Estoy perdiendo la capacidad de mantener una conversación que no funcione de la misma manera en que lo hace mi cerebro, guiso de ideas no necesariamente en secuencia y/o relacionadas. Paso a justificar estas palabras citando dos ejemplos de conversaciones reales mantenidas en las últimas dos semanas.
Ejemplo 1
Yo: (acomodándome en el sillón y continuando una conversación gastronómica) -El otro día, precisamente, fui por primera vez a comer a un lugar de esos que ahora llaman “Bares de Tapas”, y que se pusieron de moda no me preguntes porqué.
Mi tío: (asintiendo con la cabeza) -Si, ya nos invitaron varias veces a nosotros, ¿Y cómo es que funcionan?
Yo: (recordando lo aprendido años atrás, viendo el programa de Karlos Arguiñano) -Según sé, las tapas son casi una institución española. Hay de muchas clases, pero…
Mi tía: (acercándole a mi tío un té y volteándose hacia mí, interrumpiéndome) –Vienen a ser como picadas, ¿no?
Yo: -Sí, en resumidas cuentas son eso: entradas. Aunque mal servidas y un poco adaptadas al gusto argentino, como casi todo. Reducidas a unas cuantas cositas sobre tostadas.
Mi tío: -¿Me lo recomendás?
Yo: -La idea es ir a conocer, conversar y pasar un ratito, porque si vas pensando en comer como Dios manda, te desilusionás nomás de ver la carta. Pero se pueden probar algunas pavaditas ricas y no fue tan caro como creí que iba a ser. Todo lo contrario, la gaseosa estaba más barata que en cualquier otro lado.
Mi tío: (señalando a sus hijos menores) -¿Hay alguna variedad que estos puedan llegar a comer?
Yo: Si, algunas son suavecitas, de tomate y queso, y también sirven pizzas individuales. Vos estuviste en Ezeiza cuando pasó todo eso de la vuelta de Perón y la masacre, ¿no? ¿Cómo fue la cosa?
Ejemplo 2
Yo: (regresando de mi trabajo, hambriento y cansado) -Hola, mamá.
Mi madre: (encendiendo una hornalla de la cocina y colocando sobre ella una pequeña cacerola) –Hola. Compré rosbif y te herví unas papas y un pedazo de calabaza, hacete un churrasco y puré, si querés.
Yo: (tomando la sal y una botella de aceite mezcla y poniéndolas en la mesa) -No hay problema, dejá, que ahora me preparo todo yo.
Mi madre: -Cambiate la ropa antes, no vaya a ser cosa de que te manches la camisa.
Yo: Sí, ¿Sabés cuanto cuesta un caballo de esos como los que usan los chatarreros? Más o menos mil pesos. Antes estaban a doscientos, trescientos pesos como mucho.
Mi jefa ya me pide por favor que le avise cuando voy a cambiar de tema, pero para cuando me doy cuenta, ya es tarde, y pasé de las demoras en las consultas vía replicador a las aceitunas rellenas de queso roquefort. Creo que me quedan tres o cuatro meses antes de alcanzar el autismo, aunque algo de sofisticado (y porqué no ajedrecístico) debe haber -barrunto- en eso de poder mantener dos o tres conversaciones al mismo tiempo con la misma persona, sin confundirse.
Debería hacerme ver por un especialista, más dejaré que las cosas se resuelvan solas, cuando sea que me toque volver a realizar un psicotécnico por motivos laborales, o convirtiéndome en un asesino serial, meticuloso y sumamente escurridizo.
Lo que ocurra primero, no tengo apuro.
Responder