Hace un par de meses, mi suegra sufrió un accidente al bajar del colectivo. El conductor, apurado, arrancó con ella todavía en el aire y ocasionó una fiera caída sobre un tacho de residuos y –posteriormente- el cordón de la vereda. Cuatro fracturas de costilla y un neumotórax –amén de mucha mala sangre, indignación para con los traumatólogos que no supieron encontrar las fracturas ni mirando la radiografía y corridas varias- fueron el resultado de esta situación, que aún hoy se está tratando.
A fin de no darle excusas a la aseguradora (ART) involucrada, la internaron en Villa Ballester, a un bueeeen rato de viaje. La clínica (Santa María) resultó ser famosa por su falta de moral e idoneidad, en el mejor de los casos. Les paso de ejemplo una conversación entre dos enfermeras, a la madrugada, oída por una amiga de mi suegra que se quedó a pasar la noche. Situación: una pobre mujer de unos 50 años gritaba e insultaba en la sala de espera, debido a que su hija se había muerto debido a una sobredosis de pastillas. Ni un suero le habían puesto, limitándose a ponerla en una camilla y dejarla en un pasillo.
Enfermera 1: -Se murió la mina de la sobredosis…
Enfermera 2: -Boluda, vos ni siquiera le habías hecho una historia clínica…
Enfermera 1: -Pensé que la habías agarrado vos… ni una “vía” le pusimos
Enfermera 2: -No importa, vos cubrite, nena. Ponele un suero ahora y que se hidrate si puede.
Y se cubrieron. Pero no es la clínica lo que genera este relato, sino lo que sucedió durante una noche, a mi regreso de ese lugar. No se distraigan.
Para volver (fui varias veces) yo podía elegir entre combinar dos colectivos para tardar una hora, o tomar sólo uno y tardar hasta dos horas, dando vueltas por todo el partido. Era tarde para subirme al tren, si bien estamos hablando de una estación que no seduce gracias a la seguridad en sus andenes y que nunca consideré como alternativa. Llámenme cobarde, pero eso de que me roben y me peguen y me violen y me coman no vale media hora de ventaja.
Yo volvía haciendo el trayecto largo, sentado cómodo, y leyendo. A falta de mejores cosas y con algo de curiosidad propia de mis lecturas de adolescente, la lectura consistía en la novela: “Un saco de huesos”, de Stephen King. Llevaba una década -por lo menos- de haberlo dejado de leer al enfermo éste, y me parecía entretenido eso de volver a vernos las caras. Además, el libro me era desconocido y de adquisición gratuita, ya que había sido encontrado por mi madre en la calle días atrás, caído vaya a saber uno de qué mochila oligarca.
Muy pronto recordé las razones que me habían hecho abandonar a Stephen King: sus libros son todos iguales, con los mismos personajes, transcurriendo todo en Maine, a orillas de un lago. Y con un demonio, o varios demonios. ¿Un poco de miedito de a ratos? No realmente, sino más bien una incomodidad ante los sucesos desagradables en la historia. Cual si fuese una señora gorda de las que salen pintando patos desde los countries en la tele mientras sus esposos explotan a otras personas a fin de poder saciar los caros caprichos de sus nuevas esposas y sus pequeños hijos en edad de ser sus nietos, me horroricé en varias ocasiones, preguntándome acerca del verdadero alcance de un espíritu, y cosas de esas. Cuestionándome, si quieren, acerca del Mal en sí. La forma en que nos afecta (o se nos presenta) y esas cosas. Me dirán que King no fue el primero en hacerlo, pero yo le reconozco que por lo menos lo hace con destreza y una frecuencia literaria que (de tan abundante) raya lo casi obsceno.
Los libros me duran poco, y en horas corridas este libro me duró unas cuatro o cinco, terminándose dos minutos antes de que yo debiese descender del vehículo en el que resultó ser mi último viaje de regreso (por fortuna, mi suegra estuvo internada sólo una semana, cuando originalmente se pronosticaba el doble). Bajé con cuidado, cosa de no agregar otro sorullo a ese inmenso inodoro lleno de mierda que venía siendo mi vida esa semana (puede que esta frase se deba a que estaba teniendo que renegar más de la cuenta con las cuestiones relacionadas a la organización de mi casamiento).
