Pensaba escribir algo referido al Año Nuevo, pero el resumen del 2008 quedará para una próxima ocasión (también tengo que recomendarles unos regalos). Muchachos y muchachas: vuestro servidor ha regresado hoy martes de un inesperado viaje a Rosario, provincia de Santa Fe. Ustedes saben que viajar no me gusta realmente, pero a la esposa sí. Y bueh, viajé. No era un viaje planeado, al menos en mi cabeza. En mi cabeza únicamente se planean artículos para este blog, cosas con motos y chanchaditas sexuales. Mi esposa dice que cinco días no son “unas vacaciones” sino “un fin de semana”, pero yo no le creo. En cualquier caso, estas líneas se escriben para que ustedes puedan compartir también tan “gratificante experiencia”. Y por gratificante se tiene que entender “casi continua, insultantemente terrorífica e inhóspita sucesión de calamidades”. Fíjense que bien estoy usando las comillas. Una “maravilla”. ¿Vieron? Lo hice otra vez.
Primero pensé en escribirlo “día por día”, pero eso me habría llevado semanas. Luego pensé en transformarlo en una bitácora del capitán semi-graciosa, con cierto laburo literario más refinado, pero me percaté de que la mayoría de mis lectores eran “una manga de brutos con muchos problemas para leer o escribir cosas complejas y que por eso precisamente leen este blog”. Y finalmente me decidí por ponerlo en ocho “tópicos”. Increíbles mis comillas. Lo que puedo sacar en limpio de Rosario, es esto:
1- Si están interesados en ir y venir tranquilos, no cuenten con el tren. Ustedes saben que –insisto- yo detesto viajar. Aún más detesto la idea de morir viajando, y por eso pensé en el tren por encima del ómnibus y me armé de paciencia. Seis horas de ida era la idea, y siete de vuelta (supongo que la vuelta es en subida). Pero resulta que ciertos detalles finales se escapan del cálculo preliminar, y entre las cosas que descubrí se encuentran, por ejemplo, el hecho de que la primer hora y media de viaje se hace envuelto en una nube de gasoil debido a que el guarda va y viene dejando las puertas y ventanas abiertas, o el hecho de que el tren avanza a dos metros por hora, o el hecho de que va saltando y rebotando a los golpes impidiendo el sueño, o el hecho de que aprox. a las cuatro horas y media de viaje el guarda obliga a todo el mundo a bajar las persianas metálicas, y a continuación (en medio de la noche) se escuchan los brutales impactos de las piedras y los botellazos que, provenientes de la villa, estallan contra las ventanas y la chapa a diez centímetros de la cabeza propia. Algún tipo de movida política debe haber en el asunto, pero no sólo no te permiten sacar boleto de ida y vuelta, sino que además tampoco te permiten sacar el boleto con anticipación: uno tiene que apersonarse una hora antes de viajar y sacar entonces el boleto de regreso. Así lo hice yo hoy a las tres y media de la mañana, sólo para encontrarme con la estación desierta, la boletería cerrada y una fotocopia que rezaba: “Sres. Pasajeros, el servicio del 30/12/08 ha sido cancelado, sepa disculpar las molestias ocasionadas”. ¿El resultado? Otro taxi pero rumbo a la Terminal de ómnibus, donde me embarqué lleno de odio y casi de inmediato rumbo a casa. Viajé en un coche cama más que cómodo, suavemente y como un bebé envuelto en su mortaja. Créanme: eso de rodar a toda velocidad en un micro de dos pisos a las cinco de la mañana, atravesando una ruta completamente negra en época de abundante tráfico festivo bastó para que finalmente tomara la decisión de comprarme la moto que ando queriendo muy a pesar de mi esposa: si de todas maneras voy a tener que andar padeciendo las de Daredevil, por lo menos va a ser bajo mis reglas también.
