Feliz día del amigo a todo el que se sienta mi amigo, y bien por CTI/Claro, que me tuvo sin celular todo el día. Antes de comenzar, confesaré que me parece que lo más mejor sería que, de primero, brindásemos respuesta a algunas de las preguntas que se nos habían quedado pendientes desde la última vez que nos vimos.
1) ¿Hice algunos de los parciales domiciliarios en estos casi veinte dias de asueto sanitario / vacaciones de invierno? No, no hice
2) ¿Comencé a trabajar en algunos de ellos? En uno. Bajé algunas cosas de Internet para leerlas pero no las leí. Me dio paja.
3) ¿Estudié para alguno de los parciales no domiciliarios? No.
4) ¿Aprendí a manejar un automóvil? Estoy en eso. Mañana tengo la segunda clase de la escuelita.
5) ¿Descubrí la forma de otorgarle vida al pequeño ser antropomorfo que supe días atrás valiéndome de una buena cantidad de palitos y chizitos? No.
6) ¿Tuvo crías mi pastora alemán? Sí. Y gracias a Dios ninguno salió parecido al albañil hijo de puta ese que estuvo haciéndome algunas reparaciones en casa, lo cual demuestra que a veces pienso de la gente lo peor. Pero lo peor, peor. Así y todo es probable que esos cachorritos sean hijos de su hijo, Bugen. O sea: Bugen tuvo hermanos. Y tuvo hijos. “Hermanijos”.
Pues bien, se preguntarán ustedes entonces, ¿Qué me hace escribir cuando tengo una Playstation 2 en casa? Pues precisamente el hecho de que mi esposa tiene la televisión ocupada con el programa ese de Julián Weich que lleva el concepto de bodrio a límites jamás conocidos hasta ahora. “Justo a tiempo”, se llama, creo. ¿Algunos de ustedes lo vio? Cuando lo empezás a ver lo primero que decís es: “No, no va a ser mas aburrido que ver como se seca la pintura en una pared de una oficina a medio hacer”. Pero resulta que sí.
Entonces, mientras mi esposa mira eso en la tele a fin de entender las razones que lo hacen un éxito de rating (yo creía que Delfina Gerez Bosco era la causa, pero no la ponen en pantalla lo suficiente) yo no puedo jugar a los videojuegos. Podría, digo, porque la tele tiene AUDIO/VIDEO y el otro cable por separado, pero mas allá de que los videojuegos han sido siempre la piedra fundamental de la existencia y de que me siento capaz de jugar y terminar un juego sin verlo ni oírlo (me oriento a través de las vibraciones que hace el DVD cuando gira, como un delfín superinteligente), lo cierto es que no se disfrutan tanto así. Pero lo que quería era que me ayudasen a entender lo que busca la gente hoy en día. En lo que al entretenimiento videojugante se refiere, por supuesto. Porque si habláramos en general, la respuesta sería algo con tetas grandes.
Pero esto parte desde el momento en que me decidí a comprarme la Playstation 2 por segunda vez. No, la 3 no, porque sale demasiado cara y –como toda consola salida no hace mucho del horno- carece de una buena cantidad de juegos geniales y a buen precio. La primera vez (porque dije segunda, esténse atentos por favor, no me hagan perder renglones con esto) sucedió cuando la Playstation 2 aún no pisaba suelo argentino. Ubiquémonos en el año 2000, antes de la crisis. Un amigo se iba a USA y era mi deber el darle la guita (facilitada por mi querida tía benefactora) a fin de que me la trajera de allí. Eso sucedió, pero mi poca flexibilidad hizo que me viera obligado a venderla a los pocos meses debido a que no tenía más juegos que el Ridge Racer Revolution, y a que la tecnología pirata aún no había desarrollado un chip pirateador lo suficientemente bueno como para no derretir la PC sin hacer explotar la cocina, atraer rayos y causar cáncer de útero al mismo tiempo. Luego se vino la malaria y ciertas cosas (como eso de que los países tercermundistas tuvieran acceso a la diversión primermundista) salieron de mi Universo.
Quiero decir: las saqué. Porque me negué a seguir comprando publicaciones relacionadas, o a interesarme siquiera, a fin de no sufrir ante lo que de tan lejano se hacía imposible. Luego, cuando tuve trabajo empecé a gastar mi dinero en otras cosas y finalmente casi terminé olvidándome de todo. Hasta hace algunos días, cuando me pregunté: ¿Y por qué no comprar una PS2 nuevamente, aprovechando la excusa de esa gripe letal que mata a los que se animan a ir al cine o tomar un colectivo? Así lo hice. Aunque en esta ocasión me dieron una versión “slim” o de bolsillo. Una mínima payasadita plateada, si se me permite la expresión, de aspecto indudablemente frágil si se lo compara con la negra dura que supiera yo tener. Bien negra y bien dura, era. Como mi p… ¡Eeeeeehhh! ¡Casi caemos todos juntos en esa nuevamente! ¡Jajajaja! ¡Qué locos somos!
