(si ven que faltan o sobran acentos o hay muchos errores de tipeo o los renglones se cortan en renglones raros es porque estoy escribiendo desde una netbook más incomoda que la mierda y usando el bloc de notas en vez de Word)
Antes de comenzar con el artículo de este semestre (por las dudas, ya que aparentemente no puedo escribir con mayor frecuencia), me parece apropiado aprovechar este espacio para responder algunas de laS preguntas que me llegan por correo electrónico a diario. Esta es de Ayelén, de Quilmes.
«Mi novio se queja porque dice que no se la chupo bien, ¿qué puedo hacer?»
Muchas gracias por tu consulta, Ayelén. Y la verdad es que si tu novio se queja probablemente tenga razón, ya que el sexo oral es muy importante para un hombre. Si querés aprender a hacerlo como a el le gusta (yo que lo vos lo haría, porque siempre aparece una dispuesta a hacerlo como a él le gusta) lo que te recomiendo es que revises su pornografía y veas lo que hacen las chicas ahí, porque así es como a él le gustaría. Me gustaría poder ayudarte con una clase práctica pero lo cierto es que a mí ya nadie me practica sexo oral, por lo menos desde que desarrollé. Y las entiendo: es una tarea equivalente a tragarse un sifón Drago. Prácticamente lo mismo, me animo a decir, de no ser porque el sifón Drago es ligeramente más blando. Pero algo que tenés que tener en cuenta, Aye (¿Te puedo llamar Aye?), es que a los hombres no nos gusta que ustedes lo hagan mal y por compromiso, como esperando que no se lo volvamos a pedir. La pija te tiene que parecer la golosina más maravillosa y deliciosa en este mundo, y nadie te tiene que pedir que se la chupes: vos tenés que hacerlo porque te desespera hacerlo, porque no pensás en otra cosa más que en eso.
Pero ahora vayamos al artículo.
Resulta que tengo una compañera de estudios que es muy bruta. Pero muy, muy bruta. Y como para imaginar ustedes son bastante duros, la descripción viene a ser más o menos la siguiente: figúrense una mujer de treinta y cinco años bien llevados debido a una década como instructora de Pilates, ejercicio constante, etc. Dentro de unos pantalones de esos que no sé si son calzas o bombachas de gaucho trolo. O sea: un culo firme y parado, pero de los que se sacuden en la medida justa cuando uno les da un cachetazo. Culos lindo para la fiesta. Una mina que en malla debe estar buena, curvilínea y poderosa, de busto abundante pero apenas cansado, fuerza de gravedad mediante. Un rostro desalentador, masculino y mas o menos semejante al del actor negro ese que hace de amigo de Maximus en la película «Gladiador» y y su piel con el color oliva verde-marrón-amarillento de los mestizoides que no llegan a ser negros de mierda, todo rematado con una cabellera enmarañada teñida de rojo haciendo las veces de un nido de caranchos. Traten de agregar, si pueden, una cierta dislexia que le impide expresarse adecuadamente, y el gesto de quien no entiende muy bien de que se trata la cosa esa de pensar.
Lo curioso de esta mina (curioso y alarmante, terriblemente alarmante) es que se las arregló (y ustedes deben conocer mucha gente en esas condiciones) para llegar a los treinta y cinco años sin aprender esas cosas que se aprenden nomás por estar vivo y respirando. Admirable resulta (y preocupante, enormemente preocupante), por donde se lo mire, la cintura que ha tenido para esquivar el conocimiento. Así, se imaginarán ustedes, cada clase y cada conversación le ofrecen una oportunidad de enfrentarse a sus limitaciones, que son todas. O puesto en otras palabras: cuando se es tan, pero tan bruto, se hace cierto aquello de que «todos los días se aprende algo nuevo». Porque, claro, ¿Cómo no se va a aprender algo nuevo cada día si uno anda con el cerebro casi en blanco?
Ahora bien, lo que me impulsa a escribir en este caso fue una situación que se dió el otro día, mientras esperabamos sentados en el aula durante un recreo, a que volviese la profesora. Ella se hallaba sentada detrás mío, tratando de descifrar un texto simplísimo, pero simplísimo, que nos habían dado a leer. Reflejo y transcribo el siguiente acontecido, que ustedes asociarán inmediatamente con una situación semejante ocurrida durante un episodio de Los Simpsons.
