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Archive for the ‘Trabajando’ Category


Resulta, resulta, que hoy no voy a ir a trabajar, creo (para cuando ustedes lean esto, ya no habré ido a trabajar, seguramente). Estoy con algo que muy bien no se que es. Podría ser hernia de disco o ciática (se le dice así a las cosas que te pasan con el nervio ciático). O un tumor. Yo por las dudas nunca descarto que cualquiera de mis síntomas pueda deberse a un tumor, porque viste que si resulta que era un tumor y no te preparaste para eso, es peor que si pensabas que tenías un tumor y después no era un tumor. Desde que vi la película “Fenómeno” con Travolta, que pienso así.

Y esto de la columna (vamos a referirnos a esta nueva circunstancia como “ciática” a fin de ser breves y no complicarnos con fines narrativos) no es sino la última de mis adquisiciones en lo que a padecimientos se refiere. Quizá porque estoy aburrido y no está cargando bien el sitio web porno que más frecuento me gusta compartir este tipo de cosas y la opinión de ustedes me parece valiosa, es que paso a tratar de enumerarlas. Además, es probable que el psiquiatra al que voy a ir a ver me pida una lista de síntomas para así poder medicarme. En una de esas alguno de ustedes también se está volviendo progresivamente loco y me puede recomendar algún remedio casero que no tenga nada que ver con la masturbación. Digo, porque ya probé con eso y no hubo cambios.

La ciática. Como les decía: lo más reciente. Ayer anduve en moto (de un tiempo a esta parte hago prácticamente todo en moto) y empecé a sentirlo. Hace una semana compré una mochila nueva y no la siento incómoda, pero eso no ayudó. Creo inclusive que se debe a la mochila, ya que hasta ahora yo había estado yendo a laburar con la moto y un bolso cruzado sobre la espalda, pero qué se yo. Tampoco es que lleve cosas tan pesadas en la mochila, digo… si con 28 años no tengo la suficiente salud como para llevar una mochila con una cartuchera, dos cuadernos, una botella de agua y un par de fotocopias, más me vale ahorcarme en el baño, usando mi propio miembro como soga. Si mis alumnos pueden hacerlo, yo también. No, lo de ahorcarse con el miembro no. ¡No, pará! ¡No, no es que le haya visto el miembro a alguno de mis alumnos y sepa si puede ahorcarse o no con él: me refería a lo de poder cargar la mochila! Jajajaja… ¡Son unos locos, ustedes, eh! No tengo mi copia del código de convivencia encima, pero estoy casi seguro de que no se supone que un docente les vea los genitales a sus alumnos… Jajaja… A menos que ellos ofrezcan mostrártelos en el asiento trasero de una Fiorino sin patente después de una Cepita tuneada, supongo. Ahí debería ser distinto.

Asma. Resulta que se me complico el tema respiratorio. Ahora estoy en tratamiento con un aerosol preventivo para todas las mañanas y todas las noches, y una pastilla antes de dormir. Al principio una de las drogas me provocó palpitaciones (no leo los prospectos médicos porque voy al médico dando por supuesto que el médico estudió y me va a dar algo que me sirva). Y me puse a buscar fotos en Internet pero me dan impresión los bronquios. Me queda el consuelo de que peor la están pasando los japoneses, que a esta altura del partido ya se ponen contentos comiendo sushi de algo que no debe ser muy distinto al pescado de tres ojos de los Simpsons.

Visión borrosa. No veo bien, y me mareo. Digo, veo peor que de costumbre, considerando que uso anteojos desde que tengo memoria. No sé si se deberá a que hace poco se me rompió uno de los cristales de los anteojos y en una de esas en el laboratorio le erraron y me pusieron cualquier cosa, o si se deberá al mal estado cerebral. O al tumor.

Me molestan muchas partes de mi cuerpo. Y entran dentro de esto los accesorios, como por ejemplo: anillos, pulseras, reloj, etc. Me molestaron tanto los aparatos de ortodoncia que terminé por quitármelos sin ayuda de la especialista (léase: me los saqué con la Victorinox en un momento de lucidez). El problema toma otra dimensión cuando uno (o sea, yo) cae en la cuenta de que también me molestan partes del cuerpo de las que son no-removibles, o que son obligatoriamente “permanentes”. Porque además de los anillos también me molestan la nuez de Adán, las uñas, el cosito que separa las fosas nasales (me gustaría tener una sola fosa nasal alargada) y los huesos de los dedos de las manos.

Insomnio. Me despierto mucho durante la noche, y no logro dormir como una persona seria. Llevo un trimestre de dormir 4 horas al día, como mucho. O sea, vengo a ser como Cristian Bale en “El Maquinista” pero con la convicción de que después no voy a ser Batman. A la noche me da mucho calor, y me molesta toda la ropa, y entonces me desnudo, y me despierto estornudando porque no soy lo suficientemente hombre como para dormir destapado, en bolas y con la ventana abierta. Y tengo sueño durante todo el día. Y me hace mucho frío durante el día, lo cual me lleva a hacer mucho pis.

Estrés. Uno de los principales síntomas del estrés es el cansancio, debido a que una persona estresada consume más (léase: necesita más vitaminas, proteínas, etc.) de lo que tiene. Imagino que podría solucionarse con un suplemento dietario. Pero también imagino que podría solucionarse si entrase yo a un shopping con una escopeta dispuesto a aplicar el famoso “rifle sanitario” sobre los desconocidos que compran camisas de 600 pesos cuando todos sabemos que una camisa de hombre no puede costar 600 mangos ni viniendo con una netbook de regalo.

La mandíbula. Después de comer, quedo todo acalambrado, como si la mandíbula se hubiese agotado de tanto hacer fuerza para masticar. Hay una enfermedad que te traba la mandíbula, no me acuerdo si se llama escorbuto o brucelosis o botulismo o algo así. Pero debo tener eso. Creo que podría curarse si me compro una cabeza de caballo embalsamada en una casa de antiguedades y, tras vaciarla, sacarle los ojos y abrirle la boca, la coloco sobre el frente de mi moto, cosa de que de noche cuando se prenda la luz parezca que estoy montando un corcel del infierno.

Cálculos en la vesícula. Esto es curioso, porque si bien es un padecimiento real diagnósticado, la verdad es que desde que se me entró a jorobar todo lo demás, fue como que la vesícula dijo: “Bueno, no me va a dar bola y entonces no lo jodo”, porque no la estoy sufriendo. No tengo patadas al hígado ni cólicos ni nada.

Depresión o algo así. Tengo gente cercana que cree que en realidad lo que tengo es una sucesión de hechos y traumas no resueltos, una depresión terrible que se agrava exponencialmente y que todo los malestares físicos en realidad derivan de estar deprimido y que por eso estoy manifestando todo lo demás físicamente. Lo curioso es que la gente que me dice ese tipo de cosas es gente que está haciendo terapia porque tiene sus propios trastornos mentales no resueltos, lo cual me lleva a desconfiarle de las apreciaciones. En cierta forma, prestarle atención a gente en esa condición es el equivalente a juntarte a estudiar para preparar un examen con un compañero que ya reprobó tres veces el examen y tiene “experiencia en el asunto”.

El hecho de tener más trabajo que el año pasado (ahora estoy dando algunas horas en el secundario de dos escuelas además de la escuela en la que trabajo todas las tardes) tampoco ayuda (más aún cuando en uno de los cursos tengo media docena de alumnos con desórdenes diagnosticados y padres de los que se arreglan poniéndolos en una morsa y apretándolos hasta que se les salen los ojos), pero fue una medida de precaución que tuve que tomar. Por si acaso. Por la plata. Por si en mi familia de repente sentían que estaba demasiado peligroso como para seguir teniendo armas de fuego y me las escondían (minga me vas a dejar indefenso. Cuando uno se vuelve loco necesita poder defenderse más que nunca). Me queda el consuelo de que peor la están pasando los músicos del Colon esos a los que Macri echó porque es un millonario malo.

En casa están todos recontentos conmigo, si. Lo mejor es que cuando me dicen que no estoy bien, yo respondo: “¡Ustedes creen que estoy loco, PERO LO ÚNICO LOCO SON MIS PRECIOS!”, como si se tratara de un comercial televisivo yanqui de los 80, y hago la mímica de como si me estuviera poniendo una galera de colores y tuviese un bastón en la mano. Pero la pregunta del día es: ¿Qué achaque lo tiene a usted a maltraer hoy en día? No se hagan los sanos, que todos estamos medio hechos mierda de alguna u otra manera. Fíjense sino Patricia Miccio, que acaba de morirse tras luchar valientemente durante años contra el cáncer. ¿Vieron que yo tengo razón y que hay que elegir mejor las batallas? Yo, si hubiese sido ella, en vez de pelear contra el cáncer habría peleado contra una nenita santiagueña desnutrida de las que salen en los noticieros. ¡KO en el primer round, baby!

