Bueno, bueno, estoy exagerando otra vez (y también estoy escribiendo desde casa, regresé este lunes a la medianoche y tengo algunos días más antes de finalmente reintegrarme a mis labores pagas).
En realidad pasé por la puerta (o debería decir las puertas) de la estancia “Los Sauces”, nombre que recibe la propiedad de fin de semana –o esparcimiento- de Néstor y Cristina Fernández. Propiedad que a primera vista parece una estancia más de entre las tantas “pequeñas” (el promedio en la zona es de 20.000 hectáreas), hasta que uno se da cuenta de que es la única absolutamente cercada por árboles que impiden prácticamente cualquier tipo de vistazo hacia el interior.
La puerta principal tiene una tranquera pequeña, y al fondo se comienza a ver, entre la penumbra de los árboles que echan sombra de enero a enero, la construcción. En El Calafate, todo tiene techo de chapa, y la casa K no es excepción a la regla. Ladrillos a la vista, techos de chapa negra, ventanales amplios y ni una reja. Si bien aparece marcada en algunos mapas turísticos, resulta gracioso preguntar a los vecinos y caer en la cuenta de que todos prefieren no decir donde está ubicada, o cual es. “Alguna de esas”, te dicen. En un pueblo que prácticamente no existiría como tal de no ser por los Kirchner. En un pueblo que cabría por completo dentro de un piso de Unicenter. En un pueblo que hoy tiene 22.000 habitantes pero tenía 2.000 hace cuatro años.
Al principio se me hizo todo demasiado extraño, pero no tanto. Digo, esté habitada o no por los mandatarios, sigue siendo una residencia presidencial. Me puse a pensar entonces en que en Estados Unidos no debe uno poder siquiera cercarse a quinientos metros de un chalet alquilado hace quince años por un ex-presidente con ganas de trampa, y me sentí afortunado, por un ratito. Luego, con ganas de jorobar me dediqué a investigar en serio, o por lo menos, con un ojo más crítico. Fue lo único que me distrajo del reventado y puto frío que allí hace a cualquier hora del día.
No soy un experto en materia de seguridad, pero mi afición a ciertas cosas hizo inevitable que la verdad saltara a la vista. La estancia estaba siendo custodiada lógicamente por la vieja SIDE (que hoy en día dejó de ser los “Servicios de Inteligencia Del Estado” y pasó a ser los “Servicios de Inteligencia” o “SI”). A unos cuantos metros, cual si fuesen vecinos, varios ranchitos de igual construcción fueron ubicados estratégicamente cubriendo muchos frentes de ataque de un modo formidable. Lo que parecía accesibilísimo resultó ser impenetrable. La confirmación me llegó cuando mi novia intentó sacarme una fotografía frente a la entrada principal. Apenas estalló el flash de la cámara, un muchacho de unos treinta años, cabello corto y aspecto sumamente amigable (léase: para nada amenazador), salió a detenernos. Pero no salió de esos ranchitos desmontables tan bien alineados y esparcidos como solían estarlo las casitas de los guerreros samurai que servían a su señor mientras éste dormía en el Alcázar, sino de una casita contigua a la fábrica de chocolates más conocida de la zona. Madrugándome.
-¡No pictures! ¡No pictures! –nos dijo casi en un ruego macanudo que incluía una orden clara.
Lo que esa ropa amigable no pudo ocultar, (además de la economía de movimientos propia de un buen peleador) fue el cinturón. Es común entre los tiradores de algunas disciplinas el utilizar cinturones dobles. Imaginen un cinturón de abrojo hembra que se coloca como cualquier otro cinturón, y luego, encima de éste (y sin pasar por los pasa-cintos o presillas) un cinturón de abrojo macho en el que sí van sujetas las chucherías específicamente elucubrados para que uno pueda armarse y desarmarse con sólo un movimiento, librándose así de porta-cargadores, cargadores, pistoleras y pistolas. Los de fabricación nacional, de cuero y con porta-cargador triple cuestan cerca de doscientos pesos; yo tengo un juego. Pero éste en particular era importado, confeccionado a medida de una pistola muy conocida de la que no vale la pena hablar mucho por lo menos en este caso, pero que no forma parte de las que Prefectura Naval Argentina (quizá la única demostración de orden público en lo que a “seguridad calafatense” se refiere, dejando de lado la cansina y aburrida policía del pueblo) suele recibir como arma de dotación.
Lo que es decir: a ese tipo lo buscaron, lo eligieron, lo trajeron y lo pusieron ahí. El Calafate no cuenta con siquiera insumos para tanto: en todo el pueblo hay un solo cardiólogo y un oftalmólogo viene de Río Gallegos una vez cada tres meses. Y no por falta de dinero (que sobra) sino por falta de medios.
-Esta es la casa de “ellos”, ¿no? –preguntó mi actual esposa en una expresión que me hizo pensar en el Eternauta.
-Si, si –respondió el muchacho-. Pero no saquen fotos, por favor. Después salen en Internet y “ellos” no quieren eso.