2- Los tipos son cualquier cosa pero las mujeres son irreales, de tan bellas. Leí por ahí que Rosario es la capital de la mujer hermosa, y la verdad es que tengo que reconocerlo: están todas tan buenas que parecen esclavas sexuales robóticas. No sé si habré tenido suerte y justo en estos días ocultaron bajo siete llaves a las mujeres feas, o tal vez no me alejé lo suficiente del centro de la ciudad y justo se dio el caso de que fuera verano, pero ciertamente Rosario es lo más parecido a la Tierra Prometida que puedo imaginar. En una de esas era el famoso “El Dorado”. Prácticamente todas las mujeres tienen entre 17 y 30 años, son tetonas, flaquitas, de buena estatura, usan escotes y shortcitos re-cortitos, o minifaldas, o calzas o vestiditos. Impresionante. Debe haber una ordenanza municipal contra las gordas: Te juro, pasé por la vereda de un gimnasio y adentro las minas (que eran todas un poema) estaban pedaleando en las bicicletas fijas… parecía la propaganda de Propel de Gatorade. Rosario es así: las minas son todas lindas. Linda carita, linda forma de caminar, cuerpo bronceado y en forma, escote jugoso, piernas que incitan al mordisco y el cabello largo y suelto. Nada de floggeretas andróginas y pelotudas: todas minas. La cantidad de veces que me di vuelta fingiendo que buscaba el nombre o altura de la calle cuando en realidad lo que quería era verle el culo a un ángel, es equivalente a la cantidad de estrellas en el firmamento. No alcanzan las palabras para expresar mi sentimiento, pero aquí va mi mejor intento: En un momento discutimos con mi esposa (yo quería ir a una librería de usados a buscar algo que en Buenos Aires no se consigue, ella a la antigua Bolsa de Comercio) y terminamos separándonos entonces para ver cada uno lo que fuera que tuviésemos que ver, con la idea de reencontrarnos luego. Honestamente, tengo miedo de haberme masturbado sobre la marcha en plena calle sin darme cuenta durante ese rato. Debo haber parecido un pervertido. De pene hermoso, si, pero pervertido al fin.
3- Los rosarinos son unos terroristas de la cultura. Viajamos casi especialmente para conocer los museos y centros culturales, y los mismos no abrían ni cerraban cuando decían hacerlo. Mejor aún: si el museo contaba con un servicio de visita guiada de diez minutos (tres por semana a las diez de la mañana, por ejemplo) no se te permitía recorrerlo por tu cuenta. Casi todos los museos cerrados. El MACRO (Museo de arte contemporáneo de Rosario) del que tanto se habla resultó un fiasco de 10 pisos chiquititos, cuatro de ellos inhabilitados y los restantes con tres pavadas mal ubicadas y referenciadas. No quiero sonar pedante, sino realista: en la Argentina, para ver arte de verdadera jerarquía hay que ir a Buenos Aires. La distancia entre el nivel de exposiciones es abismal. A Rosario se debe ir nomás a buscar novia.
4- Linda la arquitectura. Al que le interese el Art Nuvó (ya sé que no se escribe así, putos) o Decó, le cuento que Rosario es muy parecida a la Capital Federal, con la salvedad de que hay un poco menos de tráfico y los edificios y casonas del ’20 abundan y se encuentran en bastante buen estado. Seguro, de a ratos ves edificios horripilantes del tipo monoblock gris alemán o Chernobyl, pero se mantiene todo bastante lindo. No me acuerdo si es la casa de España o el museo o club español o no se qué porque estaba mirando tetas y culos como un enajenado, pero como les decía, la arquitectura bien vale el viaje y unas fotos. De eso se ocupaba mi esposa mientras yo trataba de memorizar imágenes de mujeres. El boulevard de la Av. Oronio u Oroño es muy lindo, Pichincha (el barrio de las antigüedades y artesanos donde compré algunos vinilos) es simpático, y la costanera está piola, piola. El Parque Independencia (el equivalente santafesino a los bosques de Palermo) es una maravilla de ciudad civilizada ante la cual me saco el sombrero (parece efectivamente hecho por Thays). No llegué a ver la estatua del “Che” Guevara, pero sí vi la de Olmedo, sentado en el banquito, a lo Borges y Álvarez. Rosario, como sus mujeres, es linda de ver. Eso sí, una vez alejado siete pasos de la zona “interesante para el turista” (no te digo que hoy soy la furia de las comillas) hay una cosa que no sé si tiene derecho a llamarse villa. Es una suerte de asentamiento post-apocalíptico como ese en el desierto, donde es derribado el avión de prisioneros en el que viajaba Sylvester Stallone en la película “El Juez”, donde comían humanos. La cancha de Newells queda cerquita del centro (en el parque) y es chiquitita. A la de Central no llegué. Y si no te sentís argentino viendo el monumento hecho bandera gracias a las luces azules artificiales, es porque te duele algo, viejo. Pura patria.
5- Los rosarinos son unos sádicos de la información. Al enterarse de mi viaje, un tío me alertó a la voz de “una vez en Rosario, no pidas referencias a nadie”. Tonto de mí, yo desoí el consejo. A fin de poder orientarnos en la ciudad, mi esposa y yo contábamos con unos tres o cuatro mapas y folletines llenos de horarios, indicaciones y referencias, los cuales no sólo brindaban información fraudulenta sino que también se contradecían. La frutillita del postre era efectivamente el tratar de pedir indicaciones. Parecía a propósito, pero todos, todos, te perdían. El peor fue un efectivo de la prefectura naval, que nos desvió del camino correcto que llevábamos, haciéndonos retroceder sin ningún sentido, bordeando el patriotísimo monumento a la Bandera, en lugar de dejarnos pasar por la puerta a sus espaldas, que era el único acceso habilitado a la cripta de Belgrano. Un hijo de puta al que anoche le debe haber salido un tumor en el páncreas, de tanto que se lo deseé. Y si no le salió aún, le va a salir mañana a la noche, porque va a ser mi deseo de fin de año también. Y si ya le salió, entonces le va a salir otro, más grande e inextirpable.