Y en otro orden de cosas, el otro día escuché un disco de Michael Bublé cantando sus propias canciones, y la verdad es que preferiría oír disparos de escopeta provenientes de la habitación de mis hijos antes que volver a escucharlo.

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No sé porqué usé signos de exclamación en el título, pero creo que es lo que hacen todos los chicos cool hoy en día en Youtube. No sé si vieron o no esa cosa de que, aparentemente, se está filmando o se filmó y se va a estrenar la película que cuenta la historia de Facebook, sus creadores y titiriteros, etc. Yo estuve muy ocupado recuperando horas de sueño durante esta última veintena de días, pero así y todo me llegó la noticia, habiéndo hecho algún “click” accidental en un hipervínculo de algún sitio web dedicado a la estimulación sexual y a las artes de filmar dichos eventos. O algo así.

Corríjanme si me equivoco, pero la mayoría de quienes se hicieron una cuenta de Facebook lo hicieron tratando de encontrarse con ex-amigos o compañeros de historias pasadas. Queriendo pernoctar con quienes no pudieron pernoctar, etc. Todos sabemos que en realidad uno hace mal llevando a cabo tales cruzadas, ya que con quienes se encuentre después de quince o veinte años ya no serán las personas buscadas. Quiero decir: suponete –ponele- que yo quiero buscarlo a un compañero mío de colegio que se llamaba Damián Tetocoelpito, y con quién supe pasar muy buenos momentos de amistad hasta que se terminó la escuela primaria.

Lo cierto –y triste- es que tengo más probabilidades de encontrarlo a este muchacho en una persona diferente, que en él mismo. Y no sé ustedes, pero yo no estoy preparado para ver a mis compañeros de la primaria con auto, barba y bigote, y mucho menos para descubrir que mis compañeras ahora son un amasijo de estrías y cabellos teñidos de puntas florecidas, envueltas en las cintas ásperas de quienes pagaron el precio de su belleza adolescente convirtiéndose en madres solteras. Algunas cosas, mejor dejarlas en los recuerdos. Así, como están, sin joder a nadie. Además, desde que existe esto de Internet, mucha gente retoca las fotos al punto de que algunas son comparables a esas que te sacan en ciertos lugares turísticos mientras asomás la cabeza a través de una placa de madera con el dibujo de una chica en bikini, o una dama antigua.

Es por eso que a Facebook nunca le di mucha bolilla. Y me encantaría poder decir que no suelo participar de las nuevas redes sociales debido a que los amigos son para juntarse a tomar y comer algo (y no para conversar o mirar fotos a través de la PC), pero la verdad es que la razón por la que no participo es porque me da una paja bárbara eso de tener gente conocida. Para entender mi nivel de aislamiento basta con decir que tengo parientes a los que estimo sinceramente, y los cuales no les conozco la casa, el auto o los hijos nuevos.

Sin embargo, y como creo en el poder de las fotografías (como por ejemplo esta, o ésta) es que les acerco parte de las fotografías que hay en mi teléfono celular, y que probablemente les servirán a ustedes a la hora de conocerme mejor. Porque de eso se trata este sitio web: de que ustedes me digan cuan grandioso soy y cuan atractivo les resulto.

La metafísica de los carbohidratos
Pan dulce
Esta fotografía fue sacada en San Rafael, Mendoza. En una panadería, el último día de mis vacaciones. Serían las diez de la mañana cuando la tomé. Uno no puede dejar de maravillarse ante el énfasis de quien puso el cartelito. Pesimista, vacío, genial. El pan dulce que te comés antes de pegarte un tiro en la sien. El que te convida Kevin Johansen.

El ano de Optimus Prime
Caño
Debido al alto índice de plomeros amateur entre mis lectores, resulta innecesario aclarar que la fotografía no pertenece al último tracto del intestino del adalid de los autobots, sino a la cosa que queda cuando desarmás una canilla del baño. Le saqué la foto para no tener que explicarle al tipo que atiende, diciendo cosas como: “Necesito el cosa que va como en un coso… ese que lo ponés sobre el chirimbolo que hace así… así… ese coso que… No, no… el otro coso… que hace…. ¡Eso, exacto! Ese cosito, pero que va así… no…”.

Una moto tan rápida como un puercoespín azul.
Seeeegaaaa
Me hace pensar en la intro del Sonic 2, con la voz digitalizada que dice “seeeegaaaa”. La saqué a pocas cuadras de mi casa. El tipo se consiguió un sticker y lo pegó orgulloso. Está bueno eso de enterarse que en el mundo hay gente con criterio, al tanto de que los videojuegos son cosa seria. Ni hablar de la distancia intelectual que saca el tipo, si lo comparamos con los que usan mochilas con la imagen de “El polaco”. Este tipo podría ser mi amigo y no lo sabe. Y yo podría ser el amante de su novia, y no lo sabe. Y yo podría estar ahora escribiendo desde el interior de tu ropero con una notebook, y vos no lo sabés. La vida es así: una recopilación de incertidumbres. Lo único seguro es que estoy tomando te con leche. ¿O no? AaaaaaaaaaAAAAHHH. Sí, estoy tomando te con leche.

Te quedaste sin crédito
ATRACO

Resulta que un día, mientras corregía cuadernos de mis alumnos en el aula, empecé a escuchar que un tipo le gritaba a otro: “Dame el celular”. Cuando me puse de pie, vi que un tipo le pegaba patadas al otro. Pensé que se trataría de un choreo, pero como el que pegaba era de piel más blanca que el que recibía, supuse que el chorro era el que estaba en el piso. No te hagás el superado, porque a vos te pasaría lo mismo. Pero resulta que, te contaba, al tipo le pegaban patadas, y entonces se acerca un viejo y le empieza a decir al que estaba en el piso: “¿No te da vergüenza?” A lo que el tipo no respondió, entretenido como estaba, recibiendo patadas y puñetazos. Después se acercó una mina con pinta de volver del gimnasio, con un perro grandote, y se lo tiró encima al chorro a la voz de “Attack!” y yo ya estaba empezando a sentir algo de lástima por el cafeteado. Entonces apareció un flaco de Correo Argentino que se bajó de la bicicleta y medio como que quiso detener el linchamiento, pero que se detuvo al ver que iba a terminar cobrando también, y sacó su celular. A todo esto ya se habían juntado como cuatro o cinco rodeándolo al supuesto chorro. Resultó que el chorro éste le había robado el celular a un adolescente pusilánime, alumno de la escuela en la que trabajo, y el que pegaba era el hermano mayor, que yendo en el auto con el agredido había reconocido al delincuente.

Cuando llegó la policía (un patrullero con dos cosos) el punching-ball explicó, desde el piso y entre lagrimas, que no había sido él, que había sido otro, un amigo suyo al que él conoce y que afana en Retiro, cosa que no tiene ningún sentido para mí, al menos. En una de esas, lo que quiso decir fue que el celular robado lo tenía el otro, pero se entiende, ya que después de haber recibido todas esas patadas y con el perro medio como queriendo morderte y garcharte, yo bien habría dicho algo así como “¡Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, pero más dichosas son las huestes que prepara San Martín para luchar en San Lorenzo!” y luego me habría vomitado encima.

La instantánea inmortaliza ese momento, de arresto civil.

No bombardeen Buenos Aires
peronperon
Tomada el día del Bicentenario, o en uno de esos días. Escuchar el rugido de los aviones medio que hizo que los peronistas fruncieran, pero a mí me encantó. Soy un nene. Fue como «Rescatando al Soldado Ryan»: ruido de guerra de verdad. Lo malo es saber que si vienen los marcianos, tenemos exactamente doce aviones con los cuales defendernos. Will Smith y Bill Pullman deben estar revolcándose en sus tumbas.

Papa corazón
potato
Jajajaja… En vez de papá corazón, PAPA CORAZÓN… Se entiende? Jajajajajaja… SIN ACENTO, EH! EH!

Lo otro es, obviamente, bife de chorizo. Me gustaría decir que el sexo fue genial después de esta cena, pero no. No te casás para tener sexo genial, sino para te quieran y se compartan los gastos. Habrás dejado de gozar en la cama, ¡pero ahora el celular te sale 17 pesos en vez de 35, eh! ¡Bum! ¡Justo en el blanco, perejil! Jajajajajaja… ¡Quedate con tu asquerosa promiscuidad! Jajajaja… ¡Bum, baby!

