefónica de mi casa, por lo que conectarme a la Internet ésta me cuesta horrores.

Me pasaré los próximos días viendo nuevos laburos, leyendo el diario, actualizando y subiendo currículos, acechando a los ancianos padres de quienes creo responsables de mi despido y esas cosas, supongo. Por lo pronto, y hasta que se aclare la situación, mi esclavo, Chinchulín, se encuentra a la venta.

Escucho ofertas, porque hay que parar la olla.

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