Bruta (deteniéndose en una palabra que no conoce, cosa que sucede cada tres palabras): -Dissipate… (sacando de la mochila un diccionario de Inglés) ¿Qué significa dissipate? (leyendo en voz alta) DISIPAR… (deteniéndose unos instantes más en silencio)… disipar (sacando de la mochila un Diccionario en español) Y qué quiere decir disipar? (leyendo en voz alta) DISIPAR… Aaaahh… igual… no entiendo… (mientras yo me mordía hasta sangrarme la lengua para no desarmarme de risa)
En el caso de los Simpsons, Homero tomaba un libro de Marketing Avanzado e intentaba leerlo, luego lo tiraba a la basura y lo reemplazaba con un libro de Introducción al Marketing, que luego también tiraba a la basura y reemplazaba con un diccionario en el que buscaba: Marketing. Lo trágico (espeluznantemente trágico) es que esta mujer enseña en tres colegios publicos. Un secundario y dos primarios. Tiene horas estatales, debido a que se anota en cuanto listado de docentes existe, y toma cualquier clase de hora que se pueda. Lo peor, dirán algunos, es que acapara. Yo creo que lo peor es que se le permite corregir cosas de alumnos cuando en realidad se la debería enviar al colegio primero, pero bueno, es el sistema, que no toma un exámen verdadero a los docentes estatales y que no cuenta con directores capaces de evaluar a los docentes. Yo la metería en un tacho de aceite lleno de cal y la tiraría al Reconquista, pero ese soy yo. Dice que ama la literatura, y que el día de mañana le gustaría trabajar haciendo traducciones de novelas y cuentos, lo cual me despierta cantidades iguales de ternura (como la que se siente cuando ves que un oso panda con síndrome de down va a comprar un alfajor al kiosko y al querer pagar, se da cuenta de que por un bolsillo de su jardinerito se le han caído las monedas y ha perdido el dinerito… ¡Pobre osito!) y de desesperación genocida, porque realmente creo que alguien (no sé, alguna autoridad militar, un Pinochet o algo así) debería prohibirle ejercer hasta que se le pase lo bruto.
En cualquier caso, hay un chiste de Condorito en el que se ilustra fantásticamente mi situación. Condorito hace el papel de un millonario que entra a una iglesia y le reza a San Guchito para que los pozos petroleros produzcan mas millones, y para que su contrato por trillones de dólares se cierre favorablemente, y que su cadena de hoteles pueda venderse en más millones, etc. A su lado, de repente, se arrodilla un mendigo pordioserísimo que comienza a orar pidiendo un poco de pan, un algo qué comer, un lugar a resguardo del frío para dormir, etc. Entonces Condorito saca un billete de veinte pesos y dice: «Tenga hombre, no me distraiga al santo». Quiero decir, debido a sus intervenciones, de las clases se pierde mucho, pero efectivamente mucho tiempo que bien podría utilizarse a fin de resolver dudas un poco más complejas y de las que uno quizá no puede hacerse cargo a solas, porque bueno, para algo hay un docente. Los «no entiendo» de la bruta realmente llegaron al punto de saturarnos días atrás, y fue entonces que hubo quien (no fui yo, pero sólo porque creo que Dios la va a matar a ella o a mí antes de fin de año a fin de que ninguno de los dos tenga que ser torturado por el otro; ella con sus «no entiendo» y yo con la máquina de estrellitas que se trajo mi abuelo de la Mnasión Seré) la terminó mandando a estudiar a su casa. El grupo, entonces, medio que se dividió, porque de inmediato saltó una defensora de pobres a la voz de: «Si estamos todos juntos acá es porque tenemos el mismo nivel».
-Perdoname, pero el que entra con 99 de puntaje no está al mismo nivel del que entra con 53 -dijo una que entró con 99.
-Hay cosas que no se pueden preguntar entre estudiantes terciarios -agregó otra.
Hubo otros que directamente se rieron bajito y asintieron con la cabeza. Los más, dejaron que la batahola se resolviera por sí sola.
-De última, los verdaderos responsables son los que hicieron un exámen de ingreso lo suficientemente indulgente como para que entrara esta australopithecus -dije yo. Pero lo dije mientras conversaba en casa, con mi vieja. Porque no soy tan boludo y la bruta me sirve para no tener que hacer la cola en la fotocopiadora y cosas de esas.
Y es entonces que se aparece mi pregunta preguntona del día: ¿Le hace bien a una persona de tan escasos caudales intelectuales, que alguien la defienda a la voz de «estamos todos en el mismo nivel»? ¿No es acaso condenarla a inmolarse a la hora de la verdad?