Un cartel bruto
cartel bruto

The Final Frontier
chile empieza aca
Una foto en la que aparece la frontera con Chile, porque sé que a la gente le gusta eso de las vacaciones, y queda mal no tener una foto de las vacaciones. A mi me recuerda que la muerte nos acecha en cada rincón. Pero casi todas las fotos me recuerdan eso.

En el Tiro Federal de Lomas de Zamora
tiros
Es de antes de que empezara a probar un tipo de munición desconocida para mí hasta ese entonces (rezagos militares o parecidos) en ese pequeño revolver en .357 Magnum, que patea como la puta madre que lo parió, para más datos. El bolsito que ven ahí, es un bolso que mi cuñado me compró en “Mantis Moto”, lo cual es genial, ya que ahora mi moto tiene un bolsito que dice “Mantis moto” y parece hecho a medida. Se compra acá. http://www.mantismoto.com/bolso_tankus.html Mi cuñado también sería genial, de no ser porque a la hora de cocinar tiene el paladar de un muñequito de G.I.JOE y es absurdo lo que hace: el otro día me cocinó al horno las hamburguesas… patys al horno… ¿Qué sigue? ¿Empanadas hervidas?

De esos blancos con forma de lata de gaseosa (y muchos otros) tengo varios impresos. Unos 1000. Fue mi forma de cobrarme un día de laburo.

Brmmmmm… brmmm
moto
La moto recién comprada, en casa de un amigo. Sin palabras (Nótese la cubierta plástica sobre el asiento).

Y por ahora eso es todo. Si quieren, otro día sigo. Por lo pronto, acá les dejo la mejor guitarra en la historia del mundo y del universo y de las cosas.

Ya que me gustaría poder decir que no he desarrollado con mis videojuegos, a lo largo de mi vida, un vínculo sentimental como el que desarrollé con mi madre o el resto de mis seres queridos, pero no puedo. Pero la pregunta del día es: ¿Vieron que la hija de Lawrence Fishburne es una reventada ex-prostituta que filmó una película porno (de verdad, con directores, actores, etc.), y que ahora su padre le está ofreciendo a la distribuidora comprar todas las copias?

¡Qué pervertido! ¿No le alcanzaba con una sola copia?

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Conversemos. Conozcámonos café de por medio. O porno de por medio, en mi caso, porque no saben ustedes lo que hay en las otras pestañas de Firefox en este momento mientras escribo. Hasta tuve que bajar el volumen de los parlantes.

Una de las razones debido a las cuales me he convertido en un escritor menos prolífico en lo que a este horrible sitio Web se refiere, tiene que ver probablemente con las severas modificaciones laborales, o lo que se explica mejor a la voz de “ya no estoy obligado a pasar la mayor parte del día frente a una computadora, así sea haciendo nada a cambio de un sueldo”.

Otra, es el asunto ese de resultarle tan atractivo a las chicas.

Otra, es el coso ese de estar estudiando y de querer sacarme siempre las mejores notas porque soy un imbécil que cuando otro festeja su 6, se mete a casa apurado y sale mostrando un 10 lleno de palabras complicadas y cosas de gente inteligente y pretenciosa, del mismo modo en que Quico sale de su casa llevando un camión de bomberos cuando el Chavo del 8 juega a los cochecitos con dos ladrillos y mucha imaginación. Algún desprevenido creerá que ese otro es más feliz con su seis que yo con mi diez, pero será eso: un desprevenido. Quizá sea esa una de las razones por las cuales me detesta la mayoría de mis compañeros: porque cuando me dicen que se aprueba con 4 yo les respondo: “Pero yo con 10 no me fui precisamente a compensatorio, JAJAJAJAJA”, mientras me tomo el bulto con ambas manos, a fin de abarcar la mayor cantidad de bulto posible.

En cualquier caso, no viene al caso. Háganme caso.

Pero una última razón, no menos importante que las anteriores, es la que se desprende inmediatamente de la intensidad de las situaciones que me llevan a escribir o no un artículo. Otrora, yo habría escrito una docena de artículos nomás con lo que sucedió en los últimos días, quizá porque mi umbral de tolerancia para con las intensidades no estaban tan alto como ahora. Personalmente, creo que aún me las arreglo para convertir en relatos entretenidos los sucesos más mundanos e insignificantes, pero es como que ya no me basta. Llamémoslo acostumbramiento, en una de esas. Viste que cuando sufrís del hígado también tenés menos energía (en una de esas, es eso). Hoy en día, habiendo escrito ya lo que creo fueron las mejores ideas, pocos son los eventos que me llevan a inevitablemente escribir algo digno de contarse mas allá del cansancio físico y mental con el que termino cada día después de tocarme hasta que me duermo haber hecho esas cosas que hago todos los días. Afortunadamente, mi cuñado supo presentarme un software de dictado inteligente a través del cual estoy dictando estas palabras, enumerando los signos de puntuación cual obseso jefe ante una secretaria principiante y propensa a la omisión, pero devastadoramente curvilínea.

Lo de hace algunos días fue lo suficientemente intenso. Fíjense:

A la hora de comenzar a narrar los hechos, quizá lo mejor sea el describir las instalaciones, la geografía, el escenario. Un tren, del que tomo para ir a trabajar ahora que me encuentro en colegio nuevo, más lejano pero de viaje más directo. Ramal Tigre-Retiro, como siempre en mi caso. Trabajando de tarde, a diario me encuentro yendo de mediodía, con esa sensación incómoda del que almorzó (si es que almuerzo puede llamarse a semejante serie de circunstancias alimentarias) a las diez y media de la mañana, con la siesta no entrándome en los músculos. Parado (quiero decir, de pie) debido tanto a la hora como a la estación de abordaje, tuve la suerte de conseguir asiento.

Tras haberme pasado el verano leyendo novelas y cuentos en inglés, y sin el valor necesario (o con demasiada testosterona como) para leer las últimas dos novelas pendientes a fin de completar el programa de Cultura de este año que se viene, me dispuse a leer un cuento de los recopilados por un señor de apellido Sorrentino. Se llamaba: “El tren”, y contaba la curiosa historia de un fulano al cual le pasaba no se que cosa, y que caía o se veía prisionero de una aceleración temporal alucinada de las que suceden en los cuentos fantásticos, ya que en lo que duraba el viaje el tipo pasaba de niño a adulto, y a viudo, y a otras cosas, para luego volver a ser niño antes de llegar a destino. El tipo de cuento que Cortazar escribió quichicientas veces a lo largo de su carrera, no con poco oficio pero repitiendo bastante la formuleta. Me encontraba en la última página cuando pasó lo que pasó.

Pero podríamos hablar de seis personajes. Seis actores. (Perdóneseme el cliché).

El primero de ellos era una señora de 60 años, quizá 63. Una señora que debería llamarse María. Maria como la virgen. Que debería llamarse Maria y hacer una boloñesa fantástica, sólo para no alterar en el cosmos provocando esos desequilibrios que son capaces de destruir el Universo todo en un abrir y cerrar de ojos (misma razón por la cual guarda en su ropero una cajita del tamaño de un VHS, decorada con caracoles pegados y la leyenda “Mar del Plata”). Que se llama Maria por las dudas. Que tiene brazos gruesos, de grasa dura y musculosa a pesar de la piel floja, esos brazos de los que ganan todas las matronas a medida que la masa muscular del marido disminuye, como para compensar y hacer que la pareja no se haga más débil.

El segundo era otra señora, con aspecto de psicóloga o profesora de ciencias de la comunicación. Por lo del trajecito, y por mi imaginación también. De casi cincuenta, lo suficientemente atractiva como para que alguien pudiera querer tener relaciones con ella, pero no tanto como para que ese alguien sea una persona de menos de treinta, y bien parecida. El tipo de ciudadana (con anillos) que, a falta de mejores problemas, asiste a congresos de retórica nomás para darse cuenta de que gente con la mitad de su edad la dobla en brillo, y se entromete en Facebook y demás redes sociales para avisar acerca de su despertar sexual una vez terminado el divorcio, publicar fotografías de su mejorada anatomía y otras yerbas, queriendo competir con una hija a la que se le acabo la lozanía de las de diecisiete pero se le empezó a llenar el pozo ciego invisible de las de veinticinco. Porque se crece hasta los veintitrés, y de allí en más uno se va muriendo despacito.

