Lo que les voy a contar es algo que tiene que ver con mi casamiento. Porque casi todo, de un tiempo a esta parte, tiene que ver con mi inminente casamiento. Es casi como una ley, una obligatoriedad que está ahí y que no puede negociarse. Porque cuando te estás por casar, cualquier cosa que no tenga algo que ver con el casamiento, es egoísmo, porque sos un ser despreciable que no piensa en el casamiento cuando debería. O algo parecido, muy divertido y relajante, por no decir recomendable.
Ahora bien, una parte importante del asunto es la despedida de soltero, y yo no voy a tener despedida de soltero. ¿Por qué?
Porque no estoy psicológicamente capacitado para tener una de las que a mí me gustaría tener, o de las que realmente –creo- se deberían llevar a cabo. Ustedes saben: el límite es la imaginación, y el “auto-limitarme” no es cosa que me salga bien, ya que mi auto-control es muy de niño inmaduro, y bueno casi siempre con las cosas que no me gustan. En otras palabras: si me encerrasen en una habitación y pusieran frente a una docena de acompañantes parecidas a las chicas FX a la voz de: “es gratis, tomá este balde lleno de crema”, yo… yo dudaría acerca de el verdadero significado del matrimonio en estos tiempos modernos. O su utilidad, etc. Y esta realidad horrible es masculina; sucia, vil pero humanamente masculina y poco cristiana, creo. No sirvo para las despedidas de ningún tipo, podría decirse. Si algo me gusta, se sigue haciendo hasta que me muero o hasta que quedo imposibilitado de seguir haciéndolo, y no quiero soltar el degenerado que llevo dentro: me hace sentir sofisticado y superior el hecho éste de estar siempre en control. Y no estoy seguro incluso de que no sea mi única virtud o mérito. Una despedida de soltero como la que a mí verdaderamente me gustaría padecer es ese tipo de despedida que no sólo no aprobaría tu futura esposa, sino que tampoco estaría muy bien vista por tus amigos del barrio, tus conocidos del trabajo o tus compañeros de pabellón en la cárcel de Olmos.
Bueno, bueno… si, si… A eso hay que sumarle el hecho de que cambié el permiso de tener una despedida de soltero antológica por un permiso para poder comprarme una moto.
Pero aunque no me arrepiento, la verdad es que quiero tener recuerdos de una despedida de soltero. Aunque más no sea una imaginaria, de las que se vuelven reales -como la religión de Tom Cruise- de tanto contarse gracias al principio básico de la mitomanía. Y es por eso que ustedes y yo la vamos a ir armando aquí. Imaginen que sucedió este viernes. Que estuvimos todos. Y ya que estamos, imaginemos también que no estoy escribiendo bajo el influjo de unos cien gramos de pastillas tras haberme automedicado y pasado la noche de anoche entre delirios, toses y mucosidades de sabor metálico. Lo que vaya saliendo será la anécdota (pulida y retocada) de mi despedida de soltero. La que voy a contarle a mis nietos. Pero que sea en serio, bien en serio.
Los caballeros macanudos pueden sacar a relucir toda su camaradería y amiguismo. ¡Qué locos estábamos esa noche! ¿Te acordás de lo que hizo el [nombre propio o insulto afectuoso] cuando agarró la [ítem a definir] y se [acción poderosa] la [ítem poderoso o controversial] con el [ítem inesperado y de potencial hilarante que desemboca en situación graciosa] de [nombre propio]? Etc. Pero la mejor parte la van a poner las hermosas damas que leen este blog, ya que mi ofrecimiento es el siguiente…
Mujeres: ustedes pueden -y deben- contar con lujo de detalles las escapadas y aventuras de último momento que tuvimos, en privado, enviando un relato erótico –o no- a mi casilla de correo electrónico, cosa de que –como en toda despedida de soltero- lo ocurrido quede sólo entre los que estuvimos allí presentes. Aprovechen la impunidad: a la que me cuente la mejor y más pecaminosa historia le regalaré algo que puede ser un artículo para que suba a su sitio web (lo cual, considerando que apenas si tengo tiempo para publicar en el mío, será una paga más que coherente y sacrificada). O bien una fotografía misteriosa de mi viaje de Luna de Miel (misteriosa porque todavía no sé donde voy a estar alojado) Y al hombre que me mande una historia degeneradísima haciéndose pasar por una mina le prometo buscarlo y cazarlo como a un perro. Y lo voy a agarrar, porque voy a andar en moto, y las motos andan rápido.
Lúzcanse. En ustedes está la posibilidad de que este artículo sea algo memorable o una absoluta demostración del patetismo febril de quien les habla. Ahora, si me disculpan… Mi jarabe no va a beberse solo.