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Archive for 11 de junio de 2007


Domingo, hora de la siesta, con el gusto del almuerzo todavía pegado a los dientes porque cuando el morfi estuvo muy rico suelo permitirme el disfrutarlo un poco más antes de cepillarme. La cosita ésta, hecha de plástico, se rompió más o menos en la forma en la que yo lo había previsto, atorando el orificio. Me estoy refiriendo a una especie de tarugo plástico (un pasatrapos) que se fracturó debido al forcejeo, obturando la baqueta (estaba yo tratando de limpiar un caño un tercio de pulgada).

En otras palabras: no tenía cómo sacar esa cosita, y la baqueta (de aluminio) había quedado inutilizable. Primero traté de agarrar la punta con varias pinzas, más grandes o más pequeñas, pero nada sucedió porque se me resbalaba. Luego probé pinchándola desde un costado y tratando de desenroscarla, pero así rompí la puntita de una aguja. Clavé otra aguja en un corcho y la calenté al rojo vivo a fin de hacer mejor y más pareja fuerza, pero sólo conseguí doblarla. Comencé entonces a calentar con cuidado la punta misma de la baqueta, fundiendo el burbujeante líquido rojo pero sin conseguir que gotease afuera como la cera de una vela.

-Si llega a derretirse –pensé-, lo puedo sacar de a poquito con la aguja, o con un cuchillo.

Con bronca y medio intoxicado debido a los gases plásticos, hundí con fuerza un pequeño destornillador, tratando de empujarla hacia adentro con la esperanza de mandar el tapón hacia el otro lado en caso de que fuese completamente hueca.

Y fue entonces que sucedió.

Al retirar la herramienta, una profunda muesca había sido hecha sobre el plástico. Entonces, volví a introducir el destornillador. Y desatornillé. Y el plástico salió girando tal y como había entrado, suavemente, sin oponer resistencia.

El monito de Odisea en el EspacioMuchos que eso es evidente, que era obvio, que suele hacerse, que es un recurso conocido… cualquier otra cosa. Lo cierto es que el mérito nadie podrá arrebatármelo jamás, ya que no fui jamás a una escuela técnica ni tengo relación alguna con tales conocimientos. Para mí, eso estaba roto y arruinado. Acéptenlo: la única verdad es que mi cerebro improvisó y le envió la información a mis manos. Al menos, el reflejo de intentar algo que no se hallaba en mis posibilidades de conocimiento, porque YO NO LO PLANEÉ. Yo no me dije: «si lo derrito lo puedo convertir en un tornillo». Yo tan sólo hundí el destornillador en la parte blanda, desorientado. Me animo a decir sin ninguna duda –pero ninguna- que debo haber lucido increíblemente primitivo en ese ratito previo.

El resultado fue la más pura y asombrosa demostración de que el hombre ha evolucionado. Me convertí en el más inteligente de los monos, y a decir verdad, no creo que ir a la iglesia sea lo más a inteligente a hacer hasta que se me pase el estado de deslumbramiento en el que me encuentro.

Ustedes tal vez piensen que exagero, pero fui testigo del accidente. Fui el chimpancé que estrelló el coco contra la piedra y vio que esta se rompía así más fácil. Fui el cuervo descubriendo que las ruedas de los autos pueden pisar y abrir las semillas sin esfuerzo. Fui el gorila que metió el palito en el hormiguero a fin de hacer salir a las hormigas. Fui el rinoceronte que… you get the point.

Tiene que haberles sucedido a algunos de ustedes en alguna ocasión. ¿Cuál fue esa oportunidad en la que ustedes se dijeron a si mismos: soy un genio? Y no me estoy refiriendo a saber más que otro para una prueba o usar mejor las conjugaciones verbales o programar sobre Unix. Me refiero al talento nato, al instinto. A esa necesidad que no sólo agudiza el ingenio, sino que a veces, excepcionalmente, llega a crearlo de la nada.

Qué quieren que les diga: me maravillo con poco, sí. Sale barato.

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