El tercero era un muchacho de tez oscura, bolso deportivo y la predisposición espiritual de quien trabaja de algo que no es absolutamente obrero desde la perspectiva peronista del aprendiz (léase, que no llega a albañil) pero que tampoco alcanza el aroma oficinista, ni los modos de quien atiende un comercio. Un playero, un ayudante de cocina, un algo así. En otra situación habría sido este caballero un hachero de los que aparecen flacos, bravucones y sucios haciendo changas en los cuentos de Horacio Quiroga, y que cuando crecen se convierten en paraguayos macaneadores, chistosos, peleadores. Pero esta no era otra situación, como acabo de decir.

La cuarta era una damita rubia, enrulada, inglesa de corazón, metodista y pintora. No digo que era también joven porque semejante condición se pierde con el andar de los años, pero por mucho que envejezca creo que siempre defenderá su color de cabello, su religión y sus inquietudes artísticas.

El quinto era un muchacho de tex clara, más bien alto, de pantalón marrón khaki (si es que eso efectivamente existe), camisa marrón a cuadros, zapatos y cinturón también al tono. Se veía en su rostro la expresión inconfundible del que no es vago ni incompetente, pero trabaja porque no le queda otra. El gesto del que, días después, saldrá a buscar a alguien en su automóvil bajo la mas espesa de las lluvias, solo para enterarse de que el desempañador de la luneta trasera no funciona, y para ver como sale volando el limpiaparabrisas del lado del acompañante, a falta de acero o un plástico mas noble en la industria automotriz de principios de los años noventa. Sentado contra la ventanilla, en el sentido del viaje, leyendo un libro.

El sexto era una estudiante de algo en Vicente López. Y como las estudiantes de algo son todas más o menos parecidas me parece que no se hace fundamental la descripción. Destaco, sí, su juventud generosa y su falta de contratiempos (sin conocerla me animo a declarar que nunca estuvo tan alegre, ni tan linda, ni tan dulce). Ese aspecto de reloj caro y antipático, de los que vienen de regalo cuando uno se compra una lancha, con la hora de Alemania.

Hasta que el hachero frustrado, sentado diagonalmente frente a mi, preguntó si faltaba mucho para llegar a Beccar (o Béccar, o Bécar. Los tres son el mismo).

¿Cuántas faltan para llegar a Béccar? -preguntó. Aunque ustedes ya se lo habían imaginado.

El de los pantalones se limitó a levantar la mirada del libro y escuchar con la palabra lista para intervenir, porque suelo pecar de ser el mejor samaritano, y ese tipo de ayudas que podría dar (cuando no las doy) terminan por convertirse en algo insostenible para mi espíritu, haciéndome creer que Dios me la va a dar por no haber hecho (cuando podría haber hecho).

-Ya la pasamos –respondió la boloñesa

La estudiante no dijo nada. Pero mantuvo en el rostro esa expresión de: “Me dan mucha impresión los panegíricos”.

-¿Cuál era ésta? –preguntó entonces el hachero.

Y miró en dirección a todos los rostros, no con la determinación del que se va a parar a las corridas, pero sí (debo reconocerlo) cambiando el agarre del bolso, como echando de menos el hacha que le picaba en la mano sin que pudiese darse cuenta.

-Esta es Martínez –respondieron los caracoles.

-No, ésta es Olivos –se entrometió la otra madura.

-Perdón, pero la que viene es La Lucila –añadieron los rulos dorados.

-Eeeehh… quiero decir, Vicente López –se corrigió el morocho-. Voy hasta Vicente López.

La estudiante no dijo nada, pero pensó en muchas cosas, incluyendo la posibilidad de una epidemia zombi.

-Ah, para esa falta, dijo alguien a quien no recuerdo pero que pudo haber sido cualquiera de los presentes, incluyendo al inquisidor mismo.

Y fue entonces que intervine. Primero llevé a cabo el ademán innecesario (pero psicológicamente indispensable) de quien cogotea como sacando la cabeza afuera, pero desde adentro ante la imposibilidad de abrir una ventana, siendo este ramal el de los vagones con acondicionador de aire y ventanas selladas herméticamente. Seguidamente, hablé:

-Esta debería ser Acassuso –dije.

-No –me corrigieron entre varios-. A Acassuso ya la pasamos.

Y nos quedamos en silencio.

En esos seis espacios llenos –o mejor dicho, ocupados- por gente que no sabía, se puso de manifiesto un aturdimiento colectivo y compartido que sólo puede explicarse mediante la intromisión de cuestiones esotéricas o hasta alienígenas. El hecho de que nadie supiese la estación que efectivamente acabábamos de abandonar, me llevo a considerar la posibilidad de que algo extraño se nos hubiese pegado a todos en la piel, pasando a través del enrejado del transporte publico, colándose a través de la ropa, deslizándose entre las bisagras de los codos. No puede ser bueno el porvenir de una patria capaz de juntar, en menos de dos metros cuadrados, a seis papanatas incapaces (por el motivo que sea) de precisar donde se encuentran parados. O sentados. Queda el consuelo de saber que el porcentaje de pasajeros desorientados en el tren era muy superior (y por eso más macabro) a la cantidad de diputados y senadores que la Argentina tiene por habitante (contamos hoy con 0.000008225 senadores por ciudadano, incluyendo a los gasistas matriculados y a los asmáticos).

Por descarte, al menos uno debería haber acertado, Por proximidad, por no nombrar todas salvo la única que nos habría servido para no caer en las disculpas innecesarias. Lo cierto es que, de los seis, nadie fue héroe. No hubo en el grupo un iluminado, ni un Cristo envuelto en ropas comunes dispuesto a erigirse como faro, o GPS hecho de tripas, pelo y hueso. Para mi fortuna, la estación siguiente era la estación en la cual yo me bajaba.

Nos bajamos los seis, por la misma puerta, algunos más apurados que otros.

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Equivocado

Muchas veces me pregunto si no seré yo el equivocado con respecto a algunas cosas. Y por favor, que no se malinterprete el siguiente artículo como un acto de auto-alabanza o sacrificio buscador de medallas, porque no lo es. Cuando quiero que me amen y me admiren lo digo claramente (o me busco una prostituta menor de edad y le pago para que me diga que me quiera y que me va a extrañar), y este no es el caso. Quiero que me ayuden a entender algo, en una de esas alguno de ustedes lo entendió antes que yo al asunto, y ya tiene una respuesta. Esto va a ser muy serio, y en una de esas vamos de principio a fin sin hacer un solo chiste de pijas.

YoResulta, resulta, resulta, que comencé a tener algún dolor de muelas días atrás. Una semana atrás, digámosle. Tenía que rendir un examen final este lunes y no lo presté mayor atención porque habría ido a rendirlo con un suero colgando en caso de ser necesario (no quiero cosas pendientes para el verano, ya que tengo pensado disfrutarlo haciendo las cosas que más me gustan: dormir y jugar a los videojuegos y cocinar y andar en moto y eso), pero para el jueves el dolor ya se había hecho insoportable al punto de que mis tratamientos caseros de automedicación habían dejado de surtir efecto. Y cuando digo tratamiento casero me refiero a una combinación estándar de Amoxicilina (para combatir la infección, que es la que genera el dolor) y un analgésico o anti-inflamatorio (para que uno pueda seguir viviendo sin tanto dolor hasta que la infección cese). Funcionó en el pasado, y supuse que funcionaría entonces, pero no. Para peor, la cara se había hinchado, y yo ya soy naturalmente del tipo regordete “cachetoncito”, con lo cual tenía la cara del marshmallow man de los cazafantasmas.

-Listo –me dije-. Mañana a primera hora, dentista. Que se le va a hacer.

Y me hice a la idea de faltar al trabajo. Pero la cuestión se pone interesante debido a que yo no falto al trabajo. Nunca, a menos que me esté muriendo. La culpa es de mi madre, que siempre fue medio heroica e inconsciente a este respecto, llegando a lo ridículo. Así también, nunca falto a la escuela. Voy, aunque esté enfermo, aunque me duela algo, aunque tenga otras cosas que hacer. A todas las materias, a todas las clases. Y rindo todos los exámenes, y nunca pido día de estudio. Si se quiere, estoy como medio programado para el deber sin saber muy bien porqué. Pero sigamos.

