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Archive for 26 de enero de 2008


He aquí una noticia que es de gran alivio para mí: un grupo de norteamericanos con autoridad alimenticia está asegurando que no se corre ningún riesgo al comer la carne de un clón, o ingerir alimentos derivados de éste.

Molecularmente hablando, un cacho de carne clonado sería indistinguible de un cacho de carne original.

La parte más bien seria de la noticia es la que tiene que ver con las posibilidades a futuro de esta afirmación. Clonando una vaca que naturalmente es capaz de producir una cantidad de leche muy superior a la media, más de uno podría hacerse un lindo negocio. El asunto es simple: busco la mejor lechera de todas, y cuando la encuentro, la clono. Algo similar a lo que sucede con los caballos de carrera campeones y molecularmente superiores, cuyo esperma se vende a precios muy altos. No voy a imaginar nada ni hacer chistes con eso, ya que la tarea de ordeñar un caballo se me hace lo suficientemente ingrata para con el pobre peón así como está.

Ahora bien: los detractores de la clonación argumentan -entre otras cosas- que muchos clones son de un tamaño sobrenaturalmente grande cuando nacen (lo cual podría lastimar a la madre), y yo creo que ahí se esconde una enorme posibilidad.

Vaca en serioYo, si fuera científico, haría lo siguiente. Primero, desarrollaría una vaca gigante, y la tendría en su establo, también gigante. Bueno, no, entonces lo primero que debería hacer sería comprar un terreno grande, ya que estoy hablando de una vaca grande como un edificio. Luego, con mangueras –si, mangueras gigantes-, le extraería toda la leche y con ella haría queso, yogur, y cuanto lácteo aprendiese a hacer. El razonamiento lógico y sensato dice que si fui capaz de crear una mega-vaquillona lo suficientemente grande como para obstruir el Canal de Panamá, es probable que sepa también manufacturar productos lácteos, caminar sobre el agua y matar con la mirada. Quien puede lo más, puede lo menos. Y no, los lácteos no serían gigantes, porque eso requeriría refrigeradores gigantes y además habría mucho desperdicio.

Pero la verdadera gracia –y objeto del proyecto- radicaría en poder hacerla lo suficientemente grande como para que uno pudiese cortarle un churrasco sin mayores consecuencias, causándole apenas dolor, y dejando una cicatriz ínfima, que cerraría a los pocos días. Eventualmente, esto involucraría la tortura y mutilación casi eterna de un animal, desde un determinado momento hasta su muerte, quizá tras diez o doce años de tajos y cortes, pero los defensores de la vida animal no pueden negarme que la cantidad de animales “pequeños, normales y originales” que salvarían sus vidas bien valen el sacrificio de la gigantona desafortunada, la cual podría clonarse obedeciendo a un promedio de 1 por familia interesada. Además, no sé ustedes, pero yo a mi costosísima vaca proveedora de carne la cuidaría, bañaría, medicaría y atendería mejor a que muy pocas otras cosas en el mundo. Y la bautizaría con un nombre del tipo: “Cuerno de la Abundancia que Muge”. El punto flojo de mi teoría sería la imposibilidad de comer otra cosa que no fuesen cortes superficiales (omitiendo las achuras, por ejemplo), pero habría puntos de venta -mayoristas gigantes de carnes y embutidos- en los cuales abastecerse de ese tipo de elementos. Además, quienes habitan departamentos en el microcentro no renunciarían a su estilo de vida así nomás, imagino.



Mantis: -Buenos días, Morgan
Morgan: (dejando de atender a una clienta y haciendo una reverencia, inclinándose ligeramente con el gesto propio de quien ha leído mucha literatura inglesa de fines del siglo XVIII, llevando su cuchillo manchado de queso fresco al pecho) -Buenos días, Señor.

(Ambos permanecemos en silencio y con la mirada perdida durante varios segundos. La clienta –sí, se escribe clienta- se retira finalmente sin ser atendida, soltando insultos)

Morgan: ¿Qué puedo hacer por ti?
Mantis: -Un mortadela en bocha para la merienda de la semana me tendría feliz como un párroco ante un monaguillo desnudo, ¿podrás ayudarme?
Morgan: -Tengo, pero he de cobrarla cara, porque mi nuevo proveedor cambió de rubro y no sé cuando volverá a entrarme otra pieza semejante calidad.
Mantis: -Otro más que se va detrás del dinero fácil del gigantismo vacuno, imagino. Es el segundo en lo que va del año.
Morgan: (asintiendo con la cabeza, llevando un gesto preocupado: -Mis predicciones en alguna época se orientaban hacia la explosión de la soja y su aniquilamiento de las tierras aptas para cultivo, pero realmente no entiendo como pudo prender la idea esa…
Mantis: -¿Avistas un futuro negro?
Morgan: (cambiando el gesto a una sonrisa, elevando el tono de la voz) -No tan negro como el himen de Diana Ross en una película de Orson Wells.
Mantis: – Jajajajajaaaa… lo has hecho otra vez… No sé de dónde los sacas, mi querido paladín.
Morgan: -Ellos están en el aire, yo tan sólo los atrapo. ¡Anselmo!
Mantis: -¿Anselmo?
Morgan: -Es mi sobrino, lo tengo aprendiendo el oficio.
Mantis: -Me parece fantástico: la venta de productos de charcutería bien debería ser una asignatura obligatoria en todas las escuelas.

(Por la puerta del fondo entra un muchacho de unos 15 años, comiendo con entusiasmo lo que parece ser una gruesa barra de leberwurst, cual si fuera una banana. Su imagen inevitablemente denuncia un parentesco con el fiambrero, a quien mediante gestos le indica que mi presencia le resulta incómoda. Camina arrastrando los pies, con fastidio)

Anselmo: -¿Y éste quien es? Sabés que no me gusta la gente…
Morgan: -Cuida tus modales y saluda al señor, que es nuestro mejor cliente.
Mantis: (extendiendo mi mano) -Es un gusto, Anselmo
Anselmo: (sin estrechar la mano ni dejar de mascar su pieza de leberwurst) –Hola…
Morgan: (empujándolo con la punta del cuchillo) -Tráele una mortadela al señor.

(Anselmo se retira un par de segundos y vuelve con el pedido: una mortadela de poco más de dos kilogramos, manchada de leberwurst)

Anselmo: Acá está. Más mortadela que Heath Ledger en una farmacia.
Mantis: -Hey… eso no estuvo bien, sobrino del paladín. Ese chiste…
Morgan: Disculpe señor, pero a mi sobrino lo educo yo. Cualquier cosa que pudiera usted decir estaría oprobiosamente fuera de lugar.
Mantis: -… ¿Morgan?
Anselmo: (guiñandole un ojo a su tío y eliminando todo resto de antipatía, para luego estrecharme en un abrazo que no termina nunca) -¿Tan fuera de lugar como un himen en una villa miseria?
Mantis: -Jajajaja… ¡Me han pillado ustedes! Caí como un Juan Castro cualquiera.
Morgan: -Lo practicamos ayer, durante toda la tarde.
Mantis: -¿Alguna vez te dije que este lugar es lo mejor del barrio, Morgan?



Pero volviendo al tema, si tienen una mejor idea para acabar con el hambre en el mundo y al mismo tiempo tener alimentos siempre frescos sin tener que salir a comprarlos, este es el momento de abrir la boca.

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