Me vino con unos diez juegos a los cuales hay que agregar otros 5 que me tuve que comprar en otro negocio debido a que no estaban. Lo cierto es que los juegos estos que no pude sino llevarme (amparados en su fama) tienen en común un elemento, que es el espectáculo por encima de lo demás. Cierto es que uno –me refiero a mí- no busca necesariamente realismo en un videojuego, sino toda una aventura, o por lo menos un rato de sorpresa. En mi caso, también exijo de mis videojuegos una calidad acorde a los tiempos que corren, más que nada en lo que a la jugabilidad, complejidad y respuesta se refiere. Como cuando a mis mujeres les exijo una energía y belleza superiores a la media. Ellas me entienden porque soy muy sensual, y me gustaría revelarles a ustedes mis secretos, pero lo cierto es que la sensualidad no puede enseñarse. A menos que usted se anote en mi academia y tome las clases del curso “La sensualidad puede enseñarse”. Docentes capacitados. Aranceles accesibles. We speak English.
Ahora bien, el mundo cambió bastante en los últimos diez años, y no para bien. Y me refiero al mundo de los videojuegos, por el mundo “en general” siempre estuvo bastante hecho mierda, o al menos así está desde que lo conozco, con la diferencia de que ahora hay floggers. Lamentablemente, lo que alguna vez supo ser un mundo de competencia y entretenimiento desarrollado por gente que era relativamente poca y muy enamorada de lo que hacía, terminó convirtiéndose en cualquier alboroto. Así, los videojuegos mal hechos coparon el mercado. Las posibilidades de jugar a través de la red global hicieron que los programadores se volcaran a aprovechar tales prestaciones y la inteligencia artificial fue dejada de lado, siendo reemplazada por cientos y cientos de megas invertidos en posibilidades de “personalizar” aspectos de personajes a fin de que la gilada pueda sentirse especial. A fin de satisfacer a cuanta gente fuera posible, comenzaron a hacerse juegos en todos lados, y para todas las plataformas, incluyendo las barbaridades hechas en flash para Internet, y esos infecciosos socotroquitos videojugables para teléfonos celulares.
Entre los que compré con conocimiento se encuentran el Tekken 5, el Metal Gear Solid 3: Snake Ester, el Winning Eleven 9, el Resident Evil 4, el Final Fantasy… ¿12? No recuerdo por donde van, quichicientos, ponele, y demás consagrados. Pero de entre los que compré nomás por sugerencia de las revistas especializadas, dos juegos se destacan abrumadoramente, y ellos son el Shadow of the Colossus (lo más lindo que he jugado en mucho tiempo), y el God of War 2. Dos éxitos de los tiempos modernos, si se quiere, lejanos al Sonic 2 y al Comix Zone. Sin embargo, el juego al que más uso le he dado es, lamentablemente, el Guitar Hero Encore, de rock ochentero. Porque es el que puedo jugar con mi esposa, mi cuñado, etc., sin necesidad de andar enseñando combinaciones complicadas de botones, ni pidiéndoles que memorizen patrones a fin de derrotar a tal o cual jefe.
Quiero decir, entonces, que los videojuegos se achataron. A fin de poder llegar a todos, los juegos se hacen parte de lo que hay y apuntan a gustar por gustar, como juegos de feria. El ejemplo más claro de tal filosofía es la Wii; la última consola de Nintendo, pensada para que juegue hasta el más papafrita. Y como videojugador de buena cepa que soy, reconozco que de a ratos no me siento en mi ambiente. ¿Cuan bueno puede ser un videojuego cuyo mérito es el de hacerte escuchar buenas canciones? ¿No se inventaron ya los cd’s de música para eso? ¿No sería mejor aprender a tocar la guitarra de verdad? ¿Cuánto mérito puede haber en eso de fabricar un joystick para que te haga creer que podés tocar la guitarra o jugar al ping-pong? Al precio de la Wii, yo preferiría comprarme una verdadera mesa de ping-pong, o de billar. O una guitarra. No sé si ustedes lo saben, pero por mucho menos te podés comprar un “OutRunners” (con la mejor música en la historia de un juego de coches) en su versión de arcade, con doble cabina completa, asiento, volante, pedales y cambios. O un “The Simpsons” en su versión arcade, con la posibilidad de jugar de a cuatro y rescatar a Maggie de las garras del malvado Sr. Burns. Apenas termine de escribir y publicar este artículo, tengo pensado hacer algo al respecto. Y con eso quiero decir que me voy a poner a jugar al Captain Commando con el Mame, pero ustedes de seguro ya lo habían adivinado. Al principio pensé en hacer público ese blog de videojuegos que armé hace algun tiempo, pero luego me percaté del hecho de que ya cuento con un sitio web exitoso y famoso.
Ah, me olvidaba. La pregunta Action-Games-consolera-Micromaniática del día es:
7) ¿Corregí los trabajos prácticos de mis alumnos?