Entonces me fui al dentista, al otro día. Viernes. Pero en mi cabeza ya daba vueltas la idea de ir a trabajar de todas maneras, amparada en el hecho de que es la anteúltima clase para mis alumnos, era el día del examen de fin de año, tenía una bolsa llena de caramelos para darles, solo yo sabía a quienes tenía que ayudar y a quienes no, solo yo sabía esto o aquello, de todas formas iba a tener que ir a buscar los exámenes para corregirlos durante el fin de semana, etc. En el consultorio (¿Vieron que dentro de los supermercados y Shopping centres ahora hay consultorios odontológicos y oftalmológicos? Ah, el progreso) me dijeron que esperara unos 45 minutos, por lo que aproveché para hacer algunas compras. Tipo pan, queso, carne y una bolsa de caramelos, para que hubiera algo de azúcar estimulando los cerebritos de mis alumnos. No quiero que se piensen tampoco que amo a mis alumnos, porque eso no es cierto. Me caen bien, y sólo algunos. A otros los congelaría y dejaría listos sus órganos para ayudar a los que me caen bien. Pero obviamente mi cabeza ya estaba haciendo su trabajo de condicionarme a ir.

Finalmente, el dentista me atendió. Le expliqué lo que me pasaba (soy un muy buen paciente, por lo general), el tipo me abrió la boca y me dijo que precisamente en este instante estaba drenando la infección, ya que la hinchazón se debía a un absceso, cosa que vuestro servidor ya había diagnosticado pero que necesitaba medicar a fin de poder seguir preparando materias y esas cosas. Pero ambos (el facultativo y yo) queríamos saber a qué se debía ese absceso, ya que esa muela responsable era una sobre la cual ya había sido ejecutado un tratamiento de conducto completo, con bulón incluido. Así, me sacaron una placa radiográfica en la cual se vio que el tornillo se había desplazado vaya a saber Dios porqué, abandonando la raíz y clavándose sobre el hueso mismo.

-Es muy probable que a esa muela la termines perdiendo –me dijo el flaco, muy macanudamente. Yo le respondí que no había problema porque, ciertamente, no había problema. De todas maneras no soy de masticar mucho la comida porque cuando la comida queda hecha una babita no tiene gusto rico. Además, si soy capaz de imaginar que mi mano izquierda es la mano de Megan Fox mientras me ducho, bien puedo sobrevivir con una muela menos.

-Te convendría hacerlo lo antes posible
–continuó el fulano-, una vez terminado el proceso.
-¡El Proceso no terminó! –Dije yo, levantando mi puño en alto y sacando una pequeña picana eléctrica del bolsillo-. ¡Si lo sabe, cante! ¡Y si no, aguante!
-Te voy a dar unos antibióticos bastante fuertes con un agregado para que lleguen al hueso –continuó él-, pero tenés que atenderte cuanto antes. Para el dolor, Ibuprofeno 600.
-Bueno. Te pido por favor una constancia para dejar en el laburo, cosa de que sepan que vine.
-¿24 horas está bien? Te puedo dar 48 si te parece, no sería mentir.
-No, está bien, con 24 alcanza y sobra. ¿Cuánto crees que me va a durar el efecto de los antibióticos y el Ibuprofeno?
-Vas a estar bien, pero calculá que en veinte días vas a volver.
-Para dentro de veinte días ya voy a disponer de un poco más de tiempo. Que sea hasta entonces.

Y así me fui, tras pagar la consulta y la plaquita. Me tomé el colectivo, me bajé en la avenida y en la fábrica de pastas compré ravioles y sorrentinos, amén de un tarrito de boloñesa casera porque el tiempo ya no me alcanzaba para cocinar: tenía que hervir los ravioles, comer rápido, bañarme.

Porque tenía que ir a trabajar.

Ir a tomar la prueba, llevar los caramelos. La decisión había sido tomada, creo, incluso desde antes que me doliese la muela. Desde antes. Una decisión equivocada como querer levantarse a una vecina usando piropos frontales del tipo: ¿No querés festejar el nacimiento del niño Jesús con un poco de carne en el pesebre tira-pedos ese que tenés? No lo intenten, en serio: no funcionó durante la navidad pasada y nada me hace creer que vaya a funcionar en ésta.

En lo que casi fue un atisbo de razón, llamé por teléfono a la directora del colegio y le comenté la situación. Yo le dije que el médico me había dado el día, pero que yo sólo iba a llegar un poco tarde, ella dijo que muchas gracias porque ya dos profesoras estaban ausentes, yo le dije que no se preocupara, ella dijo que en todos caso tomara la prueba y me volviera a casa, yo le dije que no se preocupara. Y así fui, y llegué veinte minutos tarde. Repartí caramelos, tomé el examen, repartí más caramelos y me quedé hasta el final. Aún no corregí los exámenes, pero sólo porque me da fiaca hacerlo (probablemente lo haga hoy por la noche)

Si me preguntan porqué lo hago, creo que la respuesta es: porque me da culpa de no se qué. No sé si lo hago por mí, o para estar en paz conmigo mismo, porque no tengo culpas que expiar, ni trastornos psicológicos diagnosticados. No les pido que se pongan en mi lugar porque si lo hacen yo me caigo de la PC y dejo de escribir… JAJAJAJAJAJAJA…. ¿entienden? Porque ahora mismo mi lugar es frente a la PC, si. Era un chiste.

Pero me pregunto como lidia el resto de las personas con sus responsabilidades. ¿Es este el tipo de cosas que te terminan pasando factura cuando sos viejo? ¿Tengo que sacar el pie del acelerador o seguir así, nomás para alcanzar esa suerte de equilibrio interno? Con esto no quiero juzgar a nadie, ni que salga alguien a decir: “Yo soy igual que vos: se llama responsabilidad”, porque la barrera de la responsabilidad y el buen juicio se perdieron hace tiempo. Llegué incluso a sentirme culpable por haber debilitado los derechos del trabajador: si todos hicieran lo mismo ni siquiera serían necesarios los feriados o los días de licencia por enfermedad, supongo. Tampoco me parece valioso aquello de cagarse en todo y sacar cuanta ventaja se pueda, pero tiene que haber un punto intermedio que desconozco.

Aviso que al psicólogo no voy a ir, a menos que se trate de una psicóloga así, supongamos, ninfómana. Sí, esa es la palabra. Ninfómana.

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No, no, de fuchibole no, nada. No, no, no, no. Cuando se vea si entramos al mundial o no, despliego todos los hechizos literarios a ese respecto, pero antes, no. Y disculpen la larga ausencia pero es que no tengo PC andando en casa, y estuve entregando cosas de parciales y eso. Y otras cosas. Pero considerando que el tipo trabaja, estudia para ocho materias al mismo tiempo y además ama…

Ustedes saben (porque me conocen, porque leen este sitio web en lugar de estudiar algo o hacer esa cosa para la cual sus empleadores les pagan) que mi salud sabe ponerse bastante precaria cuando quiere. Resulta difícil de creer para cualquiera que que observe mi masculina y muscular figura, y mi gruesa anatomía genital, que yo sea, en realidad, alérgico a los cambios de clima. Pero soy, soy. Soy asmático y muy alérgico al cambio de clima. Y funciono (ya he dicho esto una docena de veces) como una suerte de detector humano de las más breves variaciones climáticas. Puesto de otra manera: vengo a ser una de esas virgencitas (o fragatitas) de plástico mágico que cambian de color y se ponen rosadas o celestes dependiendo de la humedad y la presión atmosférica. Pero con unos pectorales y unos bíceps para nada virginales… jajajaja… mas bien satánicos, como el báculo que oculto debajo de mi falda… jajaja. ¿Entienden? Jajajaja… Si… Estoy seguro de que se entendió.

Bueno, eso. Esta cosa de frío extremo, calor brutal derretidor y lluvia granizante todo junto en menos de cuarenta minutos fue sobradamente percibida por mi organización psico-física y me hizo resfriar, dolordegargantear, delirar febrilmente y otras yerbas. Sumado eso al hecho de que tengo un alumno con gripe achanchonada, bueno, creo que llegó la hora de decir adios a mis sueños esos de –una vez hecho el trámite de la jubilación- salir de madrugada con un tractor y una escopeta a limpiar villas. Si ven que no escribo por muchos años es porque me morí. Y si ven que empiezo a escribir más seguido es porque me echaron del laburo, cosa que aún no sucedió y que me tiene preocupado. En una de esas me echaron pero sigo cobrando por un error administrativo y nadie se anima a decirme que no tengo que seguir yendo a dar clases.