6- Las viviendas son mucho más económicas pero en el supermercado todo es más caro. Los precios para comprar casas o departamentos son un 40 % más bajos que aquí en Buenos Aires, pero en los alquileres fue que noté la diferencia. Hay departamentos de dos ambientes en pleno microcentro, con expensas incluídas, a 900 pesos por mes. Como contra-cara, los fiambres, la carne y las gaseosas son más costosos. No quiero que los rosarinos se sientan mal, pero están pagando la Coca-Cola a un peso más de lo que yo la pago. Lo curioso pero justificado (las procesadoras de lácteos son nativas) es la variedad de mantecas. Gente de Buenos Aires: en Rosario la muchachada cuenta con tres o cuatro marcas de manteca que nosotros ni siquiera conocemos. Es otro mundo.
7- Los rosarinos tienen algunas diferencias escabrosas respecto a nosotros los porteños buena gente, que seguramente los hacen peligrosos. Existe en Rosario una cosa llamada “Carlitos”. Te la sirven en los bares y restaurantes, y viene a ser un tostado gigante para compartir haciendo las veces de picada, hecho con la plancha completa de pan de miga, que en lugar de mayonesa tiene ketchup. Resulta más perturbador de lo que parece. Otra diferencia escabrosa tiene que ver con algo que algún lector había sabido decir alguna vez: el boleto de colectivo (debe haber cinco colectivos en total) cuesta $1, 75, te subas donde te subas y te bajes donde te bajes, con lo cual tomarte un taxi con la bajada de bandera a $3,20 termina siendo mejor negocio. Las similitudes aparecen cuando uno encuentra que las peatonales San Martín y Córdoba hacen las veces de Florida y Lavalle. Hay chicos pidiendo en la calle, pero en menor cantidad. Por algún extraño motivo que sospecho, relacionado a esa obsesión por la vida sana, en Rosario los restaurantes se llenan de viejos y viejas, y no tanto de pendejitos como acá. Podría decirse, para resumir, que el Rosarino del centro tiene mucho de porteño, pero resulta un tanto más maléfico y un poco menos soberbio. Y le dicen “Alfajor Santafesino” al postre que aquí llamamos “Rogel”, en una clara demostración de sus desviaciones psicológicas graves. Son como «Shelbyville».
8- Y por último, hay buena gastronomía (sin tantas opciones como en Buenos Aires), por lo menos en el centro. Los precios en los restaurantes de las zonas coquetas no llegan a ser accesibles como para que uno almuerce, meriende y cene allí, pero se dejan pagar. Si a alguno de los rosarinos que leen este horrible sitio web les interesa saber por donde anduve, diré que comí buena pizza en “Vía Apia” y mala pizza en “Bella Pizza”, y tomé helado en “La Uruguaya”. También comí un lomito de la gran puta en el legendario “El Cairo”, donde creí que me iban a cobrar nomás toda esa mitología barata de “acá se juntaba Fontanarrosa con sus amigos todas las semanas”. Y decí que estaban agotadas las buenas ubicaciones, porque sino a la noche siguiente habría vuelto a ir. (Tocaba el cantante de “Los Gatos”, ese viejo cuyo nombre no me sale en este momento). Comí muchísimo durante este corto viaje, dando los mejores y más contundentes golpes en el desayuno buffet incluido del hotel en el que me hospedase. Porque era gratis. Mi desayuno diario constó de:
-Una taza de té
-Un vasito de yogur de frutilla
-Un vasito de yogur de vainilla
-Una medialuna de grasa
-Un pote de ensalada de frutas
-Un vaso de agua bien fría
-Un vaso de jugo de naranja
-Tres tostados de jamón y queso.
-Una medialuna de manteca.
Y ustedes que me leen desde hace rato saben que, coma lo que coma, yo soy de ir al baño muy de vez en cuando… bueno, en Rosario no fui nunca, pero hace dos minutos paré de escribir y fui. Ustedes ni cuenta se dieron, pero el inodoro se va a acordar de mí por lo menos hasta reyes. Creo que estoy en condiciones de decir que esa monstruosidad fecal es tan sólo el prolegómeno de lo que actualmente estoy macerando en mi interior, y que más entrada la madrugada se convertirá en un zeppelín sin precedentes. Voy a necesitar puntos, that´s for sure.
¡Felicidades, y permítanse conocer Rosario!