Y ante mí, un perro.
Era negro, de pelo chato y hocico encanecido. Uno de esos pulgosos flacos con aire de galgo u dobermann, bien callejeros, que no reconocí entre los “habitués” de esa parada, donde una vieja improvisó unas cuchas con cajas envueltas en nylon y a veces deja bandejitas con alimento balanceado seco. Le clavé la mirada y me alejé, porque uno nunca sabe si está el tarascón esperando. El chucho caminó a mi lado sin alejarse, y sin detenerse pegó un aullido corto, como de diálogo. La luz puso sus ojos rojos, y su aspecto no era el más macanudo de los aspectos.
-Faltaría que fueses el diablo, la puta madre –le dije, casi de un modo automático, pensando en Maine. Al otro lado del puente que cruza el acceso norte de la panamericana se veían las luces de la estación de servicio, pero el barrio entero parecía estar vacío y deshabitado, y en esa esquina éramos este perro y yo: no había más nadie. Como no llevaba reloj, apreté un botón cualquier del teléfono celular y vi que faltaban diez minutos para las doce de la noche. Me decidí a apurar el paso, y con alivio descubrí que el perro no me seguía, sino que se detenía al comenzar al puente.
Había cruzado el puente cuando me volteé. Todas nuestras madres y padres y tías y abuelos nos enseñaron una y mil veces a mirar hacia atrás en estado de alerta cuando la noche llega en la ciudad y nos encontramos caminando en relativa soledad, por si acaso. Como para poder correr y tener una oportunidad de escape. Como para verlo venir al ladrón, al violador, al homicida. Como para por lo menos entender qué fue lo que nos pasó, cosa de llegar al purgatorio sin convertirnos en desaparecidos de nosotros mismos, o conocer el rostro del agresor; vaya uno a saber.
Al otro lado del puente, el sarnoso seguía sentado, mirando en mi dirección. No se movía. Yo me puse a pensar en que cada vez hay más perros en esa esquina, y seguí caminando. Hice una cuadra envuelto en el silencio de un jueves a la medianoche, doblé en una esquina e hice una cuadra más, quedando sobre la calle de mi casa, a cinco cuadras de ésta.
Y frente a mí, el perro.
No lo vi hasta que estuve a dos metros de él. El cerebro quiere negociar antes de entrar en pánico, y por eso imaginé, en un principio, que se trataba de otro perro. Pero sabía que era el mismo perro. Por las dudas no me pregunté la forma en que el animal había llegado hasta allí. Cabe aclarar que a esa altura de las circunstancias yo ya le temía más al Mal que pudiese estar embutido en ese perro, que a las malas intenciones de un ladrón oportunista y pasado de paco.
-La concha de tu madre, perro –le dije, deteniéndome. No estaba asustado, pero sí nervioso.
El bicho ni se inmutó. Y de repente me preocupe de arriba a abajo, ya que insultar al demonio no suele ser la mejor forma de conseguir que el mismo deje de molestarnos (o al menos, no lo parece en las películas de exorcismos y los libros del género). Soy cristiano, pero no lo suficiente como para hacérmele el guapo al Diablo, eso es seguro. Hice fuerza para entrar en razón y creer nuevamente que era un perro y nada más, y así amagué a tirarle una patada de esas que se quedan cortas y no pegan, pero asustan y recuerdan que no todos los seres humanos somos amantes de los animales.
-¡Fuera, perro! –grité en voz baja (ustedes saben como es), para acompañar el movimiento.
El perro no se movió, pero soltó un aullido mucho más largo que el primero, y de repente, los cuatro o cinco faroles de la cuadra más cercanos a nosotros se apagaron de golpe, todos juntos. Yo no me había dado cuenta hasta ese entonces, pero por donde supuse que el perro debía haber pasado, tampoco había luces encendidas.
