Estando de vacaciones desde hace seis días y restándome otros ocho, habiéndome enfermado previamente dos veces en menos de un mes, y tenido entonces seis días más de “descanso”, estoy pensando seriamente en la posibilidad de que me despidan. Ya me da vergüenza quedarme en casa. Quiero decir, yo me despediría, amparado en la inefable posibilidad de que alguien tan endeble desde el punto de vista inmunológico bien podría contraer la gripe aviar o un virus particular y dar muerte a mis empleados restantes, obligándome a dar un montón de explicaciones ante el sindicato y esas cosas.
Pero sucede que uno de mis mayores miedos radica en la posibilidad de quedarme sin trabajo en el futuro lejano, justo cuando las empresas comiencen a utilizar el tomógrafo de pensamientos como elemento legalmente aceptable a la hora de enriquecer los datos obtenidos a través de una entrevista laboral. Ese sería mi fin, a menos que me quedase sin trabajo en un futuro cercano, caso que también sería mi fin, pero ocurriría antes. Me acabo de dar cuenta de que en cualquier caso, estoy condenado.
Sabedor de las tretas o perfiles requeridos, mentiroso y –por sobre todas las cosas- dotado de múltiples recursos e instintos, suelo darle lo que busca al interlocutor y no saco sino resultados positivos en cuanta evaluación psicológica debo realizar, pero si realmente se pudiese ver las cosas en las que pienso a diario, yo iría preso a una cárcel especial de máxima seguridad, dentro de un submarino y con vigilancia de cuarenta efectivos militares las 24 horas del día, siendo sometido a pequeñas inyecciones de veneno paralizante cada cuarenta minutos. Probablemente me desnudarían también, y la ficha en lugar de mi nombre diría algo así como: “Si puede leer esto está demasiado cerca”.
A nadie escapa –ni siquiera a mí- la realidad de que eso (me refiero a la invasión cerebral y lectura de pensamiento) sería ilegal, anti-constitucional, blah, blah, blah. Que arroje la primera piedra la corporación que esté libre de pecados de este tipo. El que está al día con sus aportes tiene problemas a la hora de que le manden el médico ante una ausencia por enfermedad, o trabajó alguna vez llevando un pequeño vendaje, o cobra la mitad de su sueldo “en negro” o hace horas extras que no le son gratificadas “en blanco”, o tiene pendientes sus días de vacaciones, y así. Algunas empresas utilizaron detectores de mentiras y todas investigan medianamente a sus posibles empleados si lo creen pertinente. La gente se acostumbra a todo. Nos acostumbramos a todo, incluso a la Argentina. Yo estoy pensando en acostumbrarme a la nieve, por las dudas.
En mi mente, esta máquina es una especie de ecógrafo operado por psicoanalista que te va escaneando la cabeza mientras se te muestran diferentes imágenes con estímulos sexuales, violentos, políticos, etc.; extrayendo pequeños cortos de animación o secuencia de diapositivas mentales, las cuales son transmitidas hacia un monitor de cristal líquido de 47 pulgadas, amurado en la pared. Tengan en cuenta que en el futuro éstos van a ser más baratos que un kilo de morrones, cosa que ocurre con cualquier monitor monocromo de 14 pulgadas hoy por hoy. Y psicoanalistas hay y va a haber muchos, siempre.
Imagino como sería entonces, una entrevista (con test incluido) en la que me viese obligado a ser sincero y honesto.
Dra.: -¿Y como te sentís trabajando en equipo?
Mantis: -Muy mal, en realidad. De no ser porque le temo a las represalias de Dios, habría matado a mi antiguo compañero.
Dra.: -¡¿Cómo vas a decir eso?!
Mantis: -No, no iría preso. Soy demasiado detallista, y me tengo mucha fe. Algunos conocimientos de investigación forense real también tengo. He leído mucho, además, y creo que los límites descansarían únicamente en la imaginación de quien perpetrara el hecho.
O:
Dra.: (señalando la pantalla) -¡Por favor, decime que no soy yo esa mujer que se está revolcando desnuda en el barro!
Mantis: -Oh, sí. Y esa que entra ahí es Jennifer Connelly. Supongo que a esta altura de la entrevista no te molestará que me masturbe mientras conversamos, así que, con tu permiso…
A veces es muy divertido ser yo.