Pero de lo que quería hablarles en realidad es de una nueva situación de las que alteran el equilibrio del cosmos, ustedes saben. Cuando alguien me hace algo que no me gusta y yo no descanso hasta que se la hago pagar. Alguien diría que soy rencoroso y vengativo y que estoy lleno de una sed sádica de sangre sólo comparable a la de dos o tres dictadores africanos, pero ese alguien obviamente no sabe nada, porque los nacidos bajo el signo de Libra somos todos indecisos y armonizadores, o al menos eso dice un calendario que me dieron en el tren. Ya supe vengarme de una panadera estafadora (vean el archivo) y de un heladero estafador (vean el archivo, les digo) y de un mozo parecido a Alfred Molina, y de alguno más, pero ahora le toca a la mina que me atendió en la librería ayer. Y hoy. Para imaginarla físicamente, recurran a una Alejandra Gavilanes pero petisa, rechoncha y muy venida a menos, operada de quistes, con dos hijos, el pelo atado en una cola de caballo florecida, un fibroma benigno no diagnosticado y la expresión de quien, en algún momento de la niñez, fue dejada en un auto cerrado al sol durante un viaje al supermercado que se estiró mas de la cuenta.

Resulta que yo, que soy más especial que muchos, uso lapicera a cartucho, de pluma. Sí, de las que te hacían usar otrora en la escuela primaria. Las razones son más bien caprichosas (mi caligrafía es bella, bella) y obedecen más a la ceremonia y al color carácterístico de la tinta, sumado al hecho de que sólo con una pluma uno puede regular el trazo como Dios manda. Supe tener varias a lo largo de mi vida, más introducido en la docencia me decidí a recuperar el hábito y comprar una que fuese “la titular”. Entré entonces a una librería a la cual voy muy ocasionalmente (y a sacar fotocopias nada más), con la intención a cuestas.

-Tenés esta (una marca Simball de $13) y si no tenés también éstas (unas marca Mapped de $15) que andan muy bien –dijo la mina que me atendió, obviando las Parker de $60 que yo de todas maneras no iba a comprar porque en la puta vida salí con mas de treinta pesos a la calle.

Yo miré y le tuve más confianza a la Simball, únicamente porque el plástico se me hacía más simpático y porque las Mapped eran del tipo “poco serio” o infantiloide: cortas, transparentes y medio infladas con intenciones anatómicas. O masturbatorias. Digo yo, no sé. Qué se yo. Si fuera mina yo lo haría. No sé. No me hagan caso. La cuestión es que la Simball, además, era azul y amarilla. Como Boquita. Como Román.

-Bueno, me llevo esta -le dije desenfundando la billetera. Y pagué.

Ahora, si quieren, podemos adelantar la película hasta la parte en quele puse cartucho, y seguir adelantando hasta ese momento en el que la saqué para tomar lista y le salía tinta por todos los poros, o al menos eso parecía. Pañuelitos descartables mediante, la limpié de todo excedente y la dejé en condiciones de seguir operando. Con las manos manchadas de tinta seca, tuve que repetir la operación dos horas después. Cambié el cartucho (que prácticamente se había vaciado en mis manos) por si acaso, más al llegar a casa (ya de noche, muy de noche) lo mismo sucedió. Desalentado, me preparé para hoy llevarla a cambiar por otra igual, pero que anduviese, o por otra cosa. Y esto fue lo que pasó hoy:

Entra un muchacho apuesto a una librería, y tras saludar amablemente, dice:

Mantis: -Tuve un problemita con la lapicera, no sé que le pasará pero suelta tinta por todos lados.

Dependiente (echando mano de un trapo y un recorte de papel): -A ver, dejame probar…

La dependiente limpia la lapicera y comienza a hacer líneas en el papel.

Mantis: -No es el problema cuando escribe, sino cuando la dejás un rato.

Dependiente (haciendo palotes en el papel, ignorante de que la lapicera de tinta no tiene como objetivo el hacer, precisamente, palotes): -Yo no veo ningún problema

Mantis: -Es lo que te estoy diciendo: lo que es escribir, escribe bien, no hay problemas con el trazo ni nada de eso. Pero ya me pasó eso tres veces ayer, obviamente tiene algún problema.

Dependiente: -Vos me estás diciendo una cosa, pero yo te digo otra cosa, y vos me volvés a decir la misma cosa.

Mantis: Me estás hablando como si fuera un cangurito con síndrome de down en una heladería. (todavía no sé que le quise decir con eso) La máquina que las fabrica escupe veinte de éstas por minuto, una de cada mil sale fallada porque a la máquina de le mueve un milímetro para el costado y bueno, me tocó justo esa. Devolvésela al proveedor: la lapicera está intacta, no se me cayó al piso ni nada. Me animo a decirte que llegué a usarla nomás para pasar lista.

Dependiente (haciendo palotes): A las pruebas me remito. Yo te estoy mostrando que la lapicera escribe.

Mantis (mirando el reloj): -A ver… gracias a Dios mi problema no son los trece pesos de la lapicera, pero tenía que venir para acá de todas maneras y pensé en devolvértela porque no me anda bien. Una lapicera que vomita tinta a los veinte minutos de estar tapada o sin usarse no me sirve.

Dependiente: -Pero si anda bien, no sé que querés que haga…

Mantis (conteniendo las ganas de decir cosas como: “escuchame flaca, ¿tus viejos son primos?, o “A vos de chica te juntaron las vacunas, ¿no?”): -Bueno, entonces, si anda bien, cambiámela por otra igual. Otra idéntica, de cualquier color, de la misma marca.

Dependiente (haciendo palotes): -Vos querés que te la cambie, pero anda.

Mantis (con los huevos llenos): – Listo, no hay problema, gracias igual. Te la dejaría a la lapicera, pero mejor me la llevo para que no se la vendas a otro desprevenido.

La librería (que no es nueva) queda sobre la calle Carlos Casares, en una esquina, justo frente a la escuela nº 37, a media cuadra de la escuela “Hernadarias” donde supiera hacer yo mi secundario. Y ahora es que yo les comento a ustedes las posibles venganzas (algunas son clásicas de este blog), que se llevarán a cabo dentro de algunos meses, cuando todo se haya olvidado. Lo decidiremos como siempre, de acuerdo al procedimiento democrático que nos caracteriza: ustedes votarán y yo luego obraré de acuerdo a lo que diga el “boca de urna”, a menos que me guste más otra opción y termine eligiéndola por decreto.

1) La del solvente. En unos estantes del local (que no es precisamente enorme) hay carpetas descartables, folios y esas cosas. Yo voy, me hago el que miro y le encargo fotocopias de algo al dueño. Mientras éste saca las fotocopias, vacío un frasco que quitaesmalte sobre los folios y carpetas, arruinando toda superficie plástica. Para cuando se dio cuenta, me fui.

2) La de los Kirchner. Ahora que está de moda, bueno sería que yo, aerosol mediante, pintase en la vereda del local algo así como “el dueño de esta librería es un ex-torturador de la ESMA”.

3) Mierda. La mierda tiene ese “no-se-qué” que la hace siempre recomendable. El olor, probablemente. Olor a mierda. Paso bien temprano y le lleno de mierda todos los candados y manijas, las rejas, etc.

4) La de la carta intranquilizadora: Un papel escrito con letritas pegadas al estilo “secuestrador” de las películas. Se me ocurrió la siguiente frase:

“El lado negativo de negarte a cambiarme la lapicera fue que ahora vas a tener que dormir con la persiana baja para que nadie que te cague a tiros en la concha con una carabina, ¿no? Estás marcada, putita, y después de lo que te voy a hacer me vas a pedir que te mate”.

5) La del ácido muriático. Compré un montón de ácido muriático para curar un piso de baldosas de teja pero me da fiaca hacer el laburo. No sé cuantas precauciones de lavado y manipuleo hay que tener antes de usar ese coso que parece ser más dañino que una empanada de ántrax, por lo que imagino que no le haría nada bien a nadie que yo me pusiese a vaciar ese tacho contra las instalaciones del local, entrada la madrugada.

6) La de los balazos. A diferencia de lo que se ve en las películas, lo cierto es que prácticamente cualquier munición calibre 9×19 (9mm) tiene muy poco problema a la hora de traspasar cosas como, por ejemplo, una persiana metálica. Yo paso a la noche y le pego tres o cuatro balazos, cosa de arruinar los cristales de la vidriera y costarles más de trece pesos. Bonus sería darle a la fotocopiadora, supongo.

Voten. Pero la pregunta polentosa del día es: ¿Vieron que hace una semana al medallista-de-oro-olímpico-argentino en ciclismo lo agarró la gendarmería y no sólo lo cagó a palos (junto a sus compañeros) por andar en bicicleta en la autopista, sino que también a algunos les rompieron las bicicletas?

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Cierto, el blog.