-Deben estar fallando los cables –pensé optimista. Era posible, pero mi estómago se revolvió así y todo. Las probabilidades de que ese perro fuera un demonio eran escasas, remotas, remotísimas. Yo no creía que lo fuese. Pero si era, yo estaba decidido a no quedarme a preguntar. Salí caminando apuradito por el medio de la calle vacía, más apuradito de lo que lo había hecho en las cuadras pasadas, con la prisa del que se pone serio, que es más picante que la del que quiere evitar ser robado o llegar tarde al laburo.
Pero esta vez, el perro me acompañó. Y lo hizo mirándome y aullando bajito, siempre a una distancia prudencial, alejado tanto de mis posibles patadas de mentirita como de las que el miedo pudiese convertir accidentalmente en verdaderas. Ese aullido debe haber sido uno de los sonidos más asquerosos –esa es la palabra- que tuve la desventura de escuchar. Parecía un aullido de hambre, monótono, angustioso, que cada cinco segundos se entrecortaba pero no se detenía. Y en la calle seguía sin aparecerse un alma, por lo que seguíamos siendo sólo el perro y yo, con mi silencio y su aullido. Pero cuando me encontraba a pocos metros de mi casa, el perro (¡Por fin, por fin!) dejó de aullar. Se adelantó y apuró el paso. Se detuvo justo sobre el “lomo de burro” que hay frente al portón de entrada. Mis perros, desde adentro, comenzaron a ladrar y gruñir corriendo sueltos frente a las rejas como siempre ante cualquier cosa. Mi cerebro cagón, evolucionista y hereje no cesaba en sus ganas de razonar, de quitarle en sensacionalismo paranormal a la situación.
-El perro tiene hambre, Andrés –me decía-. Tiene hambre y reconoció tu olor, y por eso se detuvo justo en tu casa. El perro se dio cuenta de que no eras amenaza, de que varios perros tienen trato con vos. Además, tenés una perra hembra que puede haberse refregado contra tu pantalón hoy, más temprano. El perro olió eso también: puede haber olido incluso esa bolsa ziploc (sucia de empanadas) que llevás en la mochila. El hecho de que no hubiese nadie en la parada de colectivos y de que siga sin haber nadie en la calle lo hizo aferrarse a vos, que en una de esas sos, efectivamente, su única posiblidad de ligar un cacho de pan, o un hueso viejo. Por lo menos, hasta que llegue el día.
Pero yo por dentro lo único que hacía era putearla a mi suegra, con cosas como “¿Quién mierda la manda a caerse a esta vieja y a hacer que mi novia vaya a cuidarla toda la noche como si fuera enfermera y a mí a llevarle comida a mi novia y a volverme en colectivo a estas horas de la noche y la puta madre podría haberme tomado un remis para que concha trabajo si no me voy a pagar un puto remis?”
-Ahora te traigo un hueso, perro –le dije mientras abría el candado-. Pero si cuando vuelvo no estás, no me ofendo.
El perro se quedó sentado en la calle, ante los perros que no sabían si darme la bienvenida o seguir ladrándole al saco de huesos que me había acompañado hasta allí. Mientras giraba la llave de la puerta de mi casa (la edificación propiamente dicha), me di vuelta agradecido de que las paredes que dan a la calle no me permitiesen verlo. Sin sacarme la mochila, ni cerrar la puerta, ni prender la luz, ni lavarme las manos enfilé rumbo a la cocina y allí abrí la heladera (gracioso habría sido abrirla en otro lado, ¿se imaginan? Por ejemplo, donde no estuviese, ponele: el baño… jajajajaja… soy una locomotora del humor) para sacar un hueso de esos que mi madre compra embolsados en la carnicería y que yo meto en un recipiente plástico enorme como él solo pero lo suficientemente pequeño como para entrar en la heladera (jajajaja… ¿no les dije? Soy hilarante y mi prosa te envuelve).
Y de repente, mis perros se quedaron en silencio. Eso quería decir que el perro, el otro perro, se había ido. La seguridad de sentirme en casa (todos mis sentidos lo confirmaban) me devolvió los ánimos y me sentí casi triste de no haberle dado el hueso, así que abandoné la cocina de todas maneras llevando tres huesos. Uno para mis perros guardianes que lo habían espantado y otro para él, por si en una de esas todavía se hallaba cogoteando con el rabo entre las piernas a mitad de cuadra. Sé que eso no se hace porque después al perro no te lo sacás más de encima, pero bueno, soy un amor de tipo. Si creen que en algún momento me voy a cansar de decirlo es porque obviamente no me conocen. Miré por la ventana y vi pasar las luces de un auto.