-Bueno, la borro, no te preocupes dijo mi novia. Todavía me pregunto si ese muchacho habría forcejeado con nosotros, en caso de haber sido la cámara una de las que, anteriores a las memorias digitales y toda esa parafernalia, se manejan todavía con rollo y negativos. Porque las fotos de la Luna de Miel son sagradas, caramba.
-Dando la vuelta a la manzana pueden llegar a la puerta trasera –nos dijo el flaco, quizá en respuesta a nuestra reacción tan amiga con su trabajo-. Ahí pueden sacar todas las fotos que quieran, y se ve mejor.
Agradecimos, y caminamos bordeando un hotel lindero y un galpón de esquila hasta llegar al lugar mencionado. Allí, una camionetita entraba llevando materiales para la construcción, del tipo: andamios, chapas, ladrillos. A lo lejos, un hombre respondió al gesto de mi novia (que sacudía su cámara de fotos) con un pulgar en alto, y algunas fotos, sacamos. El mejor vistazo se lo pude echar al patagónico y octogonal gimnasio, que a unos cincuenta metros de la entrada, se muestra imponente sobre una pequeña loma.
Mi casa cabe cómoda allí dentro, entre los varios juegos de cintas para correr, los sets de mancuernas y esos amplísimos muros hechos con ventanales corredizos. Al otro lado de la calle, en el lago, cisnes de cuello negro y flamencos convivían sin darse cuenta que yo allí estaba, preguntándome pelotudeces acerca de la distribución de la riqueza, los terratenientes, los testaferros, el paro del campo, D´Elía y la oligarquía malvada ésta.
Qué destino más tranquilo para pasar unas vacaciones, suerte que ha estado bastante observador y nos trajo información de primera mano. Además de el famoso gimnasio ¿no vió algún ovni metido en el hangar (o ranchitos)?. El guardia ¿era un mano? ¿nos estarán lavando el cerebro desde El Calafate?
Me da miedo de solo pensarlo
mimnio…
athesa…
eioioio…
En los corrales, no crían Delías o Morenos? Digo, ya que son una rara cruza entre aves de estanque y ese otro que pone los huevos en un lado y cantan en otro.
Me explico?
Me recuerda su modo de narrar, a los artículos de Selecciones del Readers Digest.
Saludos.
Qué buena tanta hectárea de gusto.
Si se la trabajase, se sufrirían retenciones.
Y qué bueno estar al sur.
Si estuviese al Norte, sería odiada visceralmente.
Saludos
“Servicios de Inteligencia Del Estado” y pasó a ser los “Servicios de Inteligencia” o “SI”
No hace falta agregar nada al artículo. Me morí.
Lo de «SI» en este gobierno es un oximoron de una exquisites literaria incomparable.
Pudo acaso llegar usted a alguna respuesta???
Verloc: No le miré las manos al cristiano… pero parecía buen hombre, y obligado a obrar. Como cualquier empleado, bah. Yo a veces no actúo de la mejor manera posible, ya que el que paga es quien decide.
DIGANMELON: Se explica.
Capitanfla: A esas las leía de nene… muy de nene.
Reales Dijes: Las penas son de nosotros, como las retenciones.
May: Lo peor es que es así, ya no existe como SIDE. «Ellos» la renombraron.
Carolinita: La respuesta está dentro de todos nosotros. Aaahhh… no, es broma: La única respuesta posible a esta altura del partido es la pastillita de cianuro.
Estamos en el horno amigo Mantis, en el horno. Yo me tome mi Rivotril y mi antidepresivo. La vida me sonríe
Podrían hacerse muchas consideraciones acerca del por qué algunos poseen —aún sin estar y ni siquiera pensar— aquellos sitios y lugares a los que nosotros llegamos sólo en especiales, únicas e inolvidables ocasiones y como un premio de la vida a nuestro «buen comportamiento»….pero mejor no, en todo caso, rescato tu mirada inteligente y tu sorprendente conocimiento de todo lo relacionado con la parfernalia marcial. Un abrazo.
Mantis, «ellos» no renombraron a la SI (léase ese í). Fue De la Rúa, allá por el 2000. Junto con una ley de refroma calificada por los más expertos como «ejemplar», que nadie, por supuesto, se gastó en llevar a cabo.
Espero que se haya divertido en la luna de miel!
Pero claro hombre, como no iba a tener ese equipamiento el cristiano este!! recuerde que el Sur Argentino es un enclave zombie (que muy sutilmente se va expandiendo al resto del territorio nacional)
Ahora que abriste la boca no nos dejes con la intriga…
¿que portaba el bodyguard?
¿una STI con caño Schumman y mira LPA?
¿Kimber Elite? ¿era una Kimber?
¿la Glock 18C del ministro?
Pero carmaba….se tendría que hacer un parque de diversiones en ese lugar, después de todo es patrimonio nacional, es patrimonio de todos nosotros………………………lo es, no?