Era martes, pasado un rato el medidía. Estaba almorzando un churrasco pequeño de rosbif (si, vale que se escriba así) acompañado de unas hojitas de lechuga medio sabrosas debido al aceite de oliva, pero así y todo prueba evidente de un cierto cuidado que no llega a ser dieta de nadie pero que quiere bajarle algo de panza a alguien. Día posterior al feriado, me había pasado toda la mañana trabajando con las planificaciones de carpeta y evaluaciones para el mes y días siguientes. En la radio, Chiche Gelblung hablaba de esto y aquello, la gente se desesperaba debido a eso de que ahora uno le va a tener que pagar el sueldo, los gatos y la 4×4 a los perros horribles que juegan en la primera división del fútbol argentino, algunos se sorprendían (¿en serio? pero, ¿es en serio? ¿se sorprenderán en serio? ) hablando del enriquecimiento ilícito de los Kirchner, otros decían cosas acerca de la AMIA y su homenaje y mientras tanto yo me encontraba tratando de administrar el pan para que no faltase nada a los últimos juguitos y aceititos en el plato. Pará, martes es hoy. Bueno, entonces fue hoy. Hoy hace un rato.

De pronto, durante una pauta publicitaria, llegó la sorpresa. El aviso éste comienza con un llamado telefónico que no es atendido y termina activando el contestador automático de dos personas, que con voces de personas viejas, dicen algo acerca de haber salido a hacer no sé que cosa, muy joviales y llenos de energía ellos. Seguidamente, se escuchan dos mensajes: uno de la hija que llama para ver como están los padres, preguntándose las razones que los llevaron a no llamarla en varios días, y otro de un nietito de 9 o 10 años avisando que se viene un partido de fútbol al que tienen que asistir para hacer hinchada. A continuación el locutor empieza entonces a decir algo así como:

“No tenés porqué quedarte en casa y podés demostrarle a todos que seguís tan vital como siempre”. Al igual que ustedes, hasta aquí yo creía que se trataba de un anuncio de cartílago de tiburón, propóleo, “tónico revitalizante Simpson e hijo” o vitaminas para viejo de esa índole. Pero no. Resultó que no.

“Ahora tenés la nueva ropa interior descartable para adultos…” continuó diciendo el locutor. Y a mí se me fueron los alimentos por el tubito que no era, provocando una convulsión respiratoria que no calló las carcajadas. Creo que me desmayé y me desperté acostado en el piso de la cocina a la voz de: “no estaba preparado… no… estaba… preparado”, pero bien podría yo estar exagerando con fines humorísticos. Aunque me salió Tang de naranja por la nariz así que en una de esas aún estoy inconciente y esto es sólo una alucinación demasiado real. Demasiado real.

Pero me puse a pensar entonces –sin intenciones de caer en la burla eterna a los genios creativos de las publicidades- en la efectividad de ooootro aviso, gráfico éste, que tuve oportunidad de ver en varias oportunidades. Y es el de –lo habrán visto- una universidad privada en la que aparece un morocho bobo de más o menos 18 o 19 años, con cara de rugbier aburrido y futuro Licenciado en Chachalufias Empresariales o algo así. Tiene un aire al Chanchi Estévez, el tipo. El anuncio decía: “No sólo vas a aprender: también vas a disfrutar de la vida universitaria”. Y el “Chanchi” ponía cara y postura de estar estudiando y medio sonriendo, si es que eso existe.

Obviamente lo que se vende es la idea de que existe esa “vida universitaria” al estilo estadounidense de Wild On E!, donde a mitad de año se organiza un viaje de compañeros cachondos y borrachines en el que todos se cogen entre todos y terminan presos, ensidados y/o ahogados en una palangana, a fin de aliviar las tensiones de haber tenido que estudiar para un exámen en el que se aprueba nomás sabiendo diferenciar entre letras y números. O al menos eso supongo yo, ya que más allá de no formar parte de sus filas, estoy al tanto de que una vida universitaria más amplia que la que ofrece la Universidad de Buenos Aires difícilmente pueda conseguirse, con eso de las mega-bibliotecas, los diferentes laboratorios y colegios dependientes, los profesores que son quienes escribieron los libros con los cuales se estudia, etc.

En cualquier caso, me pregunto qué es lo que van a terminar ocasionando ese tipo de actitudes no sólo en nivel educativo de las gentes, sino también el los ámbitos laborales. En una de esas el daño ya está hecho y yo no me entero porque no me codeo con gente del mundo empresarial que gane suficiente dinero como para tomar yogur todos los días, pero ustedes sabrán decirme. Para mí es muy difícil entender a la gente de plata. No tan difícil como me resultaría no enamorarme de una chica que tuviese pegado en su habitación un poster del Boca campeón con Walter Pico sosteniendo la copa, pero casi.

Porque se me hace evidente que, a medida que el mercado sea copado por paparulos en los puestos gerenciales más acomodados a la hora de tomar decisiones, más difícil va a ser entrar sin ser un paparulo, o sin haberse educado y/o entrenado para ser un paparulo. Sabido es (y más entre hombres, más entre hombres estoy seguro) que la camaradería es importantísma a la hora de hacer andar un emprendimiento cualquiera, sea éste un taller mecánico en el que no tiene lugar aquel que no tome mate o un departamento de sistemas en el que sobra aquel que no está dispuesto a salir a comer todos los sábados a Plaza Serrano. Digo, yo los entiendo: si yo fuese un empresario responsable de contratar a mis empleados, les daría a ellos una hoja con las siguientes preguntas:

-¿Qué consigue usted presionando la siguiente secuencia durante la presentación del Mortal Kombat de Sega Genesis: ABACABB?

-¿Quién es Shigeru Miyamoto?

¿Cuál es el jugador que ofrece la mejor relación precio-calidad en el Modo Master League de los Winning Eleven de Playstation?

-¿A que juego corresponde la siguiente contraseña: EBC9 1U0D?

-¿Quién es Nobuo Uematsu?

-Nombre al menos a 3 de los cuatro jefes del Street Fighter II.

Y ya no me acuerdo a que iba con todo esto, me voy a jugar a los videos. Pero la pregunta “sacro-macro-me-estoy-quedando-sin-munición-de-escopeta-en-el-resident-evil-4” del día es: ¿Escucharon eso de que el impresentable de Reutemann está proponiéndolo a Duhalde para presidente del país? ¿Y eso de que se inaugura mañana una “Feria del Libro Peronista”? Yo realmente ya no entiendo nada y muy bien no sé que hacer. Pensé en hacer un pozo y esperar unos 30 años, pero mi salud es demasiado endeble. Además, no quiero privar de mi existencia a esa compañera de pectorales prominentes que se me acercó el otro día a la salida del profesorado y me dijo: “es una lástima que seas casado”. Tal vez sea yo un fruto prohibido, pero no por ello voy a castigar a las que no ven en mi estado civil un impedimento.

Soy lo más.

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Yo les tiro a ustedes dos situaciones, y ustedes leen. Así funciona esto. Dos opciones, dos posibilidades. Dos realidades, si se quiere.



Primera situación.

Andrés se pone a leer un libro de Joyce Carol Oates, en inglés, que bien puede ser hombre o mujer, muy bien no se entiende. El libro se llama “Niña Negra / Niña Blanca”. Es una novela que trata de una adolescente negra y una adolescente blanca, que son compañeras de cuarto en una universidad en USA durante los tumultuosos años setenta, con la guerra de Vietnam como banda sonora o guarnición, si se quiere. La negra es religiosa, recatada, medio antipática, gran alumna e hija de un pastor, la blanca es una blanca boba típica. La novela empieza con la narradora (la blanca boba) diciendo que escribe porque siente que se lo debe a la negra, que tuvo una muerte violenta. Obviamente a la negra la hicieron cagar. Andrés siente entonces que ya leyó esa novela. O que vió esa misma historia ñoña muchas veces en la tele, en esas series o películas que dan en Hallmark Channel. O que oyó muchas anécdotas similares. O algo así. Son trescientas páginas. Las primeras veinte son de la blanca describiendo a la negra. Después de esa, Andrés tiene que leer otras tantas novelas, porque está estudiando para ser profesor.



Segunda situación

Andrés, de repente, tiene una espada en la mano. Y un arco y flechas en su espalda. Y se encuentra en un extraño paraje épico, de fantasía. A su lado, un caballo llamado Agro que responde a su llamado. Tiene como misión destruir a los colosos, no sabe muy bien porqué. Ni siquiera sabe como serán los colosos. Pero no sabe por donde empezar. Un coro de voces espectrales le dice en un extraño idioma que la espada (sí, esa que lleva en la mano) lo guiará. Entonces levanta la espada en una zona soleada y descubre que la misma concentra su reflejo en dirección al horizonte. Montado en su caballo, galopa espada en lo alto rumbo a lo que pudiera ser, recorrieondo acantilados hasta que se hace imposible seguir avanzando con el caballo. Hay que trepar entonces, y Andrés trepa y cruza a nado un sector, y sigue escalando hasta alcanzar una plataforma circular en la cima de una torre en ruinas. La vista es poco menos que lo más maravilloso y épico jamás visto por el hombre, pero de repente, aparece el coloso.