Y al llegar al living, en la oscuridad, el perro.
Con los ojos rojos y la mirada fija, el perro.
Con sus cicatrices sarnosas, el perro.
No estaría mintiendo si les dijese que no me cagué simplemente porque Dios es grande. Puteé algo –no me acuerdo qué- e hice de un hueso una piedra: se lo arrojé con todas las ganas, rogando que hubiese sido un hueso beatificado, de vaca sagrada, de sacerdote, de San Roque. A esa distancia no podía fallar: le di en el lomo, de lleno, haciéndolo llorar de dolor. Tropezando con las cacerolas viejas que los perros usan como bebederos, lo perseguí hasta darme con el portón de rejas, que por lo angosto del perro no fue impedimento para la huida pero me detuvo. Le tiré desde ahí con otro hueso, y con otro, y si hubiese tenido un cañón de plasma lo habría usado también, con el cuidado de guardarlo para futuras aventuras (léase: violentar un camión de caudales, o someter a un grupo de colegialas). Mis perros recibieron, a su vez, cada uno una patada en nombre de todo lo que es santo. Antes de cerrar la puerta, aproveché la luz que venía de afuera para buscar la llave de la luz del living.
Pero la lamparita no encendió, porque se había quemado.
¡Estremecedor! Sólo faltaba que al encontrarte con el perro en el living, este saludara pero no moviendo la cola, sino con un cavernoso «Buenas Noches, Mantis…»
Fuera de broma, porque con lo sobrenatural no se juega, para esos menesteres hay que estar equipado y no precisamente con una Magnun. Saludos.
Mantis, usted está a un pasito nomás de que el mundo que conoce se convierta en territorio zombie.
Su temor a ser comido en la estación de trenes me confirma que ahí sí hay zombies.
Vaya guardando los huesos para hacer barricadas y tenga a mano un generador de electricidad y gasolina.
Profe: Un balde de agua bendita, o un perro más grande y malo.
Mux: Voy a abrir otro blog, con relatos de este tipo. Se va a llamar «Zombies y berenjenas»
Saludos.
Excelente! Está muy bien redactado, mis felicitaciones.
Amo su blog desde el primer día que lo ví, fue amor a primera lectura blogger.
Espero que siga sorprendiendonos con estos relatos.
Un saludo.
Me hizo acordar al cuento de Orsai, ese en que vuelve de españa porque el padre se va a morir y lo termina matando èl mismo con el taxi.
Muy buen relato.
Saludos
El Turi
Che, yo les cuento una experiencia paranormal verídica de las que te hacen replantear el significado del Universo… ¿y ustedes me salen con «muy bien escrito, lindo relato»?
Es como que la gente le hubiese dicho a Walsh «que lindo escribe usted, me encantó el cuento» después de leer Operación Masacre.
En realidad pensaba mas bien en que parecia un excelente capitulo de La Dimension Desconocida… de la segunda epoca.
A mi me han pasado cosas por el estilo, en algun momento, cosas que luego me han llevado a pensar que el señor King en sus libros o peliculas como Hellraiser o Evil Dead son, como poco, infantiles.
Por las dudas, no me camine mas por lo oscuro…
Saludos
Jajaja Eso me hace acordar a que Operación Massacre me espera en la biblioteca.
Yo habría apostado más a que el perro estuviese en el living fumando un puro, con una copa de whisky en la mano y diciendo «Nos volvemos a encontrar Sr. Mantis»
Mantis, bastante fascinante su relato, sobre todo, porque yo creo en esos asuntos paranormales, quizás debido a mi enfermedad (padezco de Terror Nocturno) y mis noches no suelen ser de las más agradables.
Guarde el cañón de Plasma para la próxima vez que lo cruce a Podetti en la feria del libro.
Un abrazo, que esté bien.
pobre perro! me dio mucha lastima, y tu suegra tambien.
Psss… King?