Es colosal, el coloso. Mide quizás veinte o treinta veces lo que Andrés. Antropomorfo, como de piedra y pelo, lleva una espada gigantesca con la cual arroja un enorme golpe que se entierra a medio metro de Andrés, haciéndolo volar por los aires debido al sacudón de tierra y pasto. Andrés se pregunta como pelearlo y se dispone a escapar, pero el borde de la plataforma indica el fin y Andrés cae… ¡pero llega a asirse del borde de la plataforma con una mano! Se recupera, con el coloso aún arrojándole sus lentos golpes, y sigue pensando en como derrotar a semejante criatura. A lo lejos, Agro relincha impotente cuando de repente Andrés tiene una idea. Y provoca a la criatura, “aquí estoy”, piensa, “tira tu mejor golpe, coloso”, piensa. Y se queda inmóvil hasta que el coloso arroja un nuevo golpe, que esquiva con lo justo. “¡Ahora!, se dice, y entonces… ¡Comienza a correr con dificultad, subiendo por la ruinosa espada del coloso! Y llega hasta la mano, y comienza a trepar por el pelaje del brazo hasta encontrarse con un brazalete de armadura que le impide seguir trepando. Se ha cansado, y ya no puede sujetarse. Cae al suelo, a escasos centímetros de la pisada del coloso que prepara su nuevo golpe.

Shadow

-La armadura del coloso es frágil… -dicen las voces espectrales.

Entonces, Andrés, que lo ha entendido todo, corre en dirección a unas enormes piedras, que, al ser golpeadas por el espadazo del coloso ocasionan la ruptura de ese brazalate. Y entonces Andrés trepa, corre a toda velocidad por la espada, subre por el brazo y desde allí salta a a la cintura… ¡Casi se cae! El coloso se sacude pero Andrés se sujeta, de a ratos con una mano, porque en la otra su espada brilla. Andrés trepa por la espalda, tomándose del pelo del coloso, y llega al cuello, y allí es que el coloso comienza a sacudirse más y más, emitiendo un sonido que tiene mucho más de rugido que de lamento. Andrés, con sus últimas fuerzas llega a la cabeza del coloso. Su espada refleja la luz entonces, marcando un tatuaje luminoso en la frente de la criatura.“Morirás”, piensa. Y sin soltarse del pelaje, hunde la espada en el tatuaje, haciendo brotar a chorros la sangre negra. Una, dos, tres veces. Una cuarta vez, y el coloso cae, de rodillas, con un mugido lastimero. «¡¿Oh, magnífica bestia, por qué lo hice?!», se pregunta Andrés mientras ve al coloso caer. Tanto él titán como su espada se vuelven roca, liberando una energía que tomando la forma de unos horribles cables negros traspasa a Andrés de lado a lado. Andrés cae también, junto al gigante. Y despierta en un extraño templo vacío, donde una suerte de tótem o estatua estalla en mil pedazos.

«Quedan catorce colosos por derrotar» , piensa Andrés. Esto recién empieza.



Andrés soy yo. Puesto así, se entiende que no haya estudiado nada y que me haya olvidado de todo lo aprendido en el primer cuatrimestre, o que haya postergado la escritura de nuevos artículos para este horrible sitio web. No es que los haya abandonado a ustedes, queridos lectores míos. Es que en realidad abandoné casi todas las cosas salvo mi hermosa Playstation. Mi joya. Mi preciosa. Ando tan corto de tiempo que hasta tuve que empezar a tener menos sexo, dejando de dictar clases en la P.I.J.A (Academia Para la Formación Sexual Superior, sé que las siglas no encajan del todo bien, pero se entiende), de la cual soy miembro honorario… Jajajaja…. «miembro». ¿Entendieron? «MIEMBRO»… Jajajajaja… me parece que si hay un «coloso» aquí, ese coloso soy yo, ¿No? ¿Entendieron por segunda vez? «COLOSO»… JAJAJAJAJA… Por lo del videojuego, sí.



Pero resulta que hoy sale en los medios de comunicación que un juez de nombre Ramón Padilla o algo así, le negó la excarcelación a un fulano detenido en el preciso instante en que intentaba robar a una persona, cuchillo en mano.

Parece que este descontenido social de alta gama (de apellido Fernández) tenía ya quince causas penales, en una de esas sin juicio ni sentencia previa. Había sido detenido anteriormente por robo, tentativa de homicidio, tentativa de robo y otras tentativas que no eran, por ejemplo, la tentativa de trabajar. Lo que es una pena, porque si la policía te detuviera y los jueces te acusaran (que bien que manejo que indicativo, ¿no? Algún otro bruto habría dicho “detendría”) de “tentativa de trabajo” yo tendría una excusa para no trabajar más, y no debería pasarme toda la madrugada de mañana rezando por un nuevo brote de enfermedad letal para los niños que me libre de todo mal.

Lo que medio me desconcierta, es precisamente el hecho de que la ley resulte ser así. Digo, la ley, la ley, LA LEY no cree que este tipo sea lo suficientemente peligroso como para estar encerrado. Parece chiste, pero resulta que es así. Porque el juez obró por detrás de la ley, actuando –según sus propias palabras- en respuesta a la sociedad, a la que se le debe. Lo cual es casi incorrecto, teniendo en cuenta que un juez responde, ante todo, al derecho. A la ley, y si se quiere, a la ley superior que es la Constitución Nacional. Pero el tipo (que no es ningún héroe digno de reconocimiento) no hizo lo que está de moda (o lo que corresponde, según parece), que es dejarlo ir al descontenido. Y eso me cae casi bien.



¿Se va a acabar la inseguridad de esta forma? De ninguna manera. La inseguridad va a crecer de todas maneras, y cada vez más. Mientras el Estado no tome las medidas necesarias para acabar con las desigualdades y las descontenciones sociales, la cosa va a seguir y empeorar. Pero como la mayoría de los descontenidos sociales es la que vota a los descontenedores en las elecciones y los sigue “haciendo sufrir la descontención”, no me rompan las bolas diciendo que hay criminales de traje y corbata en el Estado, que no usan pistolas ni cuchillos pero roban más y son más responsables de los malestares de la sociedad porque eso no viene al caso. Lo que estoy tratando de entender es el límite que hay entre ser considerado peligroso e inofensivo para las leyes de esta tierra en la que vivo.



Puesto así, digo, si te van a considerar peligroso recién para cuando tengas media docena de muertos encima, en una de esas es negocio eso de salir a meter caño. Digo, yo soy una mole con conocimientos de defensa personal, una imaginación digna del más maquiavélico torturador de la Inquisición Española, una gran cantidad de armas y (estuve haciendo el inventario) aproximadamente cuatro mil unidades de munición de varios calibres. Y el primer cajón de la cocina de mi casa está lleno de cuchillos. Y encima estoy aprendiendo a manejar, lo cual me hace no sólo más peligroso sino también más veloz, de acuerdo a una película que ví en la que un señor pelado que maneja un Audi re-rápido y re-bien se agarra a piñas y patadas con todo el mundo, pero antes de cada pelea se desnuda, o le rompen la ropa, o pasa algo para que se le vean los músculos, porque es muy musculoso. Y él en realidad es un conductor profesional, pero parece que antes era miembro de las fuerzas especiales del ejército de algo, lo cual explicaría todo el asunto ese de que pelee tan bien. Porque mi amigo Martín es chofer de un Mercedes Benz de la línea 371 que hace el recorrido “Barrio Aviación” y no pelea así. No pelea así en lo absoluto.



Digo. No importa. La pregunta del día es: ¿Cuánto les vino de luz en la última factura? A mí me vinieron 270 pesos. Y en la boleta del año anterior del mismo período había pagado 107 pesos, lo mismo que en la del mes pasado. Los números son los mismos, pero los sumás y te da distinto.



Puesto así, me parece que me están metiendo el dedo en el culo. Una persona sana iría a hacer el reclamo a Edenor y a Defensa del Consumidor, pero yo (que soy asmático y tengo cálculos en la vesícula) me parece que voy a esperar que caiga la noche y le voy a encajar un adoquinazo a la vidriera de la dependencia de EDENOR que tengo a treinta cuadras de casa. Arreglarlo les va a salir más que la diferencia de 160 pesos entre mis facturas.

Puesto así, es negocio.

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