Ma qué King?
Se me ladeó la peluca, vea.
Yo que ud. además de la ziploc con restos mortales de empanada, incluyo en la mochila una botellita de agua bendita, un crucifijo, una ristra de ajo y un par de estaquitas.
Así…. como quien no quiere la cosa, vio?
=P
Raro, raro, raro!
yo me hubiese muerto de un infarto a la salida del puente nomas!
pero debo decirte: (como diria mi abuela) «eso te pasa por andar leyendo esas porquerias!»
Pero al final, ¿el perro comió el hueso? Pobre alma desnutrida che, aparte, evidentemente, era re ingenioso, como para meterse en tu casa sin que te des cuenta. Atacaste a un perro ninja, ahora vas a ver…
BTW, si lo ves a Rodolfo Walsh, no le digás eso, preguntale qué tal Europa.
Carajo, mierda.
Impresionante!!la verdad siempre me gusto tu blog,pero nunca me gaste en escribir un comment,pero esa ultima historia me atrapo mal,me senti otra vez con 9 años leyendo La caida de la casa Usher de Allan Poe,jeje muy bueno.
Pd:Kb decir q me habia fumado un porrito :P
Pará pará… ESTABA «EN» EL LIVING!???
Pero qué carajo!!!
Yo me hubiera hecho una diarrea que me duraría toda la noche…
Dormiste?
Por Dios!
Que sogaca,querido.
PD: la proxima sacale una foto y la publicás,a ver si podemos cazarlo.
muy bueeeeno mantis!
te tendrian que pagar
brindo por eso!
saludos
¡¡A mi me pasó lo mismo!! Solo que en mi caso el perro me confirmó que era el Demonio en persona (dijo algo como «Grrrr Soy el Guau Guau Demonio Grrrr guau).
Yo agarro, igual que Ud., y le arrojo un hueso con carne.
El tipo me mira y dice: «Grrr te estoy diciendo que guau guau soy el mismísimo Lucifer guau grrrr en persona; Belcebú, Satanás, el Señor del Mal grrr guau, el Diablo Montserrat grrrr ¿Y vos me tirás un hueso? guau ¡¡Yo vengo por tu alma!! guau grrrrr.
«¿Vos tenés idea de lo que está costando la carne?» le pregunté.
Y el perro demonio agarró el hueso y se fue.
Cosa de locos.
Cómo en el living?
Cómo entró?
Cómo, cómo cooooooooomo???????
Amo a los perros, pero me hubiese dado demasiado miedo.
Conozco la Clínica donde está tu suegra, y sí, es de terror.
Tengo miedo neneeeee!!!
Léase con la voz de Alejandro Apo, de ser necesario, róbesela.
Mannntiss….me dió miedito, porque me trajo un recuerdo bastante feito, y si usted es un amor de persona, yo soy maricona con ese tipo de cosas «sobrenaturales» al por mayor…
En serio, una vez me pasó algo asi con un perro que me siguió a mi casa en el barrio de Gonnet en La Plata, hace como unos 4 años antes de mudarme para estos lados…y el perro siempre iba atrás mío, sin decir guau ni nada, caminando con mi sombra, parecía que se conocían…
Al otro día un amigo me dijo que a veces los angeles protectores toman esas formas, y los malvados también..
No sé, ahora tengo miedito…y a mi que me gusta acariciar todos los perritos que veo….
abrazos Mantis, sepa que no le guardo recelo por haber pronosticado mi muerte si algún día hay exterminio total…
Otro abrazo de yapa!
Por eso dejé de ver películas de terror -_-
(cuentos y novelas de terror creo que nunca leí)
Locomotora del humor, un abrazo.
Si despues de seguirme y aparecerse en formas extrañas encuentro el perro en el living de mi casa seguramente todas mi heces y fluidos corporales varios hubieran emanado de mi ser instantaneamente…he dicho.
Siempre sostuve que estas cosas le pasan a la gente que puede sobrellevarlo.
Lo que es yo, pierdo la cordura y salgo corriendo desnuda a la calle o me interno en la parroquia mas cercana ad eternum.
El cómo entró el perro es fácil, de la misma forma que salió, lo inquietante está en que los otros tres inutiles no se lo hayan comido crudo
Saludos
No le creo mucho lo de cagón, sino se hubiera defecado ahí mismito en el living, haciéndole perder todo encanto pavoroso al relato.
Aunque teniendo en cuenta que ud. es una máquina del humor, no niego que ni hubiera sabido sacar partido de la escatológica situación.
Me hizo comer literalmente la pantalla con los ojos, caramba.
Eh…
Bueno, eso.
Cristian pis dijo:
«La proxima sacale una foto»
No creo que quieras tener una proxima :P
Sabes que podes tener en la heladera? Una botellita de agua bentida. Agarras un frasquito, vas a la iglesia/capilla mas cercana, y te afanas un poco de agua.
No creo que al viejete de ahi arriba le moleste que te protejas de perros poseidos como ese.
Nunca te lei tan atentamente, sos un Stephen King cualquiera (?)
Digno de un film de M.Night Shyalaman.
Por la puta madre!!! se me fruncieron los ovarios..
mmm… que feo eso por favor…
Puede haber sido un cancerbero o un perro de la guarda que le advertía sobre el casamiento. Pero no el demonio. Ese lo ví yo y mis amigos cuando intentabamos orinarle la puerta del auto. Es pelado, de ojos rojos y cara brillante. Se lo juro por los vinos que nos tomamos!!!!!
¿…»Llevarle comida a mi NOVIA»?
O me perdí de algo o me perdí de mucho, don Mantis (sí… tanto tiempo… ¿en la casa? todos bien, gracias). Porque según mis registros, (o más bien, los suyos) usté está casado, salvo que en la ceremonia no hayan respondido afirmativamente, cosa que por parte de ella entendería por completo.
Mal que mal, yo no me metería con alguien al que lo acosan perros endemoniados.
O bueh, tal vez sea una cosa cultural, que tantas veces me juega malas pasadas cuando cruzo la cordillera a leer su excelente prosa y la de varios de sus compatriotas. A lo mejor tiene pacto y ni lo sabe.
Un abrazo,
M.
Por aquel entonces era mi novia.
Excelente….
Menos mal que vivo en edificio. Pq sino ya me habría cagado como ud debería haberlo hecho.
hola… esto me lo mando un amigo… al cual le he contado muchas cosas… con solo 16 años que tengo he tenido muchas situaciones como estas…a vos te sigue un perro maldito, a mi me sigue un muerto… el muerto que mas quise… aquel que me entrego su vida… que me dio parte de su vida para yo pudiera vivir y dar de mi lo mejor… me dejo una incogntita tan grande… que por mi voluntad y corazon yo podria hacer posible descifrar… tengo miedo, no se como enfrentarlo…
esa incognita es tan grande, se me aprece dando señales… antes de morir claramente me dijo: «buscalo, no te rindas… yo ya lo se… pero no me toca decirtelo»luego de eso entro en coma un mes y murio…
me quedo ese karma… que todavia me persigue.. esto fue hace 3 años… los cuales me los pase con pesadillas… figuras, dichos y simbolos incoherentes…ella apareciendose de la nada en mis sueños… haciendo de mis dias muy irreales..las coincidencias no existen.. todo pasa por algo seguro has escuchado decir..bueno… este perro siboliza algo… seguro despues de este acontecimiento has tenido una racha de buenas cosas… porque el perro maldito vos lo auyentaste, lo enfrentaste y lo venciste hasta ahora… pero eso no simboliza de que no vuelva…
haceme caso… estate alerta, cosas como estas pasan para advertir… el diablo te advirtio con este perro.. puede que te advierta con una muerte…que es peor… prevenite a las cosas, toma precausiones y sobretodo: buscale sentido a las cosas que te pasen…
en cuanto a mi.. sigo en penumbras..
Excelente, locura cosmica, excelente. Primera vez que paso por el blog y me lei todo, desde lo más reciente, hasta acá. Y no sigo porque son la 1:30 y hay que levantarse tipo 7, vio!
Un abrazo
Nico
Wow.Escalofriante el relato.
y adhiero a los demas!Esta muy bien escrito!!!
-adiero